CAP 4: “MÁQUINA DE CARNE Y HUESO”
Las palabras de Riot me hacen tambalear. Sus actos posesivos se escapan a mi entendimiento, pero no pienso meterme con ello. Raxdan sigue al lado de él con la misma expresión de odio que antes. Riot afloja el agarre de sus manos en los barrotes, pero no aparta ni un centímetro sus ojos de los míos. Sus pupilas están dilatadas, todo lo contrario a cuando me lee la mente. Veo como entreabre los labios y se acerca un poco más a mí, que me encuentro totalmente quieta, por miedo a lo que pueda suceder. Sus labios están a unos dos centímetros de los míos y el aire que respiro es el mismo que el suyo.
Observo sus ojos, embelesada y aterrada a partes iguales. Trago saliva notoriamente y veo como sus pupilas se contraen al instante, moviendo las dunas verdes de sus ojos.
–Mía.
–No– le escupo tratando de parecer lo más tranquila posible–. No soy de nadie, y mucho menos tuya. No puedes reclamarme como si fuera de tu propiedad.
–Digas lo que digas, ahora eres de mi propiedad; estás en mi reino, en mi escuela militar, en mis pasillos y en mi celda. Eres mía y estás completamente sujeta a lo que yo y solamente yo decida hacer contigo.
Miro a Raxdan, que ahora mira al suelo mientras aprieta los puños contra sus costados. Riot se separa un poco de mí y de los barrotes, dejándome el espacio vital que necesito. Sus ojos no se relajan, y sé que sigue leyéndome el pensamiento. Pero me da igual. Ahora mismo, lo único que me interesa es saber si me va a pasar algo malo en las próximas horas o no.
–Si no te comportas como una niña mimada a la cual se la sudan las consecuencias, no te pasará nada.
–Sabes que me comportaré, aquí la pregunta es: ¿os comportaréis vosotros o trataréis de herirme o matarme cuando no me lo espere?
–Nosotros tenemos bastante autocontrol en cuanto a lo de matar a la gente… Bueno, Raxdan quizá no tanto.
–Si se trata de la zorra que mató a mi hermano, te digo yo que no hay autocontrol alguno. –la manera en que habla, escupiendo las letras de cada palabra y diciéndolas con el asco ardiendo en sus rasgos, me hace tragar saliva y dar un paso atrás.
Riot lo mira de soslayo y veo que sus pupilas siguen contraídas, lo que significa que se mete en la mente de quien sea, sin importar que sean amigos y quieran intimidad en ese aspecto. Raxdan le dedica una enfadada mirada a su compañero y le indica con la cabeza que quiere irse de aquí. El telépata acepta y se van por donde han venido sin siquiera despedirse.
Y me quedo sola. Completamente sola, solo con mi compañía y el espectáculo de ver las llamas de las velas danzar.
Me acerco arrastrando los pies hasta la cama y me dejo caer de golpe boca arriba, oyendo el rechinar de los muelles del colchón viejo y desgastado de la celda. Me quedo mirando al techo durante un buen rato, pero finalmente cierro los ojos y me sumo en un profundo sueño.
. . .
Unos golpes metálicos me despiertan de golpe, haciendo que me levante como si llevara un resorte automático en la espalda. Una señora vieja y arrugada está delante de los barrotes de mi celda, aporreándolos con ganas con una barra de metal.
–¡Despierta, rata inmunda! El profesor Calíope quiere verte en media hora, hay que lavarte un poco y vestirte con algo que no sea la ropa de los cadetes.
–Pero… no tengo más ropa.
–Ese no es mi problema.
La señora hace un gesto con la mano hacia una parte del pasillo y de pronto aparecen dos mujeres jóvenes vestidas de sirvienta con un cazo de agua entre las manos y varios trapos sucios.
La vieja malhumorada les abre la puerta de mi celda y las deja entrar. Ellas se meten sin saludar y dejan el cazo en el suelo. El agua es más bien marrón y turbia. Los trapos, los tiran al suelo y veo que están llenos de manchas negras y de suciedad.
Una de las chicas, la que tiene cara de asco hacia mí, se acerca un paso nada más y me habla como si le diera alergia mi mera presencia.
–Aquí tienes para lavarte. Entre los trapos te hemos dejado ropa interior, unos pantalones cortos y una camiseta.
–Gra…–antes de que pueda agradecérselo, ya se han ido de la celda y del pasillo, corriendo, como si tuviera alguna enfermedad – cias…
Ignoro lo sucedido y me desnudo, dejando mi ropa sucia encima del colchón en el que duermo. Acaricio mi piel y veo que está más pálida que de costumbre y, además, estoy más flaca que hace unos días. La comida que dan aquí es básicamente pan, tomates pequeños y agua. Nada más.
Me acerco al cazo de agua sucia y mojo uno de los trapos, el más limpio que consigo encontrar. Lo paso por mi piel con cuidado y delicadeza. Cuando he terminado, lanzo el trapo húmedo al cazo y cojo otro mínimamente limpio y lo uso para secarme.
Entre los demás trozos de tela sucios encuentro la ropa que la chica ha dicho que me han preparado. Al menos la interior sí que está limpia y sin usar. Me pongo las bragas subiéndolas por mis anchas caderas y luego me cubro los pechos con un sujetador que me han dejado que, para mi sorpresa, es de mi talla. Un poco estrecho, pero de mi talla. Me pongo los pantalones cortos negros de tela y los ato con las cuerdas en mis caderas; luego me paso la camiseta por la cabeza y la dejo caer. Es bastante ajustada y me marca absolutamente todas las curvas, pero no me quejo.
Me acerco a los barrotes con el cazo de agua y lo trapos y los dejo al lado de la puerta para que se los lleven. Vuelvo a la cama y doblo la camiseta de Red; cuando lo vuelva a ver, si no es para torturarme, se la daré. Sé que es de él puesto que pone “Red” en la parte del cuello. Ya me ha dejado dos camisetas, y esta pienso devolvérsela.
Oigo unos pasos fuertes por el pasillo y pronto veo como Eoghen se planta delante de la puerta de mi celda, abriéndola con el manojo de llaves.
–Calíope quiere verte. Compórtate o esta vez no podremos hacer nada para que no te mate con alguno de sus juguetitos de tortura.