Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 18: Cuídate de los monstruos

Egan

Escuché gritos de pánico provenientes de alguna parte de la casa alejada a mi habitación, pero tan fuertes que lograba captarlos incluso en mi estado somnoliento.

El estruendo de un puñetazo, seguido por una bofetada y la voz de mi hermana maldiciendo, fue lo que puso en alerta mis sentidos y todo estado aletargado desapareció de mí.

<<Elina>>

Salté de la cama descalzo y no me molesté en calzarme los pies. Al abrir la puerta de mi habitación, Beltrán, nuestro mayordomo, intentó hacerme volver a la cama, y lo aparté con más fuerza de la que hubiese querido, pero mi hermana corría peligro y tenía que ayudarla.

—Joven Egan, es muy tarde y todos duermen, vuelva a la cama por favor —escuché a Beltrán a mis espaldas, pero lo ignoré bajando apresurado las escaleras.

Vi a papá subir con la cabeza gacha y cara cansada. Últimamente ha estado trabajando demasiado, el puesto que tiene en el ejército consume mucho tiempo y esfuerzo de su parte.

A veces quisiera tener una familia normal. Una donde papá llegue a casa temprano y mamá cuide de Elina y de mí, brindándonos ese amor y calor materno que los demás chicos que conozco tienen, y que yo jamás he experimentado. Pero la vida es injusta. Y a veces el poder y el dinero te alejan del amor.

Dejé de escuchar los gritos desde que salí de mi habitación, y papá se ve bastante tranquilo como para que algo esté pasando con mi hermana, pero necesito verla para asegurarme que estaba teniendo una pesadilla y ella está bien.

Papá me observa algo extrañado y sus ojos se ensanchan mientras me detiene por los hombros con fuerza y mira a sus espaldas.

Su uniforme está deshecho y huele a alcohol, no viene del cuartel, seguro estaba en la taberna que últimamente frecuenta mucho.

—Egan, ¿qué pasa, por qué corres?

—Papá —respondo agitado por la carrera —Elina... algo pasa con Elina.

Él contrae su gesto y se queda viéndome por unos segundos antes de responder.

—Tu hermana debe estar durmiendo en su habitación, seguro tuviste una pesadilla. No pasa nada, vuelve a dormir.

Estoy a punto de hacerle caso, cuando un disparo estridente hace eco en el silencio de la noche. El disparo vino del ala este de la casa.

Sin pensarlo, agarro el arma que sobresale del cinturón de mi padre y la empuño con fuerza, corriendo asustado en dirección al sonido.

Observo cómo dos hombres con las ropas desarregladas, sin cinturones y con las pretinas de sus pantalones abiertas, salen corriendo del despacho de papá, en dirección a las puertas traseras de la mansión.

Disparo sin analizar y acierto en la pierna de uno de ellos.

Intento alcanzarlo pero el grito desgarrador que viene del despacho re direcciona mis pasos y los hombres logran escapar.

Cuando entro, siento mi alma desprenderse de mi cuerpo al encontrar la figura semidesnuda de mi hermana sobre el enorme escritorio que tiene padre en su despacho.

Ella llora casi sin fuerzas y su rostro está hinchado y golpeado.

Sangre sale de su boca y de la parte baja de su anatomía, sus ropas rasgadas comprimen mi corazón. Pero lo más desgarrador de todo es la cantidad desmesurada de sangre que sale de su estómago y ella intenta contener con sus manos inútilmente.

Me acerco a ella de prisa, mis manos temblando en el camino. Arrojo el arma de papá al suelo y aprieto sus manos con las mías, haciendo presión en la herida como nos enseñan en el ejército.

Mis dedos al instante se llenan de su sangre y ella me observa con lágrimas en los ojos. Los míos la imitan sin poderlo evitar y gruesos lagrimones comienzan a bajar por mis mejillas.

—Elina —sollozo su nombre y ella pone una de sus manos en mi mejilla derecha, puedo sentir sus dedos mojados de su propia sangre pringar la zona, pero no me importa.

—No llores, pequeño —susurra casi sin fuerzas. —Recuerda que te amo.

—No te despidas de mí, te prohíbo hacer eso, tú vas a ponerte bien.

Ella sonríe melancólica y noto la ironía al prohibirle algo a mi hermana mayor.

—No cierres los ojos, hermana —le digo desesperado al ver cómo sus párpados se cierran y su rostro cada vez está más pálido, anunciando lo peor.

Papá llega y su mirada observa la escena con terror.

—Llama a un médico papá, corre —le grito pero él se acerca a su hija, casi tan pálido como ella, con los ojos sobre su herida.

—Elina —susurra poniendo una mano en su frente y el llanto de mi hermana se agudiza.

—¿Por qué, papá? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?

Cuestiona con dificultad y mi padre cierra los ojos unos segundos antes de abrirlos y acariciar su rostro ensangrentado. Sus ojos se vuelven oscuros con cada palabra.

—Porque el mundo está lleno de monstruos, pequeña.

Ella imita su gesto de antes al cerrar sus ojos y suspira con dificultad, acción que la hace toser y escupir sangre.

—Elina —lloro al ver cómo la vida de mi hermana se escapa de entre mis manos sin poder hacer nada.

—Cuídate de los monstruos, Egan —me dice mirándome fijo y sus manos pierden fuerza en su agarre, cayendo inmóviles a sus lados.

La sangre ha caído por el escritorio, formando un enorme charco carmesí en el piso, y el cadáver inerte de mi hermana yace sobre la oscura madera, devolviéndome una mirada fría y vacía.

Cuídate de los monstruos...

Me despierto sudoroso recordando esas últimas palabras de mi hermana, y me dirijo al baño de la habitación, donde lavo mi cara con cuidado, observando mi reflejo oscuro en el espejo.

Las pesadillas sobre la muerte de Elina han atormentado mi existencia desde que la vi morir en mis brazos.

Aun recuerdo la cara de espanto de Beltrán —nuestro mayordomo— cuando le apunté con el arma de papá en medio de las cejas y acabé con su vida ahí mismo.




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