Reina Maldita

8

POV. Christopher.

-¡Rey! Han encontrado las cabezas decapitadas de sus guardias.

-¿¡Que!?- alce mi voz con ira- Llévame inmediatamente hacia el lugar.

El joven asintió con nerviosismo, podía oler su miedo desde mi asiento.

¿Como era posible aquello?

Nuestros pasos eran paresurados, nos dirigiamos hacia el interior del salón principal donde siempre concurria Cassandra para tocar su piano.

-Dejaron una nota sobre el rostro de uno de ellos, una pluma se encontraba inscrutrada en su ojo derecho.

-Pero.. ¿Quien puede ser tan desalmado para provocar una muerte así?- musite observando como tres cabezas de mis mejores guardias se encontraban en diferentes lanzas posadas sobre la pared, la sangre escocia sobre sus rostros envolviendolos en su rojo oscuro.

>>Quiero que moritoren quienes entran y salen de aquí. ¿Has entendido?- pregunté quitando con brusquedad el pedazo de papel entre sus extremidades.

-Aún no sabemos quien pudo haber entrado a este lugar sin siquiera llamar la atención del personal.

-Esto no puede ocurrir. ¡No puede ocurrir!.

Mis ojos se abrieron abruptamente, mi respiración se paralizó perpleja.

Esto recién es el comienzo, Christopher.

-¿¡Quien ha sido el maldito responsable de esto!?- grité nuevamente nublado por el enfado.

-La reina..

-¿¡De que jodida reina me hablas!?- murmure con agriedad.

-Alice, señor- balbuceo- Alice Camberleck.

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POV. Alice Camberleck.

A veces las cosas se complican a nuestro alrededor, nuestra vida da un giro inesperado causando que nuestro interior cambie notoriamente.

Nos obligamos continuamente a cambiar con el fin de volvernos despiadados, dejamos que el odio nos consuma y cometemos errores imperdonables.

Pero.. ¿Que sucedería si esos errores fueran los necesarios para realmente madurar?

Las personas tienden a ser egoístas con quienes conocen por miedo a ser conocidas, temen abrirse por completo a alguien que quizás no valga la pena.

Pero en realidad nada valdrá la pena si permites que lastimen tu alma sin piedad.

Es por eso que creamos una coraza repleta de muros sobre nuestro corazón, prohibendole la entrada a todo aquel que en verdad desee nuestra felicidad.

Herimos al prójimo como método de defensa con la sospecha que podrá lastimarnos, y nos equivocamos, una y otra vez incontrolables veces.

Y cuando tomamos la decisión de cambiar, de mostrar nuestro verdadero ser llega alguien que jamás esperábamos y nos rompe nuevamente.

Pero este no es una persona desconocida, si no más que tu propia familia que te obliga a sufrir con sus rechazos, sus aberraciones se instalan en tu pecho como puñales y entonces deseas con todas tus fuerzas que aquello jamás hubiese sucedido.

Deseas no haber permitido mostrarte tal cual eres, deseas no haber permitido conocerte en verdad.

Y vuelves a cambiar, convirtiendote en una persona desalmada, fría y sin sentimientos.

Aceptando la realidad, siendo todo aquello que alguna más aborreciste.

Y cambias para siempre...

-Abuela, cuentame una historia- murmuró mi pequeña en brazos de Elizabeth, esta la observó con dulzura antes de asentir.

-Érase una vez- comenzó a relatar observando mi rostro- Dos jóvenes hermanas cuyo amor sobrepasaba las fronteras del mundo, se protegían ante cualquier mal que les acechara y se mantenían unidas en cada momento. Pero siempre dicen que la felicidad jamás es por siempre...
Un día un extraño ruido les alertó, la noche era presente ante sus manos unidas observando la Luna. El viento impactaba con violencia sobre sus rostros creando aullidos desgarradores a su alrededor. Las hermanas sabían lo que aquello significaba, su hora había llegado y con ello la separación de su unión.

>>Promesas rotas, murmullos envueltos de dolor; todo era un caos pero la noche aún no acababa, una promesa y una traición se completarian formando un círculo en el cual una de ellas tendría que luchar por la vida de la otra. Pero... Nadie sabía que el dolor era tan grande que se transformaría en odio por solamente salvarse a si mismas, dos grandes guerreras con un destino desgarrador.

-¿Que sucedio, abuela?- murmuró con sueño Lucero.

-Ellas se odiaron, jamás salvaron a la otra y con ello rompieron sus corazones sin piedad. Ambas hermanas eran de inmensa importancia, al complementarse serían el antídoto que tanto necesitaba el mundo para salvarse de una inminente condena.
Eran conocidas como las mellizas perfectas, porque jamás discutían, siempre se mostraban unidad sonrientes y felices. Muchas personas tenían envidia del amor que las envolvía convirtiendo su alrededor en un mejor lugar.
Sólo con un hechizo maldito basto para que la felicidad acabase..

-¿Como se llamaban las hermanas..?- susurró antes de caer dormida.

-Cassandra y Elizabeth.. Más conocidas como la familia Camberleck.

Oh por todos los jodidos dioses.

¿Que..?

-Tu.. ¿Tu eres hermana de Cassandra?

-Si, Alice- afirmó paralizando mi cuerpo ante la sorpesa- Soy su hermana y tu tía...

-Pero..- titubee- ¿Como es posible que fueran mellizas si no tienen ningún parecido en común?

-Comúnmente es normal que mellizos sean diferentes, algunos morenos y otros rubios. Pero si te fijas con detenimiento podrás notar nuestras facciones son notoramiente iguales.

-Yo- suspire pasando mis manos sobre mi rostro- Esto es demasiado, Elizabeth. ¿Qué más tengo que saber?

-Lucero es tu verdadera hija.

-¿Que?- reí con ironia, aquella situación comenzaba a fastidiarme- ¡Claro que es mi hija! No biológicamente pero lo es.

-No, no- negó observando a la pequeña dormir- Ella será tu hija en tu próxima vida. Es parte de ti, ella es tu verdadera hija.




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