Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 11: Señal de alerta

Pasé el resto de la tarde junto a Tana y una afligida Súa que había perdido a todos sus cachorros envenenados, sólo sobrevivió mi pequeña guerrera, la fiel copia de su madre. Mi pesar es grande y juro encontrar a los culpables de esta situación y hacerlos pagar.

Luego del extraño final de la reunión, el líder de los Repcapis se arrodilló a mis pies pidiendo perdón, sumido en un profundo estado de conmoción y sorpresa, pero aún así, no mucho más que el mío. Aunque no termino de acostumbrarme ni me agradan esas muestras de adoración, al menos sirven para que me escuchen y ayuden a salvar las tribus de la locura de mi hermano.

Una de las dotrizas de la aldea ayudó al hombre con la quemadura que sin intención le hice, y yo por mi parte terminé de organizar y planear el siguiente paso contra el ejército real y su rey.

—¿Por qué no les contaste que ya tenemos infiltrados varios hombres en el ejército? —había preguntado el Krishno luego de la reunión.

—Porque no confío en ninguno, y los seguiré vigilando desde dentro, no puedo arriesgarme a que nos traicionen, si no saben que tenemos hombres infiltrados antes del ataque, no pueden delatarnos.

—Te has convertido en una mujer extraordinaria, mi pequeña cabellos de luna, no tengo nada más que enseñarte ya —sonrió con nostalgia el Krishno y me hizo recordar la noche en que llegué a la aldea.

Era una niña asustada y triste de apenas 10 años. Había vivido la típica infancia de una princesa sobreprotegida y feliz, y de pronto me encontraba huyendo del palacio después de ver morir a mis padres, y escapando del doloroso final que me prometía mi propio hermano.

Estaba cubierta de sangre, tierra, lágrimas y ampollas. Mi cabello era una maraña de hojas y polvo, y los ojos los tenía rojos e hinchados de tanto llorar.

Los lobos crearon un círculo a mí alrededor para protegerme de aquel tirador que acabó con la vida del guardia que me ayudó a escapar del palacio, y arremetieron contra él sin piedad, desmembrándolo y acallando sus gritos en el instante que varios pares de colmillos afilados desgarraron la carne de su cuello, desprendiendo su cabeza del tronco. 

Me había desmayado al sentirlos acercarse a mí, pero recobré poco a poco la conciencia a la vez que veía la escalofriante escena que se quedaría grabada en mis retinas.

Todo ocurrió frente a mis ojos y no parpadeé un instante, guardando la imagen de aquel sujeto en mi cerebro, junto a la visión de los lobos ensangrentados, atacando furiosos para salvar mi vida. 

No sentí miedo de ellos, sino de mí por no asustarme.

Todavía me da miedo no sentir nada cuando mato o mando a matar; cuando ordeno a mis lobos desmembrar y desgarrar la piel de quien creo una amenaza para mí o para alguno de los míos; cuando observo gustosa las torturas que yo misma propicio; cuando veo a la muerte a la cara y me rio de ella.

Y sí, me da miedo, porque eso solo significa que mi humanidad se pierde en la bruma de la venganza, y temo que llegue el momento en que el demonio en que me convirtieron se apodere de todo mi ser.

Los lobos me guiaron a la aldea de los krishnas y una vez aquí mi mente no soportó más, y perdí el conocimiento, esta vez por completo. A partir de entonces todo fueron sombras y oscuridad hasta el amanecer. 

Supe al otro día por el líder de la tribu y su esposa —la Ulika— quienes me cuidaron, arroparon y desde ese día adoptaron como suya; que grité en sueños, lloré, y más tarde vieron mi cabello cambiar por lo que mi cabeza reproducía mientras yo dormía. Supieron entonces que estaban frente a la diosa guerrera —Nefyte— de la que tantas leyendas habían. La hija del fuego y las bestias, la salvadora del reino y la única amenaza del demonio que acecha desde las sombras.

Siempre vi todo lo que me contaban como simples historias de fantasía que se creaban para entretener, pero crecí y comprendí que todo era real y no sé qué me asusta más: si el ser una leyenda viviente o el hecho de que de ser así, deba enfrentarme a todas y cada una de las profecías escritas en el Moonlak o mostradas a la Ulika durante sus trances espirituales.

Los primeros meses en la tribu de los krishnas fueron difíciles. Tuve que aprender a sobrevivir, tuve que recomponerme de haber perdido a mi familia y aceptar el hecho de que yo también morí esa noche. Nadie más que el Krishno y la Ulika conocen mi verdadero nombre en la aldea y quien en realidad soy.

Aprendí a cazar, a comer de la tierra, a dormir en el suelo, a escalar, a pelear...

Lloré muchas noches seguidas en las que quería morir para no seguir viviendo así.

El dolor consume o te hace fuerte, de ti depende qué prefieres que haga contigo...

Fueron esas las palabras del Krishno la noche que intenté quitarme la vida en las aguas del río que tiempo después se convirtió en mi refugio.

Ese día entendí que estaba siendo una cobarde y había estado a punto de tomar el camino más fácil. 

La muerte no siempre trae paz, aunque acabe con los problemas y dolores de nuestra vida; por eso hay que esperar a que sea ella quien nos busque, no debemos llamarla. 

¿Qué sentido tiene no luchar por lo que se quiere conseguir? ¿Por qué rendirnos sin siquiera intentarlo? Si la vida me estaba dando otra oportunidad, me agarraría a ella con fuerza titánica.

El destino no quiso que yo muriera la noche que me rompieron el alma. Yo era una chica curiosa y quería descubrir por qué la vida y ese mismo destino inclemente me querían viva, debía saber qué tenían preparado para mí. 

Tenía que ganarle la carrera a la muerte y aprender a reírme en su cara; y eso hice desde ese día en que Súa me sacó casi inconsciente de lo más profundo del río. Dediqué mis días a preparar mi venganza, a volverme poderosa e indestructible.




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