Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 19: El rey de las sombras

Egan

Mi piel arde como si las llamas de la explosión hubiesen ido todas a parar sobre ella. La cabeza me da vueltas y siento mi cuerpo contonearse mientras soy transportado sobre algo. Los ojos me pesan y aún me cuesta respirar.

El canto de un ave que jamás había escuchado captura mis sentidos y elevo la vista para divisar la figura borrosa de un águila de plumas doradas y carmesí. La luz que la rodea es realmente hermosa, aunque los temblores que recorren mi cuerpo seguidos de sudoraciones frías pueden hacer que esté alucinando, y nada de esto sea real.

¿Habré muerto?

Los ojos me pesan en demasía y la vista se me nubla aún más, hasta que la oscuridad vuelve a apoderarse de mí.

Elina está tendida sobre un altar de fuego y sus gritos resuenan por toda la tenebrosa sala.

Hay sombras que se reflejan de un lugar a otro y murmullos en el aire que dejan una estela de muerte y perdición.

¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?

La sangre sigue brotando del cuerpo de mi hermana como río que se apresura a llegar al mar. Su herida no cierra, el espeso líquido carmesí no coagula y mientras tanto ella sufre tendida sobre ese altar de piedra y fuego.

Elina —le grito pero no me escucha —Elina —vuelvo a llamarla mientras me acerco a su posición —Elina—desgarro mi garganta cuando la veo desfallecer.

Esto otra vez no, por favor. No puedo ver morir otra vez a mi hermana.

Un fuego oscuro se eleva y ella vuelve a despertarse sobre el altar.

Elina —la llamo ahora que las llamas han cesado y me observa asustada.

—Aléjate de mí —grita intentando tapar con sus manos todo su cuerpo mientras se arrastra hacia atrás, maltratando la piel de sus muslos y piernas donde ya tenía feas excoriaciones.

Elina soy yo, tu hermano.

—Basta —sigue arrastrándose hasta caer del altar de piedra, pero aún así, no deja de retroceder —déjenme en paz, no merezco esto —llora y la impotencia me nubla la razón.

—Mírame —la tomo con fuerza de los hombros obligándola a ponerse de pie, y aprisiono su cuerpo contra el mío, en un abrazo que aprieta mi corazón porque sé que no es real, no puede serlo.

—Egan —habla cuando aflojo el abrazo y sus ojos se encuentran con los míos —Egan, ¿qué haces aquí? ¿por qué llegaste tan rápido?

—Hermana, ¿qué es este lugar? ¿Qué te han hecho?

La alejo para detallara. Está pálida, tiene la piel del rostro pegada a las mejillas y los labios agrietados y sin color. Dos grandes círculos oscuros se reflejan bajo sus ojos y los huesos de la clavícula, los omóplatos, las costillas... sobresalen en su piel. Está delgada, demasiado si soy sincero. No entiendo cómo sigue consciente con tal nivel evidente de desnutrición.

No llega a responderme porque el llanto se apodera de ella y solo la abrazo acercándola a mí con fuerza, como si quisiera fundirla conmigo para evitar que siga sufriendo.

—Tienes que irte de aquí, es peligroso que te quedes mucho tiempo, podrías no regresar —logra decir entre sollozos.

—¿De qué hablas? —cuestiono confundido —¿Qué tipo de pesadilla es esta?

—Una bastante real, y bastante tenebrosa —responde haciendo temblar su cuerpo entero, no sé si por frío, por miedo, o ambas. —En este lugar las sombras se vuelven reales y toman fuerza. Tienes que irte antes que él te encuentre.

—¿Él? ¿Quién es él?

—El Rey de las Sombras.

Una risa escandalosa y frenética resuena a nuestro alrededor, haciendo que Elina se estremezca y sus temblores se hagan más fuertes.

—Está aquí —susurra realmente asustada —volvió y me va a hacer daño —llora —no dejes que me haga daño, Egan, no dejes que me lastime más.

—¿De quién hablas, Elina? —cuestiono más que preocupado.

—Ya te lo dije —grita volviendo al altar, como si el dolor que sufría ahí fuera menor que el que ella piensa que le espera si ese ser del que habla la atrapa —él es el rey de las sombras, de la oscuridad, del mal. Es el rey de la muerte.

—¡Oh, querida! —una voz fuerte y grave hace eco en las paredes, y la sombra de alguien se acerca a la rara habitación sumida en las tinieblas —Me halaga que me veas como el amo y señor de todo lo que puede ocasionar dolor y destrucción —canturrea un hombre alto, vestido completamente de negro y con el rostro oculto en la oscuridad del lugar. —Pero los reyes son criaturas manipulables, egocéntricas, débiles y fácilmente derrocables. Y sobre todo, son asquerosamente mortales.

Se para de espaldas a mí, frente al altar de piedra y fuego oscuro donde yace mi hermana, quien se acerca a él como un cachorro indefenso en busca de las migajas del cariño que le puede dar aquel que lo maltrata, lo lastima, pero al que siempre vuelven como si fuese su salvador.

—En cambio —continúa hablando mientras con los nudillos le roza la mejilla izquierda a Elina —los dioses somos seres superiores. Poderosos, letales e indestructibles —finaliza y se gira hacia mí.

Desde mi posición solo puedo ver sus blancos dientes en una sonrisa perturbadora.

—Bienvenido a mi humilde morada, general Egan —me habla y realiza una tonta reverencia.

—¿Estoy muerto? —es lo único que a mi adormilada mente se le ocurre preguntar.

—No está dentro de mis planes acabar con tu insulsa existencia aún —musita como si disponer sobre la vida de alguien fuera un juego para él —primero tienes que encontrar a Enya y traerla ante mí.




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