El cuerpo de Esko tirado sobre el suelo, rodeado de su propia sangre, sin vida, me hace despertar gritando, bañada en sudor frío y lágrimas.
Me paso la mano por el pelo peinándomelo hacia atrás mientras busco a mi lado el candente contacto de Riot, pese a que sé que no estará ahí. Porque él ya no duerme conmigo. Ya no habla conmigo.
Oigo unos pasos por el pasillo, rápidos pero cuidadosos; pero en cuanto siento que se detienen ante mi puerta, me quedo en silencio total, expectante, por si algo pasa.
Nadie llama a mi puerta, nadie pregunta nada. Lo hace todas las noches, sin excepción, cada vez que grito al despertarme a medianoche por culpa de las pesadillas.
Pero todas las noches sigo esperando que, por mucho que me disgustaría eso, él llamara a la maldita puerta y, sin esperar mi invitación, entrara y me abrazara sin decir nada más. Pero sé que no lo hará. Porque él me culpa justamente por la muerte que sigue persiguiendo tanto mis noches como mis días.
Me seco las lágrimas con la manga del pijama beige de primavera y me meto otra vez bajo las sábanas. Los pasos se van alejando cada vez más hasta que ya no sé a dónde se dirigen. Cierro los ojos e intento dormirme, pero no puedo, porque cada vez que cierro los párpados veo sus ojos, como dos esferas sin luz, fijadas en la nada, con el azul océano apagado. Así que, incapaz de soportar eso más por hoy, me levanto de la cama y, descalza, ando por el pasillo hasta las escaleras para bajar a la cocina. La casa de noche da miedo, con esa entrada tan grande, los pilares y las decoraciones de bestias que los adornan. Me cuelo por una de las entradas de los lados de la primera estancia y me voy metiendo por arcos a modo de puertas hasta que llego a la cocina. Mi cuerpo se congela en seco al ver a Riot ahí, en el mármol de la isla, sentado con la espalda encorvada y el pelo descuidado y sudado mientras engulle un trozo de pastel. Parece oírme llegar, por lo que se gira hacia mí y, sin decirme nada, vuelve a su plato como si yo no importara. Me siento delante suyo en la isla y cojo un trozo de pastel también.
–¿Está bueno? –Pregunto sorbiéndome la nariz.
–Sí. –Y solo dice eso. Nada más. Aunque lo haya dicho con el tono más cortante y frío que existe. Pero al menos me ha hablado por primera vez desde hace dos meses.
–¿Te vas? –Pregunto otra vez yo cuando deja su trozo y se levanta sin mirarme.
–Oye, no tienes por qué preguntarme algo por cada movimiento que haga. No te importa, así que déjame.
–Gilipollas…–susurro, y dudo que lo haya oído.
Desaparece por donde acaba de entrar, y yo me alegro. No soporto estar cerca de él desde lo que pasó. Pero la cosa es que tampoco soporto estar lejos. Y por esa misma razón es por la que muchas veces, cuando él entrena en los patios de mi casa junto con Crías o alguno de los chicos, lo miro a través de la ventana. Él nunca me ve, y espero que siga siendo así.
Me meto en la boca un trozo más de pastel, obligándome a comer, pero no tengo apetito. Lo cierto es que no tengo nunca apetito desde que llegamos. Y lo poco que como lo vomito la mayoría de las noches cuando tengo pesadillas.
Estoy más flaca que de costumbre, pero supongo que eso dejará de ser así cuando empiece a superar lo que viví en Nayolen.
Pero, eh, no soy a la que aún le pasa factura todo eso. Porque por las noches también escucho gritos, sobre todo de alguien que duerme muy cerca de mí.
Todos estamos un poco más demacrados que antes.
Lanah no ha vuelto a levantar cabeza. Red solo a veces.
Los demás lo llevan mal, pero se enfuerzan en superarlo. Jade he descubierto que es una persona increíble. Es una gran soldado, y no solo eso, sino que también es una gran amiga y mujer. De hecho, he quedado con ella mañana por la mañana (o sea dentro de unas cuatro horas) para ir a cazar a los bosques de Rhanberg, donde acechan todo tipo de criaturas mortales a las que les solemos dar caza una o dos veces por semana.
Mi madre ya sabe lo de que me transformé en Nayolen, pero le he dicho que aún no estoy preparada para usar ese don. Y es cierto, en parte, porque, pese a que el don en si sí que estoy preparada para usarlo, para lo que no estoy preparada es para ir luego a buscar a Riot para acostarme con él cuando lo único que nos hemos dicho desde hace dos meses ha sido lo que nos hemos dicho hace un momento.
Porque no, no pienso acostarme con él en estas circunstancias.
. . .
Abro los ojos perezosamente cuando mi cuerpo decide que ya no va a dormir más. Salgo de la cama, desenredándome con los dedos el pelo, que cada vez está más largo.
He pensado en que, cuando llegue más o menos a la altura a la que lo tenía yo hace un año, lo corte para dejarlo… a la altura a la que me lo dejó Esko. Como un homenaje. Parece una tontería, pero ya dije que los unkarianos tenemos un gran aprecio por nuestro pelo.
Me desabrocho el pijama fresco que llevo y me quedo desnuda. Voy hasta el armario y me pongo el traje de caza, que nos ayuda a camuflarnos un poco y a ir mucho más frescos.
Oigo como alguien llama a mi puerta, y luego esta se abre. Pensaba que era Jade, pero ella no abriría sin preguntar.
–¡Aurish! Hoy es un día genial para que puedas soltar a tu bestia–dice mi madre, corriendo las cortinas y mirándome con una sonrisa radiante. Quizá la única que las hace es ella–. Hoy es el día del Sol. ¿Qué mejor día que este para hacerlo?
–Mamá, ya sé que es un buen día. Pero tengo que decirte que no.
–Ya deberías estar preparada, Aurish. La bestia debe salir, al menos una vez al mes. Hay gente que no lo hace, pero entonces la magia madre se debilita. Vamos, Aurish. Si quieres iré contigo.
–Mamá–la llamo, sintiendo como el corazón me late como loco en el pecho. Me da cosa decírselo. No puedo decírselo. Pero tendré que hacer un esfuerzo o seguirá insistiendo–. Mamá, no puedo porque… la necesidad posterior no puedo llevarla a cabo.
–¿Por qué? ¿Cuál es?
–No está bien vista entre los que son como nosotros…
–¿Cómo que no está…? Oh. Oh, vale. ¿Quién es… el vinculado? –Se interesa, apretando los labios y colocándose en una posición curiosa.
–Am… Riot.
–Ay dioses… Y como él no está enamorado de ti, no quieres transformarte, ¿verdad? –Ruedo un poco los ojos a la vez que aprieto los labios, como diciendo que sí.
–Exactamente.
–Bueno, puedes vivir sin hacerle caso a la necesidad. Hay gente que lo hace. El único precio es vivir con las marcas hasta que no la cumplas.
–Ya. Pero bueno… Eso no me asusta.
–Pues entonces, vamos de caza. Dile a Jade que hoy no podrás ir con ella, a no ser que quiera acompañarnos aún siendo nosotras dos bestias.
–Jade nos acompañará con más ganas aún si estamos convertidas.
–¡Pues entonces ya está decidido! ¡Voy a avisarla!