Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capitulo 10: Poder dormido

Enya

La cabeza me palpita mientras me tumbo en una cama dejando que Cristel cure mi herida. Estoy agotada, pero no por mis esfuerzos del día, sino por todo aquello que aún me falta por hacer para acabar con Tristan. Son muchos los involucrados en mi plan de venganza, como también son demasiados los afectados por las paranoias y la maldad desmedida de mi hermano. 

Una cosa es estructurar ideas desde la distancia, imaginar perfectamente paso por paso de un plan que se supone perfecto; pero otra muy distinta es enfrentar la realidad al vivirla. Al conocer de forma directa los obstáculos que se deben saltar, y aquellos a los que inevitablemente debes pasarles por encima.

En una guerra son más los que pierden que los que ganan, pero me aterra comenzar a dar vueltas en círculos para evitar sacar de en medio aquello que en un inicio no me importaba.  

No sé qué voy a hacer, por primera vez en mi vida no tengo un plan, pero en el riesgo está la victoria <o la destrucción>

Solo estoy segura de algo, y es que debo acabar con Tristan cueste lo que cueste. 

Ese ser que miró a su propia hermana a los ojos y no la reconoció. Pero cómo lo va a hacer, si se enorgullece de haber acabado con ella.

Sin embargo, nunca se imaginó que el destino jugaría a mi favor cuando en un giro inesperado, sus ojos dibujaron toda la lujuria que sintieron al verme, todo el asqueroso deseo que sin proponérmelo desperté en un ser enfermo y decadente.

Mi hermano, mi único hermano está encaprichado conmigo. Le gusto, me desea y no se molesta en ocultarlo. ¿Acaso eso está bien? No, claro que no, es una locura, pero él está demente.

Tristan ha perdido la cordura por completo, no queda rastro de ese niño que un día fue. Su mirada está vacía, hueca. Lo miro y solo veo desolación y penumbras.

Estos días en el palacio me dediqué a verlo, a observarlo. Disfruta de la maldad, es sádico, inclemente, temperamental; pero también puede ser el hombre más atento y cordial que existe. Tiene cambios de humor constantes y más de una vez se le ha visto hablando solo.

Un rey demente es un peligro, la historia de otras naciones lo ha demostrado durante siglos. Ceder el poder a la insensatez solo trae desequilibrio y destrucción; pero resulta que a mí me encanta el caos...

Voy a aprovecharme de la falta de cordura de mi hermano, voy a convertirme en su debilidad más latente y voy a dejarlo en los escombros irreparables de un imperio destinado al fracaso. Él será el Rey Loco y yo su antítesis, su némesis, su oposición, el desbalance que lo hunda y lo humille. Ya ni siquiera priorizo el poder, mi necesidad más imperante es destruirlo...

Observo a Cristel mezclar plantas y posiciones para curar mi herida. Los remedios de mi Dotriza han servido para acelerar el proceso de sanación de la cicatriz. Mi cuerpo —al igual que el del general— se ha recuperado del disparo el doble de rápido de lo que lo haría bajo condiciones normales, gracias a los remedios de los krishnas.

Infiltrarla como la doctora de Egan, tal cual le pedí en la aldea a Arthur, no fue complicado. El médico que atendía con anterioridad al general fue untado con una suma importante de ácoras —la moneda oficial del reino— y desapareció por un asunto familiar de gran importancia, dejando a "su mejor aprendiz" a cargo de la labor.

Mi viejo amigo ha sido una pieza clave en mi plan de venganza. Tengo a muchos de mis hombres pululando dentro de la seguridad del palacio, pero aún así, todavía me quedan cientos de cabos por atar.

Hay hombres que le son fieles al reino, a la corona, y por tanto a Tristan; hombres que darían la vida por él sin pensarlo. Nobles acaudalados que manejan grandes cantidades de poder y gente a su servicio; y con esos es con los que más cuidado debo tener. No sé cómo, pero tengo que ponerlos de mi parte.

Hace dos horas estamos en un pequeño hostal a las afueras de la ciudad. Una joven fue pagada en el puerto para que usara mi ropa y subiera al barco que me llevaría a Trecia, ciudad donde supuestamente nació la marquesa Isabel Bridgeth. La chica que se haría pasar por mí no podía quitarse la capucha hasta que el barco no hubiere zarpado.

Una vez que los guardias de Tristan me vieron subir a la embarcación y partir, se marcharon del puerto a dar parte a su rey.

Fue entonces cuando escoltada por mis krishnas llegué a la apartada posada a las afueras del pueblo donde ahora me encuentro, es muy poco frecuentada y eso nos da cierta tranquilidad. Aquí aprovecho para lavar bien mi cabello, eliminando todo rastro de pintura roja en él. Vuelve a ser blanco y brillante. <Ya lo extrañaba>

Las horas pasan sin mucho que hacer, pero debo esperar a que caiga la noche para enrutarme jungla adentro, en busca del asentamiento de los krishnas. Mi hogar.  

Cuando el reloj marca la medianoche, abrocho la capucha en mi cabeza y me dirijo fuera del hostal, cuidando de no ser vista, o al menos, de no ser reconocida.

Una hora de camino más tarde llegamos a la entrada del bosque, desde donde nos espera un largo recorrido hasta la aldea de los krishnas. Subimos a los dos caballos atados a un árbol que se habían preparado para nuestro viaje, y continuamos la marcha.

Los grupos de ojos color ámbar que se adivinan tras los arbustos me tranquilizan, la manada está aquí y podemos adentrarnos en la jungla seguros.

Galopamos toda la noche alumbrados por antorchas, no quiero perder tiempo descansando, puesto que los líderes de las tribus hermanas están por llegar a la aldea.

Todo el día siguiente de recorrido, con solo una parada de dos horas para descansar, comer algo y dar de beber a los caballos; nos acerca a nuestro destino cuando vemos la bifurcación que anuncia el último tramo antes de arribar a la aldea.




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