Han pasado unas semanas apenas. El cuadro ahora yace clavado contra una de las paredes de mi cuarto.
Con Riot no hablo. Estamos igual que antes de acostarnos el día que fuimos a Nardeya.
Yo me he estado entrenando con Crías y… Y con Aitor, el cual ha aceptado hacer duelos de espadas conmigo. Todo porque quiero practicar antes de enfrentarme a mi general. Al general de ejércitos del rey. A mi mayor superior antes que su majestad.
Me he embutido esta noche en mis prendas de cuero de verano. Son de entrenamiento. Es una camiseta de cuero negro sin mangas ni tirantes, con cremallera hasta el cuello, donde se agarra la piel oscura.
Los pantalones son los de siempre, de cuero con partes flexibles en los puntos de flexión. Las botas son con talón, los zapatos con los que me gusta ir.
Me miro al espejo de cuerpo entero de mi armario antes de ir al otro armario que tengo en la habitación, el de las armas. Cojo cinco dagas que coloco por todas las vainas del traje y me cuelgo una espada de jinete a la espalda. Me voy hasta el tocador y, cogiendo la savia de un árbol que encontré hace poco por aquí que hace a misma faena que el de Enul, me peino el pelo.
Bajo las escaleras a paso rápido y me encuentro con los chicos (menos Riot) en la entrada, hablando y riendo. En cuanto me ven, vestida de guerrera, dejan de reírse y se ponen serios.
–¿Vamos a hacer alguna misión en esa fiesta? –pregunta Eoghen, sin broma. Lo pregunta en serio.
–No. Me he vestido así para los duelos. Voy a retar a alguien… importante. Así que tengo que ir preparada.
–¿A quién retarás? ¿Al rey? –dice entre risas Red.
–No. Retaré al general de los ejércitos unkarianos.
Siento como el aire se congela un poco, producto de mi nerviosismo. Ellos me miran como si estuviera loca, pero yo los miro a todos y cada uno de ellos y digo:
–Tengo mis razones para batirlo en duelo.
Dicho esto, me callo al ver que Riot baja por la escalera por la que he bajado yo hace unos instantes. Me mira de arriba abajo y, sin opinar, sale por la gran puerta de entrada.
Recuerdo lo tonta que fui en la taberna de los unkarianos el día que Riot me dijo su apellido. No me di cuenta de la cosa más obvia. Hablé como si no supiera quién era su padre, y es que en ese momento no me venía a la cabeza que era mi maldito general. Que encima se llamaba igual. Así que, gracias a eso, Riot no tiene ni idea de que el general es su padre. Lo cual puede ser una suerte hasta el duelo. O puede ser un problema. Porque… se parecen bastante si no recuerdo mal. Los ojos son lo único que no se parece, porque el padre los tiene azules. Aunque con el mismo don mental.
Salimos al patio todos, ellos vestidos con las ropas que los criados les han dicho que serían adecuadas para las fiestas de primavera. Básicamente soy la única con ropas de pelea.
Sobre la hierba del patio están los rocs, y pongo mala cara al ver que Zayve habla con Riot, haciéndolo reír como no lo había visto reírse desde hace mucho. ¿Por qué se llevan tan bien?
–¡Eh! –les grito cuando me planto delante de ellos –. Nos vamos ya.
–¿Por qué narices te has puesto esa ropa? –me pregunta Zayve – Con lo guapa que estás con los trajes de fiesta.
–Zayve, los trajes de fiesta que me ponía eran apenas unas telas sobre el cuerpo. Ya sabes las tradiciones, iba desnuda bajo eso. Así que no, prefiero esto.
Siento como Riot me mira, sin creerse lo de las ropas de fiesta. Zayve hace una especie de risa rara de esas que hacen los rocs y le dice:
–Vas a ver a muchas purasangres vestidas así hoy. Y todos los días de fiestas. Posiblemente a la enana la veas algún día también, pero a ella le van más los duelos.
Riot se tapa los ojos, posiblemente pensando en que no quiere verme con esas ropas, pero se recompone y se sube con agilidad a Zayve. Yo hago lo mismo.
Tenemos que volar hasta el bosque del otro lado del lago Huc: Kerialaga.
Llegamos una hora después, cuando ya empieza a hacerse de noche. Lo que significa que los duelos han comenzado. Me escabullo entre la gente con Lanah de la mano, que a su vez agarra a Dagan, que agarra a Crías, que (cómo no), lleva también a su hermano. Los otros están con mi familia, la cual me ha mirado como si fuera la chica más tonta del reino.
Según ellos porque enfrenarme al general es una locura. Una sentencia de muerte, pese a que no son a muerte, los duelos. Bueno, si se acuerda que sí, pues no hay normas que puedan impedirlo.
Llego hasta la parte más plana del bosque, el claro, donde se han puesto los recuadros de los duelos. Busco a mi victima y lo encuentro apoyado contra un sauce, riéndose con sus soldados más fieles. Su mujer está apoyada en otro árbol, hablando con sus amigas, todas con una copa de vino de moras entre los dedos alargados y cuidados de quien jamás ha empuñado un arma.
Dejo a los que iban conmigo y me voy hasta el organizador de duelos. El crepúsculo empieza, y me voy a asegurar de ser la primera en ganar.
–¡Primer duelo! –digo elevando el tono mientras me coloco delante del chico. Me mira y sonríe, nos llevamos bien.
–¿Contra quién, Galeyra?
–Contra Riot Driälkaleth.
Taigai, el de los duelos, se queda pálido y me agarra por la muñeca para acercarme a él rápidamente.
–¿Estás loca? Aurish, es el general. Te va a hacer morder el polvo antes siquiera de que levantes tu hierro contra él.
–Taigai, te olvidas que soy a primera prisionera que ha conseguido salir con vida de Nayolen. No pienso perder el duelo.
Invoca a los dioses para que me protejan y vuelve a ponerse serio, aunque un poco tenso. Yo me planto en medio del recuadro y, desenvainando mi hierro liviano de jinete, lo blando hacia el sauce y grito:
–¡Riot Driälkaleth, general de los ejércitos! Yo. Te. Reto.
Todo el claro palidece y se queda en total silencio. Incluso los sonidos del bosque parecen enmudecer por un momento. No se oye absolutamente nada hasta que Driälkaleth no empieza a carcajearse a pleno pulmón. Pero sus compañeros no se ríen. Y no se ríen porque saben que no será pan comido vencerme.