Narrador omnisciente
Los lobos aullaron a la luna roja que se lucía en el cielo, presagiando la sangre que adornaría la jungla en muy pocas horas.
Enya temía, claro que lo hacía, pero no dejaría que el miedo le impidiera poner a salvo a su gente y acabar de una vez por todas con su hermano.
El cuerno sonó a lo lejos y supo que la primera oleada de los ejércitos de Tristan estaba cerca. Vio antorchas aproximarse de prisa sobre el trote de los caballos, y se aferró a la espada que brillaba en su mano derecha, mientras con la otra empuñó su escudo y respiró profundo canalizando toda la energía que fluía por su cuerpo, dándole paso a los efectos de la adrenalina.
—Uriel, las barreras —gritó a quien quería como a un hermano, y el rubio asintió agilizando a los hombres que tiraron de las enormes y gruesas cuerdas que alzaban la cerca de estacas y púas que aislarían la aldea dándoles una pequeña ventaja contra sus enemigos.
Miró a su ejército, tenía un buen número, pero en su mayoría no eran guerreros. Le dolía no poder frenar a los ancianos, mujeres y adolescentes que se alzaron a su lado, buscando impedir de una vez por todas los avances de Tristan y ponerle punto final a la batalla que llevaba más de una década gestándose en sus entrañas.
Sus ojos se cruzaron con los del general que esta vez peleaba nuevamente de su lado, y una sensación revitalizante la embargó. No vio odio en su mirada, pero entendía que tal vez no era el momento para dejar fluir sentimientos que quería mantener ahogándose.
Las primeras flechas del bando enemigo pasaron la muralla de púas, pero eran pocas en comparación con la tropa que habían contado.
—Mantengan el muro de escudos y que los arqueros disparen desde atrás —vociferó Egan y los nativos dudaron, les resultaba extraño tener al general del bando enemigo luchando en sus filas.
—Ya escucharon —gritó Kilian —¿qué esperan?
La barrera de escudos se creció ante ellos, y los arqueros obedecieron lanzando las flechas que impactaron directo contra muchos hombres de Tristan que se encontraban al frente, intentando derribar la muralla de estacas y púas.
—El general está con ellos —bramó uno de los soldados uniformados —nos ha traicio... sus palabras murieron cuando una espada atravesó su garganta y entonces se escuchó cómo muchos de ellos acababan con el resto.
Enya bajó su escudo y miró la sangrienta y confusa escena. No entendía por qué se mataban unos a otros, y fue entonces cuando reconoció a Egil, uno de sus mejores guerreros krishnas, y líder del primer grupo enviado a infiltrarse en el palacio, aquel que Arthur se las arregló para hacer entrar.
—¡Vivan nuestra Nefyte y las tribus del bosque! —exclamó Egil y el coro se elevó en aquella noche roja.
La victoria llegó de la mano de sus hombres, contaba alrededor de cincuenta y Enya se sintió más segura ahora con ellos ahí.
—Levanten las barreras —gritó la reina loba y las cercas de espinas se alzaron para dejar entrar al ejército krishna.
—Nefyte —se inclinó Egil delante de ella, hincando una rodilla en el suelo y entregándole su espada cubierta de sangre —esta sangre es para usted, representa una muestra de toda la que esta noche vamos a derramar en su nombre. Muchos de los nuestros están en camino dispuestos a acabar con su vida, pero le juro que les haremos pagar su traición.
Ella tomó con sus dedos la sangre goteante de la espada y la esparció por su rostro en hileras carmesí. El olor metálico la embriagó y esa parte oscura dentro suyo luchó más que nunca por salir. Solo la presencia de su Amkíe junto a ella permitió que la humanidad no la abandonara por completo en una noche donde el sadismo estaba servido.
Bajó hasta la posición de su soldado y lo alzó con ella dándole un abrazo con cuidado de no lastimarse con el arma.
—Gracias por estar aquí —susurró al hombre y este asintió besando su cabeza.
—Siempre, princesa, reina y Nefyte —afirmó él y el general llegó a su posición mirando la escena con algo de recelo.
—¿Alguna otra sorpresa que me vaya a encontrar por tu parte? —preguntó a Enya y esta dibujó una media sonrisa ladeando un poco la cabeza.
La chica se inclinó apoyada en el hombro de Egan y rozó los labios por su oído mientras le susurraba: —Muchas, general.
Él aclaró su garganta y la vio a los ojos cuando la princesa de Firetown se alejaba. Esos ojos gritaron tantas cosas que su boca mantenía en silencio y que estaba seguro que lo volverían loco tarde o temprano.
—¿Cómo es que están aquí? —preguntó Enya a Egil.
—El rey nos envió a buscar a Uriel y Kilian luego que se descubriera su fuga —explica —en el bosque nos encontramos con una de las patrullas destinadas a rastrear al general —mira a su "jefe" y sonríe —está claro que no lo iban a encontrar —puntúa y Enya observa a Egan mientras este último niega visiblemente —se unieron a nuestro propósito, y gracias a que muchos de ellos eran repcapis todavía fieles a ti, contamos ahora con más espadas dispuestas a defenderte.
—¿Por qué no enviar a todas las tropas de una vez? —cuestiona Uriel.