Me llevo el tenedor a la boca con una serenidad fingida, igual cada noche en la cena. Todos cenamos en la gran mesa, cada día, siempre. Pero sería mejor que no lo hiciéramos. Porque lo que debería de ser un lugar de risas, piques y bromas, es en verdad un manto denso de silencio, choques de cubertería y sablazos de miradas rabiosas entre quienes en algún momento se quisieron.
No es nada más que eso.
Pero desde la semana pasada noto más miradas aparte de la suya. Noto las de los chicos, que me miran no a mí, sino a mis marcas, como si eso fuera la prueba definitiva de que estamos más rotos de lo que pensábamos. De que, pese a que la mesa y el espacio es el mismo, estamos cada uno en su mundo, sumidos en el pozo sin fondo de nuestros pensamientos, comiendo como autómatas sin ser conscientes de nuestro alrededor. O quizá sin ser conscientes de nosotros mismos.
Salgo de la laguna de mis pensamientos cuando oigo que mi madre deja el tenedor con más fuerza de la esperada sobre el plato. La miro, ella encabezando la mesa con una expresión dura.
–No puedo tolerar esto más. –Y eso es todo. No dice nada más. Me mira y veo que entiende que debe explicarse más, así que carraspea y habla, todos mirándola–. Quiero decir que esto no es sano. Deberíais hablar y esas cosas que hacen los chicos de vuestra edad. No soy quién para decirlo, porque no lo conocí, pero estoy segura de que vuestro amigo Esko hubiera deseado más que a nada en el mundo que lo superarais. Que no le llorarais cada minuto del día y que eso os destrozara la vida.
–Tiene razón–responde Lanah, aún mirando su plato, con su habitual cara inexpresiva–. Deberíamos hablar. Pero no creo que nadie lo haga hasta que ellos dos no se arreglen.
Intento ignorar las cuatro púas acusatorias del tenedor que oscila señalándonos a Riot y a mí. Lo miro y veo que él no se inmuta siquiera en levantar la vista de su plato ya casi vacío, de cual come sin demasiado ímpetu.
Se termina el último trozo de carne que le queda y se levanta sin disculparse. Abandona la sala en menos de diez segundos.
Nos quedamos todos mirando la puerta entreabierta por donde ha salido. Entra rápido una de las criadas y se lleva el plato y toda la cubertería que ha usado Riot, llevándose así la prueba material de que haya cenado aquí con nosotros.
Cojo la servilleta de tela y me limpio los labios a la vez que deslizo la silla hacia atrás con cuidado, levantándome. Dejo la tela sobre la mesa y me disculpo, diciendo que voy a mi cuarto, cuando lo que realmente voy a hacer es intentar hablar con Riot.
Puede terminar mal, o puede terminar realmente mal. Ninguna de las dos opciones es buena, pero voy a intentar que ocurra la menos desastrosa.
Voy por los pasillos hasta llegar a las escaleras que llevan a nuestras habitaciones. Las subo rápido, y me encuentro con Riot antes de que se meta de lleno en nuestro pasillo. Me oye, pero no se detiene. Yo tampoco, lo sigo hasta su cuarto, y no me rindo ni siquiera cuando me cierra la puerta en las narices, con pestillo incluido.
Rebufo y levanto un poco la mano hacia la cerradura, hago un gesto leve y oigo como el pestillo se suelta. Agarro el pomo y abro la puerta.
Su aroma me golpea de golpe, invadiendo mi cuerpo desde la punta de los pies hasta la cabeza. Lo veo sentado en el bordillo de la ventana, mirándome con rabia desde la oscuridad del cuarto. Las cortinas están descorridas, y la única luz que hay en la habitación es la de la Luna.
–No tienes permiso para entrar.
–Tengo permiso para entrar a cualquier sitio de esta casa. Te recuerdo que es mía– le refresco mientras cierro la puerta y me apoyo de espaldas sobre ella.
–Por mucho que sea tuya, yo tengo derecho a tener privacidad.
Se levanta del poyete y se acerca lentamente a mí. Veo como se ata algo en la muñeca –algo que no veo– y se sigue acercando.
–Y yo tengo derecho a tener espacio personal.
–No cuando estás en mi cuarto. ¿Acaso no has venido para esto? –me pregunta con una mueca de rabia mientras me coge las muñecas y me las aprisiona por encima de la cabeza a la vez que mete su nariz entre mi pelo y sus labios casi sobre mi cuello–. ¿No has venido a pedirme esto? Te arrastras…
–Yo no me arrastro por nadie. Y tampoco he venido a esto, así que apártate.
Él obedece y me suelta, pero su cuerpo se queda igual de cerca del mío. Me obligo a mirarlo a los ojos, pese a que el verde esmeralda hace que me estremezca, y no de miedo.
–Entonces ¿a qué vienes?
–A hablar contigo.
–No quiero oírte.
–Pues léeme.
–Ya lo estoy haciendo. Y no me gusta lo que leo aquí dentro–me dice dándome dos golpecitos en medio de la frente–. Anda, vete a tu cuarto y déjame en paz. Ya te dije lo que pienso sobre ti, así que no intentes buscar nada conmigo.
Separa las manos de la puerta a ambos lados de mi cabeza y se va hasta la cama, se tumba y cierra los ojos, a la espera de que me vaya. Pero no me quiero ir, aún no. Quiero hablar con él, y no me iré hasta haberle sacado algo, por poco que sea.
Me separo de la madera de la puerta y me voy junto a él. Por mucho que me molesta hacerlo, me siento en el borde de la cama, concretamente el de su lado.
Riot rebufa y se tensa sobre el cochón.
–Te he dicho que te fueras.
–Y yo no lo he hecho. ¿Por qué te has ido de la mesa? Estábamos todos.
–Realmente en esa mesa no hay nadie. Comemos como si estuviéramos solos, pese a que estamos todos.
–No me has respondido.
–Porque me parece una idiotez responderte. No quiero tener más relación contigo, Aurish. Vete y déjame vivir en paz.
–Tu expresión ahora mismo no refleja lo que me dices. Sé que quieres que me quede.
–¿Quieres que hablemos de verdad por un momento? –me dice abriendo los ojos y sentándose para mirarme– ¿Eso buscas? Bien, pues te lo daré. Te hablaré de verdad, como si no pasara nada, pero luego quiero que te olvides de mí, que no me dirijas la palabra.
–Como quieras.
–Vale. Vale. Pues, quiero que sepas que te amo. Que mi corazón ya no es mío y que lo tienes tú. Que vivo por y para ti. Y que me mata no besarte a cada instante del día. Pero también quiero que sepas que no te perdono lo de Esko, y que no te lo perdonaré, por mucho que te ame. Quiero que sepas que se me rompe el alma cada noche cuando te oigo gritar cuando te despiertas de alguna pesadilla, pero que no soy capaz de llamar ni cruzar la puta puerta de tu cuarto porque sé que no reaccionaré como quiero reaccionar. Que te protegeré y te abrazaré cuando lo que realmente quiero hacer es huir. Huir de ti. ¿Ya estás satisfecha, Aurish? ¿Es eso lo que querías oír? ¿Cómo me compadezco?
–¿Compadecerte? Eso es lo ultimo que haces, Riot. Tú le echas la culpa a los demás. Te mentiría si dijera que ya no te amo, pero me das rabia. Me das rabia porque no me puedo creer aún que me culpes por algo que sabes que quien de verdad no hizo nada fuiste tú. Porque tú te subiste a Tuoruk y te fuiste. Vale que quizá podría haber hecho más, sí, pero no con las heridas que llevaba encima. Te recuerdo que casi morimos los dos, mientras que tú estabas allí arriba, mirándonos morir. Quizá tú no me perdones no haber salvado a Esko, –digo levantándome de la cama y yendo hacia la puerta. La abro, pero justo antes de salir, termino diciendo–: pero yo no pienso perdonarte tampoco por haberme culpado.