La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.
Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.
—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo.
Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.
Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?
Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.
Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y sus labios mirarme, pero mi mente estaba muy lejos, perdida en un recuerdo, ¿en una alucinación? Estaba mi dolor, el terrible frío que calaba hasta los huesos y… Y… «Odele, respira, Odele». En mi mente había un destello de algo, un brillo perdido que clamaba ser encontrado.
Entonces una bofetada me hizo volver de golpe a la realidad.
—¡Zorra desgraciada! —el calor atravesó mi rostro y un hormigueo se apoderó de mi mejilla—. Contéstame cuando te pregunto algo.
El dolor fue molesto, pero el sabor de la sangre en mi lengua era nauseabundo. Su bofetada hizo que me mordiera el labio, la ira burbujeó por mi estómago hasta apoderarse de todo mi ser.
Se iba a arrepentir, la haría pagar por todo.
Escupí la sangre o hice el intento y entonces mi risa apareció cantarina y espontánea. Una risa burlona, histérica, nerviosa. La expresión confusa de Sabina valió millones, su mirada desconcertada me sirvió para juntar la fuerza de voluntad suficiente para hacerle frente.
— ¿Zorra yo? —volví a reír—. No me metí con un hombre casado —mi voz destilaba ácido—. Me da lástima que nadie te quiera lo suficiente como para ponerte en primer lugar. Y tú que te conformas con ser la segunda.
Y entonces todo se salió de control. Sabina emitió un gruñido y se lanzó hacia mí por encima de la mesa. Su puño dio directo en mi mejilla, la cual ya estaba de por sí sensible debido a la bofetada, el dolor me hizo ver puntos negros durante un par de segundos, pero ni siquiera pude reponerme, pues de pronto ya estaba tirada en el suelo y la pierna de Sabina dando directo a mi estómago.
—¿Qué le hiciste, malparida? —su voz era un martirio en mi oído—. ¿Por qué Hermann? Desquiciada de mierda, mereces ser quemada en…
No duró más de diez segundos, pues Yoav la separó de mí y la puerta se abrió permitiendo la entrada de otra gente.
La alejaron rápidamente mientras me hacía un ovillo en el suelo y pensaba en todas las cosas que me habría ahorrado estando muerta.
Un tipo robusto con casquete corto y barba poblada le gritaba a Sabina quien se removía intentando liberarse. Unas manos y brazos amables y fuertes me ayudaron a levantarme sin mucho esfuerzo, me sentía como una muñeca de trapo.
De pronto Sabina comenzó a reír. Todo en ella era hermoso, su cuerpo, su rostro, su risa. Mi odio por ella incrementó considerablemente.
—Te iba a dejar —su voz era veneno puro—. Decía que no te soportaba, que yo era a la que amaba —su mirada echaba chispas—. Y jamás le diste placer como yo. Él era todo un semental, mis gemidos se escuchaban por toda la casa. Si supieras cuántas veces estuvimos en tu cama.
Sabina volvió a reír, esta vez con dolo, toda su furia dirigida hacia mí. Se deshizo del agarre de los que la sostenían, se acomodó la ropa y salió con el porte de una reina.
El tipo de casquete corto y barba suspiró, irritado. Después se dirigió a mí… No, al tipo que estaba detrás de mí.
—Teniente, por favor, no escriba esto en su informe para Etiale.
Al voltear, vi a Yoav tan tenso como una liga, mirar fríamente al tipo, al final asintió con la cabeza y el tipo salió de la habitación. Fue hasta que Yoav me soltó que eché en falta su calor, el frío me invadió y me sentí tan vulnerable.
Yoav tomó asiento en la silla que correspondía a Sabina y me hizo un gesto para que también tomara asiento. Sin embargo, seguía en shock.
—Odele —la voz suave y agradable de Yoav me hizo reaccionar—. Por favor toma asiento.
Tomé asiento, pero seguía perdida en mis pensamientos. Yoav me miraba, analizándome.
¿Cómo habría sido la primera vez que Román y Sabina se conocieron? ¿Desde el principio sintieron atracción? ¿Quién habría empezado todo? ¿Él o ella?
Junto a ella, nunca tuve oportunidad de competir. Sin curvas prominentes, una nariz que poco le faltaba para verse torcida y mi baja estatura no eran rival para ella.
—Odele Conde, veinticinco años, sin antecedentes criminales, hija de Arturo Conde y Ariana Conde...
—Zolá, mi apellido es Zolá.
—Tus archivos no dicen eso.
Claro que no.
Después de que mi padre casi fuera arrestado y nos enteráramos de todo lo que hizo por orden de Félix, decidí usar el apellido de soltera de mi madre. Ese día, mi padre cayó del pedestal en el que lo tenía y a partir de ahí no quise saber más de él.
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.
—Y no lo hago.
—Pero conoces a los Meyer.
—Sé que existen.
—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?
—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…
Yoav me miró con la ceja arqueada.
—Casarme.
Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.
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Editado: 10.02.2025