Reina sin reino

Capítulo 18

Corro desesperada por el bosque, busco una salida o un escondite, quiero ir a un lugar donde Alddea no tenga la potestad de reclamarme. Jadeo mientras no me detengo, hace mucho tiempo que mi vestido se rompió, casi no queda nada de la parte superior de la falda del vestido, estoy casi con la ropa interior al descubierto, suerte que siempre llevo pantalones. No me detengo, aunque ni los veo ni los escucho.

Cada paso que doy, aumento la distancia con Alddea, no quiero seguir aquí, no quiero. Huyo por vivir, por lograr escapar de las cadenas que me han puesto. Sigo corriendo a pesar de que mis pulmones queman, arden como si tuviese vanadio en ellos. No me siento cómoda, hace poco me perseguían desde cerca y ahora no veo ningún guardia.

La primera flecha pasa cerca de mi oreja, oigo el silbido al pasar por al lado. Doy un pequeño grito antes de acelerar mis pasos, no voy a llegar. Estoy tan cerca y sé que no voy a llegar, ellos son más, no llevan una falda que les impide la mayoría de sus movimientos y por supuesto no les están disparando flechas.

La primera flecha me da en el gemelo, desgarra lo que queda del vestido, y mis pantalones y se clava. Reprimo un grito de dolor y con la flecha sigo corriendo por el bosque. La segunda me hace una herida que quema, el ardor se propaga por mi brazo pero no me detengo, sigo corriendo por mi vida. La tercera flecha me da en la columna, caigo con un grito estridente que hace que los pájaros salgan huyendo de los árboles.

Miro lo hermosa que está la luna esta noche, una lágrima de derrota baja por mi mejilla antes de ver los ojos oscuros de uno de los guardias de palacio.

– Debo reconocer tu intento.- le sonrío sin dejar de llorar.- Recogerla.

Siento un par de manos agarrar mi hombros y otro par mis tobillos y me suben a una camilla. Dejo caer mi cabeza a un lado, veo un hermosa loba blanca que se esconde peligrosa y sigilosa entre los arbustos, le sonrío. De mi boca sale un hilo de sangre, no van a dejar que muera, solo me esclavizan con el vanadio.

– No luches, no aún.- escucho una voz en mi cabeza.- Aguanta un poco más.

– Duele.- es mi respuesta a esa voz que me acompaña desde pequeña y que hacía mucho no escuchaba.

Despierto bañada en sudor aunque no hace para nada calor, despierto asustada. Me encantaría no haber tenido contacto nuevamente con el vanadio, eso me hacía guardar los recuerdos dolorosos en un parte de mi cerebro y no recordarlos jamás pero encontrarme con el metal los ha revivido todos. Cada noche uno nuevo, cada noche uno más cercano a mi cumpleaños número dieciocho.

Me levanto con cuidado de la cama, las antorchas de fuera están encendidas así que tienen que estar custodiando mi puerta los dos Vestar. Doy pequeños pasos hasta llegar al pasadizo que descubrí hace poco, me lleva hasta abajo, ojalá me llevase hasta fuera del castillo pero a esos guardias es más fácil darles esquinazo que a los dos que vigilan día y noche mi puerta.

Al llegar abajo llevo mucho cuidado, doy pasos pequeños, silenciosos y seguros hasta llegar a las cocinas, que como es normal a estas horas están cerradas. Hoy, quizás enfurezca a mis dos vigilantes pero tengo la necesidad de hacer la locura que estoy a punto de cometer. Corro rápido por los jardines hasta llegar a la puerta secundaria.

– Duquesa Bultor, ¿qué la trae por aquí?- me pregunta uno de los guardias.

– Quiero salir de palacio, no creí que las puertas principales fuesen las adecuadas.

– ¿Sola?

– Si quieren pueden acompañarme.

– No podemos dejar estas puertas sin protección señora, vaya con cuidado.- me abren las puertas y me dejan salir.

Las calles están desiertas, miro la luna como siempre tan bonita y acompañada de las miles de estrellas que la rodean. Me cubro la cara con la capa que me prestó el primer día el rey y camino por las sombras de la calle, evitando a los pobres mendigos que duermen en las calles. La oscuridad ha sido siempre mi amiga.

Paso por las calles como si las conociese, solo he pasado por ellas tres veces desde que estoy en palacio, y una de ellas fue como prisionera aunque parece que nadie me puso mucha atención. Nadie excepto la persona de aquella nota que encontré esta mañana en mi cama. Quise decirle a alguien de ella, pero luego me arrepentí, pedía que fuese yo sola y claro que puede ser una trampa pero por eso mismo es que no puedo decirles, no puedo poner sus vidas en riesgo por una simple intuición, aunque Krein y Daven entenderían que se trata de algo de mi don el resto no lo saben.

Llego hasta la casa de la que hablaba la nota, toco tres veces la puerta como me han indicado que haga. La puerta se abre dejando ver a un hombre alto y de tez igual de oscura que la mía, debe de ser alguien del sur que ahora vive aquí.

– ¿Quién eres?

– Me pidieron que viniese aquí.- quito la capa de mi cabeza y la dejo caer en mis hombros.

– Entra.- me pide el hombre.- Emmi.- llama el hombre a una mujer.

– ¿Viniste?- una mujer de cabellos rubios, mirada dulce y una sonrisa aún más dulce me recibe calidamente. - Eres como te describen.

La mujer se queda mirándome por unos largos segundos, parece maravillada con mi presencia. Su sonrisa llega hasta sus ojos, no despego mi mirada de ella que parece un ser de luz, un ser perteneciente al sol con sus cabellos rubios y su piel dorada, hermosa.

– Louis, prepara unos tes.

– Enseguida.

– Vamos querida, ven conmigo.

Sigo a la mujer hasta lo que parece ser la sala de estar de la casa, acogedora y con un símbolo que reconozco a la perfección y no porque sea el escudo de Alddea o de los cazadores, sino porque lo he visto en sueños muchas veces. Una casa del sur desaparecida hace demasiado, un reino que pereció en la batalla inacabada, que pereció por traidores a pesar de ser de los más grandes reinos.

– Ilsis.- digo mirando el escudo, veo los dos lobos enormes y las espinas a su alrededor, todo de color rojo pasión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.