Egan
La noche cayó cuando llegamos a la aldea de donde partimos antes de la batalla contra los brujos oscuros llamados Doomers.
Ayne me confió que aquí es donde se encuentra la mayor parte de refugiados, aunque yo solo he visto unos pocos centinelas vigilando, en su mayoría guerreras eligtus. Es inconfundible la apariencia de los pertenecientes a esta tribu con respecto al resto de ellas.
También sé que la manada de lobos se ubica casi completa en los alrededores, pero como dije antes, saben camuflarse muy bien.
La mujer de hermosos cabellos blancos a mi lado me confesó que desde temprano tiene una sensación agridulce que la carcome, y yo no estoy muy lejos de sentir lo mismo, aunque no sabría cómo explicarlo. Por un lado me encuentro extrañamente feliz por aquello que hemos vivido juntos los últimos días, pero por otro no logro sacarme esa nefasta corazonada, es una impresión de desasosiego complicada de ignorar.
Sé que hemos intentado ahogar todo remordimiento o premonición desagradable en las caricias del otro, y eso es realmente un muy buen incentivo, pero es algo anclado con profundidad y difícil de reprimir. Tal vez por la culpa de tener que matarnos y terminar deseándonos como animales irracionales que se dejan llevar por sus emociones más básicas y primitivas.
La temperatura ha bajado considerablemente y las pieles que me cubren apenas logran aislarme del frío que me hiela, aunque a diferencia de la noche en la cueva, ella no parece estarse congelando, podría jurar que la adrenalina la mantiene caliente, sé que está a la expectativa de algo y el no saber qué la pone inquieta y alerta.
Ishán, el lobo negro de ojos rojos que cada vez está más grande, juega con Súa y juntos persiguen una familia de pequeños patitos que por aquí pasan rumbo a la laguna que se encuentra cerca al río Luna de Plata.
Nos sentamos en el tronco de un árbol, delante de la fogata que juntos encendimos, y yo encuentro paz al abrazarla desde atrás, ayudándonos mutuamente a entrar en calor (está claro que ahora mismo lo necesito más que ella) mientras observamos el cielo estrellado que se ha quedado luego de la nevada de más temprano.
—Deberíamos entrar a la cabaña —le susurro al oído y ella se estremece entre mis brazos y gira la cabeza para mirarme. Beso la punta de su nariz que comienza a enrojecerse y sonríe —está comenzando a hacer mucho frío, no me extrañaría que volviera a nevar nuevamente.
Ella asiente y se pone de pie ayudándome a hacer lo mismo. La tomo por la cintura y beso castamente sus labios que se mantienen cálidos y la siento sonreír con la acción.
—Vamos —asiente —tengo que contarte algo muy importante.
Alzo una ceja curioso y me toma de la mano comenzando a andar hacia la pequeña cabaña.
El aullar de Súa e Ishán nos detiene y llevamos instintivamente la mano hacia las armas que cargamos encima. Ayne sostiene la daga que tenía en el pantalón y yo cargo mi revolver listo para disparar.
La luz del fuego alumbra la figura de la chica del cabello azul que se acerca a nosotros con claro temor en el rostro. Luce nerviosa, desesperada, ojerosa, y el pálpito que he sentido durante todo el día se acrecienta cuando la tengo de frente. Sé que la mujer a mi lado siente lo mismo porque aprieta mi mano con fuerza. La presencia de la cerinie aquí no puede significar nada bueno, y menos en las condiciones que llega.
—¡Cleissy! —exclama Ayne asombrada y suelta mi mano para acercarse más a la chica.
—Veo que no hiciste caso a mis advertencias —murmura la nombrada, quien no pasó por alto nuestras manos entrelazadas.
—Todo está bajo control, no te preocupes, Tristan... —intenta decir ella pero Cleissy la detiene.
¿Tristan? ¿Qué tiene que ver Tristan en todo esto y por qué siento que lo nombra con tanta familiaridad?
—Tristan es el menor de tus problemas ahora mismo, En... Nefyte —vocifera la cerinie.
—¿Qué ocurre? —quiero saber y la princesa de las hadas me mira indecisa.
—Ocurre que todo lo que podía salir mal, salió mal —confiesa y el color escapa del rostro de Ayne. —Tengo que hablar contigo —dice refiriéndose a la reina loba y esta asiente.
Unos pasos a lo lejos nos interrumpen y vemos acercarse la figura de dos hombres junto a dos bestias enormes. El león y el lobo de color marrón rojizo que no había visto antes se adelantan y justo detrás de ellos avanzan los dos rubios (uno con el cabello más claro que el otro) hasta llegar a nosotros.
Reconozco al líder de los layoris y al de los krishnas en cuanto la luz de la fogata alumbra sus rostros. Kilian y Uriel me observan desconfiados a la par que sorprendidos, y la mujer de cabellos blancos avanza hacia ellos para abrazarlos. Ambos le devuelven el gesto pero no dejan de mirarme mientras lo hacen.
—General —habla el dueño del león que se detiene frente a mí —no pensamos que siguiera con vida —dice mientras se acerca y me estrecha la mano en señal de saludo. Es de mi tamaño y complexión similar a la mía.
—Reconfortante la fe de mis soldados en mí —correspondo al saludo y el layori dibuja una media sonrisa en los labios.
—No nos malentienda, general —llega Uriel y me saluda de igual forma que Kilian —nos alegra que siga con vida, solo que tras tantos días desaparecido nos temimos lo peor, ninguna de las patrullas de búsqueda que envió el rey dio con su paradero —mira a la chica que se pone a mi lado y enarca una ceja —ya veo por qué.
—Nuestra Nefyte conoce la jungla como nadie —vuelve a hablar Kilian y en este momento no le veo la sonrisa que siempre lleva —estoy seguro que ella supo cuidar de usted muy bien.
—Ya basta los dos —interviene la nombrada —imagino que si están aquí no es para visitarme, ¿qué ocurre?
—Nada bueno —afirma el krishna.