Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 13: La Diosa de las Bestias

Este capítulo marca el fin de la primera etapa de la historia, y realmente me costó muchísimo escribirlo, pero era necesario. Espero que lo disfruten y sigan leyendo para conocer el desenlace de este enredo que se está formando. Un abrazo bien grande y agradezco que hayan llegado hasta aquí.

Enya

—Salgamos de aquí antes que este lugar se empiece a llenar de mercenarios —habla el general y como puedo me incorporo tratando de avanzar —Arthur, adelántate con la tropa y busca despistarlos, si la entregamos ahora Tristan la matará. Y ese es un privilegio que me reservo para mí, pero solo cuando ella pueda defenderse —dice mirando mi deplorable estado, y al menos debo atribuirle el honor que la acción le merece.

—¿Qué sentido tiene dejarme vivir ahora, si después piensa matarme? —cuestiono casi sin fuerzas pues me duele hasta respirar, y mi amigo me mira riñéndome con el gesto —¿No es mejor hacerlo ahora que lo tiene fácil y acabar con ello? ¿O es que le gusta jugar al gato y al ratón, general? —planeo erguirme frente a él para darle más convicción a mis palabras, pero las piernas me fallan y caigo a sus pies.

Arthur intenta levantarme y en ese momento Egan lo interrumpe y se agacha frente a mí.

Tuerce el gesto dedicándome una sonrisa ladina que en silencio me advierte que de nada me vale la actitud arrogante cuando en realidad me dejaron hecha una piltrafa.

—No tientes tu suerte, niña —brama con voz firme.

—No lo hago —pongo las manos en el suelo tragándome el dolor que el esfuerzo de impulsarme para tratar de ponerme de pie me provoca. No lo logro y vuelvo a caer.

—El día que te mate, será en un combate donde te defenderás como la guerrera que eres, no necesito la ventaja que me da tu estado actual, y tu no mereces la cobardía de reducirte a esto para poder acabar contigo. —Me señala dándoles mayor significado a sus palabras y se pone de pie. 

—Se va a arrepentir de esto —le advierto de forma amenazante.

—Es muy probable —responde brindándome su mano para ayudarme a levantarme, pero la rechazo y me pongo de pie con mucho esfuerzo y dolor, pero sola.

Ambos hombres hacen un muy mal esfuerzo de esconder una sonrisa, pero prefiero ignorarlos antes de seguirme humillando.

Miro a mis lobas que observan expectantes, y la sangre en el pelaje de Súa comprime mi pecho, se ve débil y siento miedo. 

Egan sigue mi mirada y toma una llave de la argolla donde cuelga el resto, abriendo las celdas de mis niñas. Primero saca a Tana que lo mira con desconfianza pero con una mirada mía olvida la pose de alerta; y luego ayuda a salir a Súa, con cuidado de no lastimarla más. Yo observo la escena entre conmovida y anonadada.

—Ellas me salvaron la vida hace algunas noches atrás —dice ante la expresión confundida de mi rostro —al menos esta lo hizo —señala a Súa —y pretendo devolverle el favor.

Rasga su camisa haciendo un experto torniquete alrededor del cuerpo de mi loba, logrando detener un poco el sangrado de la herida, ella suelta pequeños quejidos de dolor pero se deja hacer sin rechistar, y yo estoy a punto de levantar un altar a este hombre por lograr tal proeza.

Luego se levanta y camina a mi posición. Sus ojos se encuentran con los míos y una sensación extrañamente electrizante recorre mi adolorido cuerpo. Señala la herida en mi abdomen y acerca sus manos a la chaqueta.

—¿Puedo? —cuestiona y yo asiento sin dejar de mirar sus ojos.

Con cuidado abre la tela de la chaqueta y mi desnudez se hace presente. No es la primera vez que me ve de esta manera, pero a diferencia de aquella ocasión en su tienda de campaña, ahora sí me siento algo cohibida ante su mirada, a pesar de que esta se concentra solo en la herida.

—¿Cómo te hiciste eso? — pregunta por la herida de bala en mi abdomen y siento que la garganta se me seca a falta de respuestas que no delaten mi papel jugado ante él —esta herida se abrió, así que no fue hecha anoche en el ataque, aunque sí es reciente.

—En la selva se corren muchos peligros —digo solamente y él asiente aunque no muy convencido.

Pone el resto de lo que quedaba de su camisa alrededor de mi cintura, apretando la herida que me duele pero lo aguanto, para prevenir que vuelva a sangrar o que llegue a infestarse. Aunque esto último es muy probable si no le doy atención pronto.

Se abrocha la chaqueta de su uniforme ocultando su torso desnudo tras la tela negra y dorada de la misma; y yo cambio bruscamente la vista de su cuerpo cuando me atrapa mirándolo. Lo escucho reír por lo bajo a mí las mejillas se me calientan por la vergüenza.

<Tonta, Enya, tonta>

—¿Puedes caminar? —asiento con la cabeza sin hablar y entonces toma mi mano saliendo de la oscura, maloliente y tétrica habitación en la que estamos, seguidos por mis lobas y Arthur.

Atravesamos la puerta y llegamos a una pequeñísima instancia con suelo de tierra y una mesa de madera donde yace el cadáver de uno de los hombres que antes me torturaba; tiene un tiro en medio de la frente. A sus pies, su compañero —el mismo al que prometí algo antes —respira aún con dificultad, sangre brota de su boca y el disparo en su espalda parece haber alcanzado uno de sus pulmones.

—¿Te niegas a morir, verdad? —ironiza el general tomando su arma y apuntando a la cabeza del mercenario. Detengo su mano antes que dispare y me observa confundido.

Miro a sus ojos que nuevamente me atrapan en un hechizo irreal y llevo mis manos a la cinturilla de su pantalón ante su atenta mirada. Tomo la daga que guarda aquí y con dificultad camino hacia el hombre que agoniza.

Reprimo un quejido al agacharme ante él, y en un rápido movimiento me siento a horcajadas en su regazo, ignorando el dolor que me atraviesa. 




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