Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 3: Que empiece la era de mi Reinado

El general Egan Clifford me mira fijo a los ojos mientras la confusión danza sobre su rostro.

Continúo encima de él y la sangre mancha nuestros cuerpos creando una escena verdaderamente caótica; él lleva la de mis krishnas, yo luzco con orgullo la de sus soldados.

El hielo de sus ojos me traspasa aplacando el fuego en mi interior. 

En un movimiento involuntario toco la herida abierta de su frente que provocó la caída, y él, sin dejar de mirarme, pasa sus manos por mi rostro en un intento por limpiar la sangre que lo baña.

Unos truenos violentos amenazan con desatar la infernal tormenta que se avecina. El cielo se encapotó de pronto, centelleando feroz como si el choque de dos fuerzas poderosas hicieran mella en él.

La lluvia cae sin piedad empapando nuestros cuerpos que continúan tumbados en el suelo, y un aullido desgarrador me devuelve a la realidad <Tana> pienso de repente y me levanto con rapidez dejando a un todavía confundido y herido general en el suelo.

El día se ha oscurecido por la tormenta y la lluvia ha logrado apagar el fuego del bosque, pero ciega el paso con su ferocidad.

Imito el aullido de mi loba intentando que me escuche y venga a mi posición. No sé bien donde estoy y el diluvio infernal que cae poco me permite ubicarme. 

Camino de un lado a otro frustrada, intentando seguir el sonido que me heló la sangre, pero no consigo encontrar a Tana.

Regreso a mi posición inicial ignorando el dolor que siento por los golpes y lesiones que la reciente contienda provocaron en mí.

Rasgo mi ropa buscando crear un torniquete con la tela en el brazo que me hirieron, y logro detener la hemorragia. Continúo llamando a Tana y aúllo con la garganta rota bajo la mirada escrutadora del militar a mis pies.

—Ragxur pricepae, comine <princesa loba, aparece> —grito y el miedo es palpable en mi voz. Ellas siempre han acudido a mí cuando las llamo.

Me concentro con la imagen de Tana en mi mente y lloro de frustración por no verla, por no sentirla, por no lograr ubicar su posición. 

Pasan los minutos y el general no habla, solo me observa desde el suelo, con la espalda apoyada a un árbol, haciendo claras muecas de dolor mientras yo sigo abusando mi mente con la imagen de mis niñas en ella.

Unos trotes atropellados captan mi atención y diviso a Súa con su pelaje blanco, hermoso y mojado, junto con parte de la manada detrás. Sé que nuestro vínculo es muy fuerte y ella debe haber sentido mi angustia para estar aquí.

Me arrodillo y la abrazo, llorando sin sentir la presencia de Tana y solo rezo porque esté bien y vuelva a mí pronto.

Me separo de mi loba solo cuando noto cómo el resto de la manada rodea al general, quien se arrastra medio sin fuerzas en el suelo con claro temor en su mirada.

Me permito apreciar su estado un instante. La herida abierta en la frente le supura y la pierna derecha no se le ve nada bien, parece estar rota. En la izquierda tiene la cortada que le hice con mi cuchillo. 

Su uniforme está deshecho por el impacto de las llamas, dejando ver su pecho parcialmente desnudo y sus musculados hombros llenos de sangre y barro. Feos hematomas, quemaduras y arañazos se pueden percibir en su rostro, torso y brazos. 

Observo sus ojos unos segundos sin que ninguno aparte la mirada, y podría jurar que se pregunta lo mismo que yo, aunque al igual que él, prefiero no hablar. 

Realmente es un hombre muy atractivo a pesar del estado en el que se encuentra.

Camino entre los lobos que lo acorralan y me agacho frente a él, acentuando su atención sobre mí.

—Ellos...

—No atacaran si no se los ordeno —lo corto tratando de calmarlo y no sé realmente por qué lo hago.

—Tú...

—Los controlo, sí —vuelvo a interrumpirlo

—¿Quién eres? —pregunta realmente intrigado.

—Pronto va a descubrirlo, se lo prometo —respondo bajo, pausado —y yo siempre cumplo con mis promesas.

Acerca su rostro al mío y toma mi cabello con sus manos, que ahora se encuentra blanco y mojado. 

—Hermoso —susurra más para él que para mí, mirando las hebras de mi pelo entre sus dedos.

Roza sus nudillos en mi mejilla y ese pequeño tacto me hace cerrar los ojos, sintiendo una inexplicable paz en mi interior. ¿Cómo es posible sentir paz frente a tu enemigo?

Miro su pierna aparentemente rota y noto cómo cada vez parece más hinchada y oscura. La herida de su frente no para de sangrar y veo cómo el color se escapa de su rostro. Es innegable que se esfuerza por no perder la conciencia. Necesita atención médica urgente. El dolor es evidente en él y sus ojos comienzan a cerrarse.

Lo ayudo a ponerse de pie de inmediato y lo logra aunque la fatiga lo domina. Con trabajo lo coloco a lomos de Rigon, un enorme lobo oscuro de la manada, y le doy la orden de dejarlo a las afueras del bosque, donde alguien pueda encontrarlo y auxiliarlo.




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