Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 23: Cidris

Enya

Las luces del alba me atrapan entrenando a Súa e Ishán. Crecen a velocidad vertiginosa y es algo que agradezco, dado que me siento más tranquila si pueden cuidarse solos.

Pocos saben quién realmente soy, pero muchos conocen mi mayor debilidad, y esos son mis lobos. Si quieren herirme realmente, si buscan cavar más profundo en el oscuro pozo de mi alma, pues saben que atacándolos a ellos me hieren de muerte a mí.

Solo que cada vez que lo hacen renazco más poderosa; con cada caída vuelvo a levantarme más oscura, y eso es algo con lo que ninguno de mis enemigos cuenta.

Soy como el mitológico ave fénix, quién cuando crees que se volvió cenizas, renace de estas y se alza nuevamente.

Los golpes me han vuelto invencible, y con cada luna más poderosa, no hay nada que vaya a frenar mi ascenso, ni nadie que impida mi venganza. Es o Tristan o yo, en este mundo no cabemos los dos; y un rey nunca ha podido vencer a un dios... a una diosa en esta ocasión.

Las palabras de la Cerinie hacen eco en mi mente de un momento a otro, mientras veo a la pequeña Súa inmovilizar al indómito Ishán bajo su peso.

—Quién lo despierta lo duerme...

Las pronunció justo después de que el general hubiese confesado haber sido testigo de la declaración de un ser oscuro donde le revelaba que solo él era capaz de debilitarme.

Al parecer sí hay alguien que puede vencerme, y ese alguien descansa plácidamente en la cabaña detrás de mí.

No puedo permitir que hayan fallos en mis planes, no puedo dejar que Egan sea capaz de detenerme, no voy a darle al general la oportunidad de debilitarme.

Tomo el puñal que llevo amarrado al tobillo y sigilosamente entro en la cabaña donde se encuentra.

Está profundamente dormido, su respiración es lenta, acompasada, los párpados los tiene suavemente cerrados y una de sus manos descansa en su pecho mientras la otra la tiene a un lado de su cuerpo.

Lleva el torso desnudo y la pretina del pantalón la observo abierta sobre la tan masculina que se le marca en la cintura.

El pecho le sube y baja lento mientras lo detallo dormir olvidando el objetivo por el que entré aquí. La luz que pasa por la ventana le impacta en el rostro dándole un aspecto tan angelical que nadie juraría que ese hombre dirige un ejército de asesinos expertos gobernados por un rey sin escrúpulos.

Se mueve sutilmente y entreabre los labios mientras pasa saliva. Rápidamente despierto del hechizo en el que entré cuando lo vi en ese estado de paz, recordando por qué estoy aquí, y dándome fuerzas para llevar a cabo ese objetivo.

Me acerco a hurtadillas y doblo el cuerpo sobre él. Alzo la mano en la que traigo el puñal y lo pego a su cuello viendo cómo su barbilla se refleja en el filo de la hoja.

Mi cabello cae suelto hacia adelante sin llegar a tocar su rostro, y lo imagino bañado de sangre cuando rebane su garganta sin piedad.

El filo de mi arma está en posición, y nunca antes había sentido lo que ahora siento al tener que acabar con la vida de alguien.

El pulso me tiembla y la respiración se me acelera. Escucho mi corazón latir en mis oídos y una gota de sudor baja por mis sienes hasta morir en mi cuello, a pesar de lo fría que comenzó la mañana.

Decido no pensar más y solo actuar, aprieto con fuerza la empuñadura de mi arma y cuento hasta tres.

Uno... dos...

—¿Necesitas que te enseñe cómo se hace o sigo esperando a que te decidas? —habla el general sin abrir los ojos y me sobresalto provocando que el puñal arañe su garganta, lo que hace que una pequeña gota de sangre ruede por la hoja hasta la punta.

Abre los ojos lentamente y ese azul casi imposible impacta con los míos mientras sonríe burlón mirando mi cara de espanto. ¡Ahora sí que quiero matarlo!

—¡Idiota! —lo insulto con toda intención —¿Cómo me das esos sustos? ¡Podía haberte matado!

—¿No era esa la idea que tenías al entrar? —cuestiona aún divertido —¿O solo querías verme dormir?

Siento vergüenza, y la vergüenza me pone violenta. Empuño nuevamente mi arma decidida a terminar lo que empecé, pero él me toma de la mano y tira con fuerza de mí, haciéndome rodar sobre su cuerpo y caer de espaldas en la cama, soltando el puñal con el impacto.

Me sujeta los brazos por encima de la cabeza con una sola mano y se inclina sobre mí riendo de esa forma que me dan deseos de sacarle los dientes con una de las creativas pinzas de los krishnas.

—¡Suéltame! —forcejeo.

—Los dos sabemos que puedes soltarte tú sola —susurra con voz ronca de recién levantado pero sin perder la burla en su tono —no te estoy aguantando con fuerza.

Siento mis mejillas arder por el rubor que debe estarse acumulando en ellas y Egan me observa de forma tierna mientras suelta mis manos y pasa delicadamente sus nudillos por mis mejillas.

Nos miramos a los ojos unos segundos y siento su pecho desnudo acercarse al mío. Mi corazón late de prisa debajo de este y lo empujo con fuerza mientras con un brinco salgo de la cama y me paro a su lado entrelazando mis dedos.

Él ahoga una sonrisa y se pasa una mano por la barbilla estudiándome de pies a cabeza en un gesto que vuelve a ponerme nerviosa.

¿Qué diablos me pasa?

—¿Por qué no apretaste el puñal? —pregunta de pronto sentándose en la cama con las piernas cruzadas?

—Recordé que todavía necesito tu ayuda.

—Yo creo que no fue específicamente por eso —ladea los labios.

—¿A no? —cuestiono ofendida

—No —afirma sin perder la diversión.

—¿Y por qué fue entonces, señor sabelotodo?

—Porque te gusto —dice sencillamente y estira sus piernas poniendo las manos detrás de su cabeza para recostarse a la pared —Estás loquita por mí.




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