Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 8: ¡Mujer del demonio!

Tristan

Una noche, dos noches, tres noches desde el baile, desde el cumpleaños de Camille, desde el ataque... desde que la vi...

Esa mujer grita peligro por cada poro, eso se siente, yo lo siento.

Su insolencia, su irreverencia, nadie nunca me había mirado con el mentón tan alto y la actitud tan clara. Nadie nunca desde... ella... pero ella ya no está hace mucho, y a pesar de eso, este corazón detenido, hace tres noches, volvió a latir.

Es de locos, lo sé. No la conozco, también lo sé. ¿Pero qué puedo hacer si todo se vuelve a repetir? Un baile, una extraña, un punto de inflexión...

La vida es tan jodidamente cruel, yo soy tan jodidamente estúpido y el karma es una jodida mierda...

Estoy loco, perdí la cordura hace muchos años y he aprendido a vivir con ello, porque cuando le vendes tu alma al diablo la lucidez es una tortura.

...

Frente a mí la dama de hierro hierve dando paso a los gritos del pobre infeliz que se cocina dentro, y a mi derecha el general observa la escena con una sádica satisfacción en el rostro. 

Está tan enfermo como yo, solo que él se esconde tras un uniforme y yo tras una corona, pero en el fondo ambos somos dos demonios que se nutren de la misma energía oscura.

El metal ardiendo se enrojece y yo cierro los ojos perdido en el placer que me otorga el sufrimiento ajeno. 

Tal vez el hombre de ahí dentro no merecía ese final, tal vez una muerte sin dolor depuraría mi alma inmortal. Pero escucharlos rogar, suplicar y gritar, alimenta mi oscuro ser y si esta es mi condena, estoy dispuesto a seguirla pagando, de cuerpo en cuerpo...

Salgo de las cámaras de tortura luego de varias horas, y un cabello llameante captura mi atención. Me deslizo a una esquina contraria a su posición y la veo moverse de forma sigilosa, casi parece levitar cuando camina. Observa a sus lados precavida y se escabulle por los pasillos del palacio en total silencio, luce como una profesional en esto.

La sigo, manteniendo la distancia, cuando uno de los guardias que captó sus movimientos se dispone a interceptarla. A medio camino se encuentra conmigo y con una mirada le ordeno que regrese por donde venía sin hacer ruido, necesito saber que se trae la marquesa.

Baja la escalera trasera por la que se mueve el personal del palacio, y continúa por el largo pasillo hasta la zona de servicio. 

Los sirvientes la observan sin mirarla a la cara, tienen prohibido dirigirse a cualquiera que no sea de su posición si no se les ordena, y menos mirarlos a los ojos 

Ella esconde el rostro disimuladamente y atraviesa la instancia hasta las torres donde están los dormitorios del servicio, mirando todo a su alrededor con sumo cuidado.

Sigo sus pasos sin que sospeche que voy tras ella y la veo subir hasta la parte más alta de la torre del servicio, y detenerse frente a una puerta —esa que no ha sido abierta durante años— ¿qué hace aquí?

Toma el pomo y lo gira con un poco de esfuerzo, este cede bajo su agarre y la habitación que he evitado pisar por más de diez años se muestra frente a mí. Ella se queda mirándolo todo demasiado quieta, no puedo verle el rostro porque se encuentra de espaldas a mí.

Las capas de polvo se acumulan en el suelo, las cortinas y sábanas gastadas están ligeramente comidas por los insectos. Todo el ambiente se nota lúgubre, triste, y el pequeño esqueleto de un niño que se divisa desde mi posición, casi a la entrada de la habitación, no mejora la vista. 

Ella sigue sin emitir sonido, solo entra dejando abierta la puerta y yo me acerco aún en silencio sin que me note, posicionándome en la entrada.

—¿Va a entrar, majestad, o prefiere seguir espiándome en silencio? —me sobresalto cuando se dirige a mí de esa manera ¿sabía que la seguía?

—Buenas noches, marquesa, no era mi intención seguirla, pero sus movimientos han llamado mi atención —digo por fin colocándome tras ella, a centímetros de su cuerpo.

—¿Sabía usted que es de muy mala educación espiar a las personas? Esperaba más de sus modales rey Tristan.

Sonrío levemente elevando una de las comisuras de mi boca y me regocijo con su irreverencia. Es una mujer de armas tomar y me lo ha dejado claro en nuestros efímeros encuentros.

—¿Qué hace aquí? —cuestiono intrigado.

—Soy una mujer curiosa y veo que su castillo guarda más de un secreto —alega pasando su mirada por la instancia y deteniendo la vista en el pequeño esqueleto a su derecha, no logro escuchar lo que sus ojos gritan y tal cosa me perturba. 

No parece sobresaltada, extrañada, afligida, asustada o ninguna de las reacciones que esperaría en su lugar; solo observa todo con inusual familiaridad y me mira sin hablar.

—No debería estar levantada —decido ignorar el tema anterior por ahora —fue usted herida hace apenas tres noches —ella mira su abdomen donde se encuentra la lesión y vuelve a dirigir la atención a mi rostro, atravesándome con esas dos cuentas turquesa que guardan más secretos de los que aparenta.

—Herida, no mutilada —responde con soberbia y yo siento ganas de callar sus labios rojos con un beso castigador que le arranque esa altanería. ¡Chiquilla insolente y mal agradecida!

La tomo rápidamente y con fuerza de una de sus muñecas y su rostro pasa de la sorpresa a la rabia en nanosegundos.

—¿Qué hace? Suélteme ahora mismo —forcejea y la venda de su mano se mueve un poco dejando a la vista una pequeña mancha de color rojizo que oculta el resto de su forma en la cinta blanca que la cubre.

Me dispongo a preguntarle sobre esta pero tira de su brazo con fuerza para zafarse de mi agarre, y el gesto de dolor que se refleja en su rostro no pasa desapercibido para mí, haciéndome olvidar la dirección que habían tomado mis pensamientos.




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