Bajo hasta el comedor para desayunar y me los encuentro a todos ahí. Tienen una resaca de tres pares de narices y unas ojeras como dos manchas de tinta. Me miran cuando entro y me saludan con la cabeza, haciendo un gesto leve y torpe.
–Vaya caras de mierda que lleváis…
–Pues anda que la tuya… –me dice Crías, que está recostado sobre el respaldo de la silla como si fuera un colchón.
–¿Se puede saber qué bebisteis ayer?
–No sé. Red sabrá lo que nos trajo.
–No me sé el nombre, solo que era algo denso, parecía miel. Miel con agua.
–Se llama hidromiel, imbécil –le digo apretándome el entrecejo –. Era alcohol puro y duro.
–Ah. Pues eso, les traje hidromiel. Por cierto ¿y tu madre?
–¿No está?
–No.
Los miro extrañada. ¿Dónde narices está mi madre? Si se hubiera ido a alguna reunión me lo habría dicho.
Salgo de la sala para buscar a Mayora por la casa. Quizá él sepa dónde está. Sí, seguro que él lo sabe.
Lo busco por las salas principales, y luego por las salas más pequeñas, incluso en las habitaciones. Pero nada. Vuelvo a la entrada, el punto medio de la casa. Y entonces se me ocurre algo: los patios. Quizá esté por ahí.
Salgo, ignorando que voy en bragas y una camiseta ancha, y me voy en su busca. Me pateo los patios hasta llegar al de entrenamiento, donde me encuentro con Mayora, que lucha con…
–Eh, tu hermana–oigo que le dice Riot, secándose el sudor y rompiendo su posición de pelea. Se tapa la boca con toda la mano y me mira como si quisiera comérseme hasta el alma, luego se relaja y se va hasta un tronco cortado donde tienen una toalla y se seca el cuello. Mi hermano, que acaba de mirarlo raro por la mirada que me ha echado, viene hacia mí.
–¿Y mamá, Mayora?
–Ah, em… Mamá… Sí, eso. Está…–Mayora y sus pésimas habilidades para mentir.
–¿Mayora? –le pregunto entrecerrando los ojos–. ¿Y mamá?
–No es buena idea que te lo diga. Mamá me ha dicho que no te lo diga, y es mi superior.
–Déjate de tonterías y dime dónde está–le digo poniéndome nerviosa. Si mamá le ha dicho que no me lo diga es porque algo pasa, y quiere ocultármelo por miedo a que recuerde cosas de Nayolen, seguramente. Pero eso es lo que más odio, que piensen que soy débil. Porque no lo soy. Bajo ningún concepto.
–Como te chives, te arrancaré uno por uno los pelos de la cabeza.
–¿Dónde está, Mayora?
–En Bugath. Hay alertas de que van a atacar ahí porque es una base, según ellos, débil.
–Lo es–interviene Riot, aparentemente interesado y preocupado–. Cuando la invadí fue muy fácil capturarla. Bueno, no sé si fue potra o qué, pero los dormimos a todos en un abrir y cerrar de ojos.
Contengo la respiración al ver que Riot es gilipollas. Totalmente gilipollas. Está muerto.
Mi hermano mira a la nada, cabreadísimo, como si la ira lo hubiera invadido al segundo. Se gira lentamente, los puños apretados, hacia Riot.
–¿Acabas de decir que la secuestraste tú? –le gruñe, conteniéndose hasta que él no lo acepte.
–Espera… ¿No se lo dijiste, Aurish?
–Claro que no…
–Te voy a matar, hijo de puta. –Mayora se vuelve loco y lo coje por el cuello hasta estamparlo contra la hierba con demasiada fuerza. Le propina varios puñetazos en la cara, él intentando soltarse. Ahogo un grito y lo cojo por el brazo, tratando de apartarlo de Riot como sea–. ¡Suéltame!
–¡Para! ¡Mayora, PARA! Es de los nuestros–le digo poniéndome entre ellos, protegiendo a Riot, el cual se sujeta la nariz, rota–. Lo pasado es pasado.
–Te torturaron por su puta culpa. –Ahogo un jadeo de dolor al oír definitivamente que saben que me torturaron. Aunque, claro, Driälkaleth ya lo dijo en medio del duelo.
–Y no hay día que no me arrepienta–declara Riot, aún sobre la hierba, a mis espaldas.
–Eso no arregla lo que le hicisteis.
–Mayora, para. Sé vivir con todas las mierdas que pasé allí, y si sé perdonarlos, yo, que tengo gravado en la piel lo que viví, tú tendrás que hacerlo igual o incluso mejor. No pienso dejar que los trates así, porque si ahora tu hermana está aquí delante de tu cara es gracias a él, y a todos los demás, que han abandonado sus vidas, su familia, todo, por salvarme. Incluso murieron. Te recuerdo que Esko está enterrado y quemado, en este reino.
Me mira como si intentara con todas sus fuerzas relajarse, confiar en lo que le digo, pero no puede. La rabia que siente ahora mismo por todos y cada uno de ellos, sobre todo por Riot, le arde por el pecho.
Respira hondo, los nudillos ensangrentados con la sangre de Riot, y me dice:
–Está haciendo guardia por si atacan. Hay rumores de que será esta noche, por eso ha ido. Están todos los altos cargos repartidos por las bases de la frontera. Si quieres ayudar, porque eso es lo que veo en tus ojos, lo mejor sería que fueras con tus chicos con sus mantícoras y os colarais en Nayolen, en sus bases más cercanas a las nuestras, y observarais.
–Volveremos a informar cuando tengamos algo. Riot, ponte algo en esa nariz y vístete, nos vamos a Nayolen–digo sin vacilaciones, sintiendo como alguna herida dentro de mí se vuelve a abrir al saber que tengo que volver ahí. Veo como Riot lo percibe, pero intenta no hacer nada al respecto.
Se levanta y, tras pedirle perdón a mi hermano –cosa que él no acepta y le gruñe como si fuera un animal; un animal el cual es debido a que puede transformarse igual que yo–, viene hacia mí.
–Tendría que haberme callado, ¿verdad?
–Exactamente. Nunca les dije nada porque sabía que entonces os mirarían con otros ojos. Os odiarían.
–Prefiero que me odien por lo que hice que no a que me quieran por algo que no hice. –Lo miro mal, claramente diciéndole que no comparto su opinión y que encima sí que hizo cosas buenas. Desvía sus ojos de los míos, avergonzado por una milésima de segundo, y dice–: Lo siento.
–Déjalo, en algún momento se habría sabido. Avisa a los demás, yo voy a vestirme y me voy a buscar a las mantícoras.