Balior Ignus
Al fin tenía bajo mi poder a Enya Ignus. Al fin la amenaza que me había atormentado durante algún tiempo estaba neutralizada.
Cuando usé mi persuasión en Tristan para que atacara el palacio y asesinara a sus padres, lo hice con el principal objetivo de acabar con la pequeña de cabellos blancos que estaba destinada a eliminarme. Luego supe que la habían incinerado y entré en cólera.
Los cerinies que mueren por culpa del fuego, o a los que les cortan la cabeza, dejan de existir para siempre en cualquier plano. Y la pequeña bastarda todavía era necesaria en mis planes para regresar, oportunidad que pensé que me habían robado los idiotas que calcinaron su pequeño cuerpo.
Durante años busqué la forma de volver a Ocerón, pero solo lograba volverme cada vez más visible, aunque sin dejar de ser una sombra, un fantasma. Necesitaba ser corpóreo a como diera lugar para vengarme de Cidris y poner a sus habitantes a mis pies. Yo sería el rey de los tres mundos, pero desde aquí, desde Aekris, no podía.
Ahora esa carta vuelve a estar sobre la mesa y el inicio de mi venganza comienza.
Llegó la hora de mi reinado...
Camino por el largo pasillo lleno de gritos y lamentos. Observo los confines de mi reino por las pequeñas ventanas que se extienden a lo largo del corredor. Mi palacio queda en lo alto de una colina y me regodeo con la vista. Todo negro, todo sombras y oscuridad. Muy pronto el mundo será de esta forma.
Mis demonios alados sobrevuelan los cielos relampagueantes y desde aquí escucho su canto perturbador.
A mi derecha las jaulas de torturas están llenas de aquellos que se niegan a doblegarse ante mí, o que su sufrimiento eterno los trae hasta acá, en un ciclo sin fin.
Más y más almas llegan a diario, y yo soy el encargado de decidir su destino a partir de que cruzan el umbral hasta mi reino. El sufrimiento me da poder, y el poder me vuelve cada vez más imparable.
Llego a la última puerta del pasillo y abro el cerrojo. Esta celda no es como las demás, aquí no llega el dolor de fuera. La decoración muestra sus preferencias y todo está diseñado para que se sienta feliz y cómoda, para que esté a gusto. Ella se niega a aceptar que aquí se siente bien, pero yo sé que en el fondo, es el mejor lugar donde puede estar. En mi mundo, reinando a mi lado, como debe ser.
Desde que supe que Enya seguía con vida, he dado la orden de pasarla por cada cámara de dolor y pena que hay en el reino. Odio que me mientan, y ella llevaba años haciéndolo, necesitaba ser castigada. No me gusta verla sufrir, pero no podía permitir que me viera la cara de idiota y no recibir un escarmiento.
Me siente y alza la mirada, tiene entre las manos un pañuelo que ella misma ha bordado, y lo aprieta con fuerza cuando me ve.
Está sentada en su cama y el olor a ella es lo primero que mi olfato capta cuando me adentro en la habitación. Ese olor dulce que me embriaga y me postra a sus pies. Es una liberación placentera en comparación con el constante olor a azufre de afuera, pero luego de un rato, sigo prefiriendo la fragancia a muerte y desolación de Aekris.
—Buenos días, amor —le hablo y no me responde, sigue con la mirada fija en mis ojos y el mentón elevado en señal de irreverencia. —Tengo una sorpresa para ti. Te traje a alguien que seguramente alegrará tu estancia aquí dentro, pero no te acostumbres a su presencia, ya que cuando obtenga lo que necesito, dejará de existir para siempre.
Sus ojos se agrandan y el miedo es palpable en su rostro.
—¿Qué has hecho? —pregunta preocupada.
—¡Oh! Yo nada, querida. Bien sabes que no me gusta ensuciarme las manos, y menos con estúpidos cerinies. El rey de Firetown me hizo todo el trabajo. Mi pequeño demonio nunca me decepciona —hago una pausa estudiando su expresión. El color ha abandonado su hermoso rostro y una pequeña lágrima rueda por sus mejillas —A él también lo tendrás muy pronto por aquí, podrán retomar el tiempo perdido. Después de todo, tiene que heredar el trono de su padre algún día.
Ella se levanta de la cama y se lanza sobre mí. Le tomo los brazos e impido sus golpes. Está débil, mucho, y mi interés es que continúe así.
—¿Quién está aquí? —grita —Habla, Balior —sigue desgarrando su garganta y forcejeando cuando la abrazo contra mi pecho. Aspiro el olor de su cabello y se siente como el sol en mi piel, al menos el recuerdo que de ello tengo, ya que aquí solo hay tinieblas e invierno.
—Pronto, querida, no seas impaciente. Ya casi van a reunirse.
Salgo de la habitación y vuelvo a encerrarla. Sus gritos resuenan por todo el pasillo y yo ladeo una sonrisa mientras avanzo hacia mi siguiente destino.
La prisionera ya ha sido encadenada. Su cuerpo desnudo cuelga del techo como un animal cualquiera. Tiene la espalda enrojecida y sangrando, las marcas de los latigazos le dejaron un bonito dibujo en su pálida piel.
—Enya Ignus —susurro despacio y ella alza la cabeza casi sin fuerzas para mirarme. Su cara también está amoratada y ensangrentada, casi irreconocible. —Bienvenida a mi humilde morada.
Ella escupe con asco a mi posición y me quito más sangre que impacta contra mi rostro con una sonrisa.
—Voy a tener que enseñarte modales, princesa.
—Eres un miserable, repulsivo, Balior —dice muy bajo y sin que se lo espere cruzo su cara con un fuerte golpe que la hace escupir más líquido carmesí.
—Voy a tener que enseñarte modales, esa no es forma de hablarle a tu tío.
—Tú no eres nada mío —habla entre dientes y casi no se le entiende lo que dice.
—Puedes preguntarle a tu padre —hago una pausa dramática y me llevo la mano a la boca como si hubiese cometido un grave error —Oh, no, perdón, que no tienes. Yo hice que lo mataran, pero como no quería verlo ni siquiera aquí, también lo hice desaparecer definitivamente.