Aún recuerdo cada detalle de aquella noche. Sus escenarios interminables se convirtieron en pesadillas recurrentes para mí cada vez que intento dormir. Han sido diez largos años arrastrando los recuerdos nefastos del día en que mi vida cambió; y solo tendré paz nuevamente cuando vuelva cenizas a ese que años atrás encendió mi llama...
10 años atrás:
—Enya de prisa, tenemos que salir de aquí —grita mamá mientras corre sin aliento por los pasillos en llamas del palacio, a la vez que sujeta mi mano con fuerza.
—Papá, quiero a mi papá —lloro desconsolada haciendo que el humo del fuego inunde mi garganta y me ahogue en un intento por respirar aire puro.
Mi garganta quema y los ojos me escuecen. Siento que pierdo la fuerza y los pies no me aguantan para seguir corriendo. Cubro mi nariz y boca con el pañuelo que mamá me puso en la cabeza mientras sigo llorando, pidiendo a gritos que aparezca papá.
—Majestad por aquí —dice uno de los guardias del palacio y nos guía a través de unos pasadizos que jamás había visto.
—¡Papá! ¡Quiero a mi papá! —continúo llorando con la vista afectada por el humo y las lágrimas.
—Cariño para de llorar —me toma en brazos mi madre y acuna mi cabeza en su hombro derecho sin parar de correr —papá vendrá pronto, está protegiendo el palacio de los atacantes. Recuerda que tu padre es el rey más valiente que existe.
Siento como la voz se le rompe mientras habla, sé que me miente, papá no vendrá pronto.
Llegamos a la torre donde están las habitaciones del personal de servicio del palacio.
—Aquí no las buscarán majestad —afirma el guardia que nos trajo mientras intenta abrir la atorada puerta de lo más alto de la torre —piensan que usted y la princesa escaparon en un carruaje señuelo que partió hace unos minutos desde una de las entradas traseras del palacio. Deben permanecer aquí hasta que logremos sacarlas a salvo. En este lugar no corren ningún pelig...
El guardia queda mudo una vez logra abrir la atascada puerta y los ojos de mamá se agrandan por lo que sea que haya visto. Aprieta fuerte mi cuerpo junto al suyo y vuelve a llorar. No me gusta ver llorar a mamá.
—¡Animales, bárbaros, eran solo niños! —grita conmigo en brazos y yo logro zafarme de su abrazo.
Caigo al suelo y me giro, pero prefiero no haberlo hecho, es muy feo lo que veo y no entiendo qué es lo que pasa.
Hay dos cuerpos pequeños frente a mí. No se mueven y tampoco respiran.
No parecen nada que haya visto antes. La piel de ambos está negra, como la leña de la chimenea luego de que el fuego la haya consumido. Algunas partes están rojas y hay pedazos de ropas pegadas a ellos.
Reconozco la figura de la tela que veo en el pecho de uno de ellos, es la coronita dorada del vestido que el sastre tejió para mí y que yo le regalé a Frida porque le gustaba mucho.
Frida es mi amiga, juntas jugamos a ser magas poderosas que salvan al reino de un malvado villano que quiere robarse todos los animales y dulces que hay, pero con nuestras fuerzas de hadas mágicas lo transformamos en un champiñón parlante y lo encerramos en una torre.
A Frida le gustan mucho mis vestidos, y yo le regalo algunos porque tengo muchos, además le pido a mi sastre que le haga más. Y que también elabore ropas para su hermano gemelo Aren.
Aren se burla de Frida porque dice que mis vestidos le lucen feos, pero yo creo que se ve muy linda.
Ellos son hijos de Isidora, la doncella de mamá, y mis únicos amigos en todo el mundo. Ya les prometí que cuando sea grande y mi hermano sea rey, yo voy a irme con ellos a conocer el mundo y a vivir muchas aventuras como las de los cuentos que me leen mamá, papá o Arthur.
Quiero ser una valiente guerrera que gane muchas batallas a lomo de un caballo blanco o de Ishán, el lobo negro de papá. Ser una princesa es muy aburrido
Me acerco a las dos figuras oscuras tomadas de la mano, y a pesar de que mamá intenta detenerme, logro llegar a ellos y me arrodillo cerca. Desprenden mucho calor, como si antes hubiesen estado en el fuego. Están tomados de la mano y justo al lado de la segunda figura hay una oreja de peluche como la del conejito de tela que Isidora hizo para Aren.
Algo brilla en el cuello de la figura más pequeña, la que tiene la tela en el pecho que parece mi vestido. Intento tomarla pero mamá me lo impide.
—No los toques, Enya —dice con la voz apagada y lágrimas rodando por su rostro —aún están calientes, te puedes quemar.
—¿Qué son, mamá? —le pregunto porque no logro comprender qué la aflige de ellos, yo creo que son dos muñecos que el herrero no ha terminado de hacer por culpa del ataque y por eso están calientes.
—Cariño... —intenta hablar mamá pero rompe a llorar otra vez y aprovecho para tomar lo que está en el cuello del muñeco más pequeño.
—¡Enya! ¡Tus manos! —grita mamá cuando me ve y el guardia llega a donde estoy, pero no tengo nada. Hace tiempo que el fuego no me quema. Angelina Klent, la amiga de mamá, dice que es un poder especial de ser princesa, pero mamá prefiere cambiar de tema cada vez que le pregunto.