Tristan
—Mi bella Kaia —rodeo la figura de la morena de ojos verdes que se encuentra de pie en medio de mi despacho —mi hermosa, peligrosa e indescifrable Kaia —me paro frente a ella y miro fijo a sus profundos y almendrados ojos verdes —estoy debatiéndome en este instante sobre qué hacer contigo. Y para que veas que soy un hombre caballeroso e indulgente, voy a dejar que seas tú quien escoja.
—No le tengo miedo, majestad —murmura con los dientes apretados, alzando el mentón y achinando los ojos con un gesto de odio claro en ellos. ¡Me encanta esto!
—¿No? —cuestiono con burla —Deberías. Soy un hombre bien peligroso, pequeña ave.
Se queda en silencio sin despegar sus ojos de los míos. Es una mujer realmente hermosa.
Alta, delgada, con unas curvas exuberantes y unos pechos turgentes y redondos. Tiene el cabello negro como la más oscura noche, recogido en una larga trenza que le pasa por encima del hombro derecho, cayendo por el costado de su cuerpo hasta alcanzar sus caderas. Sus ojos color esmeralda me estudian gritando tantas cosas que su boca prefiere callar; y el tatuaje de la pluma en su brazo izquierdo resalta por sobre el color aceitunado de su piel. Indiscutible y peligrosamente hermosa.
—Veamos —continúo acercándome a ella y tomando su larga trenza entre mis dedos —puedo encadenarte al cepo dejando que los aldeanos te avienten aquello que les pase por la mente; puedo arrojarte al foso y hacerte luchar con cuanta criatura hambrienta se me ocurra; puedes, en su lugar, escoger la arena y luchar a muerte con mis mejores guerreros; o puedo simplemente encerrarte en una húmeda, oscura y asquerosa celda, y dejar que te pudras ahí dentro, haciendo desaparecer esa belleza hechizante que tienes cuando la locura y el hambre te hagan arrancarte pedazos de tu propia piel. ¿Qué va a ser, pequeña ave?
Sus ojos me miran con asco mientras su rostro se muestra impasible. Lo único que delata el impacto de mis palabras es la solitaria gota de sudor que resbala por su cuello, la cual me apresuro a atrapar con la punta de mi lengua, dejando que su sabor y olor se apoderen de mis sentidos, provocando una respuesta inmediata en mí.
Ella da dos pasos hacia atrás, privándome con ello de su cercanía y calor. Yergo mi cuerpo y la repaso con una sonrisa lasciva en el rostro que levanta media comisura de mis labios. No puedo negar que las mujeres como ella son mi debilidad. Si tan solo tuviera el cabello rojo, sería una perdición para mí.
—Máteme de una vez y acabemos con esto —pronuncia y sus labios se mueven de una forma lenta y sensual. Tal vez no sea su intención, pero no puede evitar proyectarse con tal magnetismo y feminidad, a pesar de la rudeza que intenta aparentar.
—¿Y acabar tan rápido con la diversión? Eso no funciona para mí. —Vuelvo a acercarme y ella retrocede, quedando atrapada entre mi cuerpo y el escritorio.
Mi pecho roza su nariz y alza la mirada clavándola nuevamente en la mía. Su respiración se acelera cuando paso delicadamente los dedos por su brazo derecho, desde el hombro hasta el dorso de la mano. La siento estremecerse bajo mi tacto. Si le pregunto me dirá que es por odio. Prefiero callar para que no tenga que mentirme.
El sonido de la puerta al cerrarse fuerte es lo que hace que me aleje y permita que el pecho de la pequeña ave se desinfle y vuelva a acompasar su respiración.
—¿Interrumpo algo? —la voz de Althina resuena en el despacho. El deje receloso de la diabla me hace curvar las comisuras de los labios.
—Acabo de decidir que la señorita Kaia va a hacer uso de su nuevo cargo en el ejército de la nación, sirviendo directamente en la guardia del palacio; más concretamente en la seguridad personal del propio rey —asevero.
—Majestad, no me parece lo más conveniente —protesta la pelirroja —No podemos confiar en esta mujer. Lo amenazó apenas los presentaron; es la líder de una tribu extremadamente peligrosa y engañosa, sus mujeres han hecho caer a grandes guerreros a lo largo de la historia. Utilizan sus atributos —la estudia de pies a cabeza con gesto desdeñoso mientras continúa hablando —para meterse en sus mentes y volverlos títeres. No podría permitir que algo así le pase a usted.
—¿Por quién me tomas? —inquiero algo ofendido ante sus palabras. —Parecieras no conocerme ¿Piensas que es muy fácil que me hechicen los encantos de una simple mujer? —miro de arriba abajo a Kaia —las he tenido mejores —finalizo con desdén.
—No desconfío de sus intenciones, majestad, sino de las de ella. En la explosión reciente prefirió auxiliar a aquel salvaje que preocuparse por usted. Impidió que mataran al extraño pájaro que vieron de regreso al palacio, y para colmo, no baja la cabeza como cualquier otro sirviente, en su lugar se muestra irreverente y altanera.
>>Mis hombres están en todos lados y siempre me alertan de lo que se muestra como una amenaza para usted. Déjeme enseñarle modales —pide posicionándose detrás de la mentada y colocando su daga de tres curvas en su garganta.
Los reflejos de la pelinegra no se hacen esperar y toma con fuerza la mano de Althina, doblegándola en una llave experta que la lleva a retorcerse y bajar la guardia, dándole la oportunidad a la joven Eligtus de ocupar la posición que tenía antes la diabla.
Con la propia daga de la pelirroja le hace un fino corte en la garganta, dejando que un delgado hilillo de sangre baje por la hoja y recorra la clavícula de la ya no tan valiente líder de mi ejército de las sombras.
—Tócame de nuevo y te abro la yugular —advierte la pelinegra y la mujer que tiene apresada se retuerce, logrando que el filo de la daga maltrate más su garganta, lo que la hace maldecir y protestar por la molestia.
Yo solo observo divertido —y algo excitado— lo que ocurre ante mis ojos. Apoyo mi peso en el brazo de uno de los muebles de la sala y disfruto de la escena, mientras me paso suavemente los dedos por los labios y sonrío deleitándome de la técnica de Kaia y las protestas de Althina. Definitivamente tengo que mantener cerca y contenta a la pequeña ave.