Gimo contra su boca cuando me agarra por la nuca para hacer que el beso sea aún más rudo.
Me siento fatal. Me siento horrible. Porque no puedo estar así con ella, no puedo hacerlo sin pensar en todo lo que sigue carcomiéndome la cabeza. Y sus palabras agujerearon de una forma tan bestial mi pecho, que ya no sé qué soy. Si el chico bueno o el villano egoísta.
“¿Compadecerte? Eso es lo último que haces, Riot. Tú le echas la culpa a los demás” “Quien de verdad no hizo nada fuiste tú”.
Subo los escalones intentando no pensar en lo que hago. En lo que voy a hacer. Mis manos se deslizan como animales hambrientos por la espalda de Aurish. Porque, por muchos problemas que tenga ahora mismo, no puedo negar nada. Nada de lo que siento por ella.
Llego hasta nuestro pasillo y me voy hasta mi cuarto, abro la puerta rápidamente y la cierro con el pie, con fuerza, una vez estamos dentro. La llevo hasta la cama y me desnudo, viendo como se derrite al verme. Por muy salvaje que sea esto, me vuelve loco ver como se me come con los ojos. Es como si fuera a tener un orgasmo solo con verme. Aunque, claro, no puedo quejarme, porque yo siento lo mismo con ella.
En cuanto me desnudo por completo, ella gime al mirar ciertas partes de mí y se tira hacia atrás en el colchón. Se arquea y jadea más, retorciéndose de placer.
La miro, sin saber muy bien qué hacer. Porque ahora mismo la cabeza me dice que huya, que corra fuera de esta habitación, de ella. Pero el corazón me chilla que la ame, que la ame durante horas mientras la mato sobre mi cama. Aunque quizá quien me mate sea ella. ¿Quién sabe?
Extiendo la mano hacia ella, y Aurish la coge sin preguntarme nada. La levanto sobre el colchón y le doy la vuelta. Si tengo que hacerlo, que al menos no sea viéndola. Porque si la miro, si la miro a los ojos, me perderé tan hondo en ellos que ya no habrá quien me saque de ese pozo sin fondo. Porque me perderé. Ya no existiré.
Quizá sea magia, quizá sea una magia oscura y perversa, la que nos conecta de esta forma. La que me dice mentalmente que le pertenezco. La que algunas noches me despierta, llamándome a gritos y proclamándose reina de mi alma, mi cuerpo y todo lo que creía que era mío.
Ese lazo inquebrantable que siento en mi cuerpo, que me arrastra hasta ella. Que me hace hacer locuras por ella. Todo por ella. Por la mujer que lleva el nombre de Aurish Galeyra, la ladrona de corazones.
Uno nuestros cuerpos de un movimiento rápido, y siento como la boca se me seca. Soy incapaz de hacerlo. Pero un trato es un trato.
Miro sus curvas, que estallan contra mí a un ritmo frenético que me mata. Miro su pelo, que le cae por uno de los hombros. Miro su espalda, llena de marcas negras y azules; miro su cintura, que parece aún más estrecha al tener la espalda arqueada como la tiene. Miro el lugar donde nos unimos. Lo miro todo de su cuerpo desde mi posición.
Pero es que esto es horrible. No puedo hacerlo así. No así. No con ella. Jamás así con ella. Así que le vuelvo a dar la vuelta, mirando cualquier cosa menos esas esferas vidriosas como dos esmeraldas.
Ella se aferra a los hierros del cabecero mientras gime mi nombre de una forma tan necesitada que siento como ese lazo extraño me ahorca.
En mi tarea casi imposible de no mirarla a los ojos me fijo en otras cosas. Me fijo en su boca, en esos labios carnosos y rojizos que ahora se abren dejando escapar suspiros y gritos. Esos labios que tantas veces he besado, mordido y saboreado.
Y miro su cuello, como se tensa cada vez que me hundo en ella y como se mueve cuando traga saliva.
Y miro su pecho, que se hincha descompasadamente, intentando llenarse completamente de aire, aunque no lo consigue.
Y miro sus pechos, que se mueven con cada gesto de mis caderas.
Y miro sus manos, que se aferran ahora con fuerza a mis sábanas, para tratar de no agarrarse a mí.
Y miro sus cicatrices, marcas azules intrincadas con marcas negras, ambas cual redes de memoria por su piel. Eternas. O al menos una de ellas.
Y en general la miro por todas partes. Todas menos sus ojos. Los mismos que los míos.
. . .
Miro al techo de mi cuarto, viendo como las luces del crepúsculo pintan colores curiosos sobre la estancia.
Su pelo me hace cosquillas sobre el pecho, y yo lo acaricio con dulzura. Está despierta, y dibuja círculos perezosos sobre mi vientre, distraída. Con las piernas enredadas entre ellas, así como estamos, le pregunto, la voz mucho más ronca de lo que hubiera pensado:
–¿Pintarás? He visto las pinturas y la tela. Y los pinceles.
–Sí. Aún no sé el qué.
–Me alegro de que al menos quieras intentarlo.
Aurish carraspea levemente y se levanta de encima de mi cuerpo. La miro, ahora sí a los ojos. Ella en cambio evita mirarme la cara en general. Se peina el pelo hacia atrás y se pasa la mano por el hombro, tapándose un poco el pecho y mirando a la nada, absorta en sus pensamientos.
Algo parece cruzarle la mente como un rayo, se levanta de la cama, tal como los dioses la trajeron al mundo y, sin despedirse, se va hasta la puerta y sale de mi habitación, dejando un vacío y un silencio mortales.
. . .
Ando a través del pasillo hasta mi cuarto, me pongo ropa y vuelvo a salir. Algo me ha pasado por la cabeza. Una pintura. Un cuadro. Y tengo que plasmarlo. Aunque esta vez no sea un sueño, sino una pesadilla.
Bajo las escaleras a toda velocidad y me voy hasta el vestíbulo, donde, apoyados en la mesa de al lado de la puerta de entrada, se encuentran todas mis cosas de pintura. Las ubico y me voy hasta la cocina en busca de agua para los pinceles, pero en cuanto llego, me encuentro con varias criadas que me miran como si se hubieran callado porque hablaban de mí. Entre ellas Cyazar, que, tras secarse las manos en el delantal, viene hacia mí con una sonrisa leve.
–No sabía yo, señorita, que estuviera con Dakyren.
–No estoy con él, Cyazar. Solo… Solo tengo un trato con él para calmar la necesidad. De cuando me transformo, quiero decir.