Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 4: Cautivado

Egan

Han pasado diez largos días desde el incendio al bosque que acabó con la vida de casi todos los hombres que me acompañaron. 

La tribu de esa zona invirtió los papeles, aprovechando el factor sorpresa del que pensamos gozar al acercarnos. Atacaron con todo su arsenal, dejando decenas de muertos y heridos a su paso. Cometí un error en volverlos a subestimar; un error que no me puedo permitir nuevamente.

Algunos guardias del palacio me encontraron desmayado y mal herido a las afueras del bosque. Todavía no entiendo cómo llegué hasta aquí en las condiciones que estaba. Desde entonces guardo absoluto reposo en cama, y a pesar de la mejoría de mis lesiones, me siento sumamente débil y cansado.

El ataque infligido ese día no lo puedo catalogar como un logro, ya que no lo fue. Bajo las órdenes del rey Tristan me dirigí junto a un grupo de soldados a la zona norte del bosque, donde abundan los lobos, prendimos fuego en algunos puntos del lugar para hacer salir a los indígenas que allí habitan y comenzar con la absorción de hombres a nuestras filas, minimizando de esta manera las amenazas en nuestra contra y sumando soldados al ejército de Firetown.

La operación fue un total desastre, porque los hicimos salir, sí, pero violentos y furiosos. Sus bestias se cernieron sobre nosotros como demonios en busca de almas que purgar en el inframundo, y el perfecto conocimiento del terreno les brindó el factor sorpresa que a nosotros nos falló.

Sabía desde antes de empezar que era una operación suicida, pero cuando sirves a un rey necio y caprichoso como Tristan, los años de preparación en estrategia militar no sirven de nada.

Odio estar bajo su mando, pero fui entrenado para servir a mi reino, y ahora Firetown lo es. Un reino gobernado por un idiota egocéntrico y recalcitrante, pero es mi rey y le debo respeto.

Tengo muy vagos recuerdos de esa mañana de la contienda. Luego de ser atacados por los krishnas, la danza de espadas, lanzas, cuchillos y disparos no se hizo esperar.

El escenario se convirtió en una violenta carnicería y los enormes e imponentes lobos se sumaron a la matanza desgarrando la piel de mis hombres como si rasgasen una fina y simple hoja de papel.

Yo recuerdo fuego, golpes, cortadas. Recuerdo que luché contra una mujer que parecía tener la técnica y determinación de una diosa guerrera; trataba de inmovilizarla para poderla capturar pero me era imposible. Recuerdo salir disparado a través de las llamas y caer dando vueltas por un barranco que empeoró mis heridas. Después de ahí todos son flashes vagos en mi mente.

Ojos turquesa, más sangre, dolor, cabello rojo ¿o era blanco?, lluvia, gritos, lobos y después oscuridad...

—¿Cómo se encuentra hoy, general? —la voz de Arthur me saca del abismo de mis pensamientos.

Regresó hace unos días con algunos golpes y hematomas no muy severos, pero milagrosamente vivo. 

Nos explicó que logró huir porque la tribu que lo tenía prisionero bajó la guardia cuando se desplazaban producto de nuestro ataque, y que gracias a su edad lo juzgaron como débil, por lo que no lo creyeron una amenaza, razón por la cual aún conservaba la vida, aunque no apostaba por ella de seguir ahí.

No se lo digo, pero me alegra que esté de vuelta. Me he acostumbrado a tenerlo cerca todos estos años, y a falta de la presencia de mi padre en la frontera, y en mi vida en general, a veces <y solo a veces> lo he visto como uno.

—No tengo ya dolor, pero me siento bastante cansado, con mucho sueño y algo débil —soy sincero, las heridas de mis piernas cicatrizaron bien y el resto de lesiones y quemaduras son casi imperceptibles a estas alturas, pero la sensación de cansancio sigue apoderándose de mí.

—Seguro no ha estado comiendo bien —afirma mi consejero de guerra —le diré a la doctora que lo atiende que traiga algo para usted

—No tengo mucho apetito, pero igual se lo agradezco, Arthur

La nueva doctora que tengo ha sabido hacer bien su trabajo. Me ha estado proporcionando tratamientos que han acelerado la curación de mis heridas y cicatrices. No sé qué ocurrió con el otro doctor que tuve pero esta es significativamente mejor.

A los escasos minutos llega la nombrada con una especie de bandeja que contiene un tazón humeante, y los preparados y medicamentos que me ha suministrado desde que llegó.

Me entrega el tazón que trae un caldo bastante espeso con variadas viandas y trozos de carne, mi estómago se revuelve al verlo pero me obligo a comer un poco mientras la joven de tez color canela y ojos negros le aplica los ungüentos a mis heridas.

—Debe comer, general, de otra manera no recuperará las fuerzas —me habla y lo encuentro raro, ya que pensaba que era muda, siempre tiene la cara seria y no recuerdo haberla escuchado pronunciar palabra alguna desde que llegó

Asiento con la cabeza sin responderle y se retira sin más.

—Siempre has sido un inútil, y ahora eres un inútil sin fuerzas —la voz de mi padre me hace querer devolver lo poco que he comido.

—Vaya, veo que hoy está cariñoso, Duque de Flamewood —digo refiriéndome a su reciente título nobiliario, logrando que se acerque a mí apoyado del bastón que lo ayuda a caminar, y me mire desde arriba con ojos impenetrables

—No te burles de mí, Egan. Cedí mi puesto en el ejército a un hijo incapaz de hacer algo bien. Primero capturan a tus hombres y te usan de mensajero; y luego un grupo de indignas sin fuerza ni entrenamiento militar te inhabilitan por más de una semana en cama. ¿Qué clase de general eres tú?

—La clase de general que impidió que en el último combate que estuviste perdieras la vida —le recuerdo con furia sin dejarme intimidar —y ten claro que tú no me cediste tu puesto, me lo he ganado a pulso año tras año que he dedicado a ser el mejor en lo que hago.




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