CAP 8: “RINNUNETH”
Mi madre da órdenes a algunos jinetes mientras yo me dedico única y exclusivamente a observar cómo su porte frío y poderoso hace temblar a los jinetes de pies a cabeza. En cuanto termina de hablar con ellos, se dirige a paso firme hacia mí. No suele mostrar sus emociones en público, pero esta vez se da el gusto de hacerlo.
–Aurish, cariño mío. Cuanto me alegro de que te hayan asignado ya a un puesto. Es de los mejores, además, no está en primera fila.
–Lo sé, mamá. Además, también está Devaron –siento como las comisuras de mis labios se contraen levemente, pero trato de contener la sonrisa que amenaza con delatar por completo todo–. Es muy amigo mío, y estar así de cerca con él es un alivio. Creo que a Riken también lo han destinado a Rinnuneth, conmigo.
–Sí. Moví algunos hilos para que lo mandaran contigo, sé lo bien que te llevas con él. Por lo visto, el comandante Mismeia lo asignó a uno de los puestos más peligrosos de la primera línea de defensa. Ya conoces los rumores: no le agradan en especial los Indignos.
Frunzo el ceño ante eso. Es bien sabido por todos que a Mismeia no le hacen maldita gracia los Indignos; pero que trate de mandar a morir a uno de ellos en cuanto está bajo su mando, me parece horrible. Suerte que mi madre es la líder de Rashmak y ha podido hacer algo.
–Partiréis de aquí a las doce de la noche. En punto, Aurish. Ya conoces las normas: siempre puntual.
–Sí, mamá –acorto las distancias con ella y me aferro a su cuerpo con fuerza. No la veré en mucho tiempo, y eso me crea un nudo en el estómago. Pero debo de superarlo. Soy jinete. Soy soldado. Los sentimientos es lo primero que nos dicen que no puede interferir–. Te echaré de menos.
–Y yo a ti, mi pequeña niña.
Después de eso se marcha. Me quedo mirando su esbelto cuerpo mientras se aleja. Es tan parecida a mí… con los mismos ojos verdes, el mismo pelo negro ondulado, las mismas curvas, la misma estatura… Lo único que nos diferencia– aparte de la edad– es que ella lleva el pelo corto por los hombros y yo largo hasta la cintura. Aunque el mío es un poco más liso que el suyo, pero por poco.
Giro sobre mis talones y me dirijo a paso acelerado hacia la plaza central del patio, donde los rocs aguardan a sus jinetes. Nunca me han dado miedo, pero he de decir que, aun ahora, tres años después incluso se haberme vinculado con el mío, me siguen pareciendo los seres más impactantes, poderosos e impresionantes que mis ojos hayan visto jamás.
Diviso a Zayve en una parte alejada de la plaza. Es poco sociable y muy frío, pero es tan imponente que quizá sea por eso por lo que los demás rocs no se atreven a acercarse a él a no ser que sea por una buena razón.
–¡Zayve! –grito con todas mis fuerzas desde el centro de la plaza. Todos los rocs giran sus grandes cabezas hacia mí, haciendo que una extraña sensación de poder infinito me embargue. Zayve levanta su enorme cabeza, imponiendo su superioridad, y alza el vuelo hacia mí con su porte insolente que tanto le gusta mostrar cuando estamos en público.
Aterriza con un movimiento más que estudiado y frena justo antes de estamparse contra mí. Extiende sus enormes alas recubiertas por un plumaje azul tan oscuro como una noche sin Luna, el Sol desaparece por un instante. Sus ojos color wulfenita me reflejan claramente. Alargo mi mano izquierda y le acaricio el pico. Cierra los párpados y luego los vuelve a abrir para mirarme con el orgullo brillando y ardiendo en sus ojos.
–Lo has hecho, enana –sonrío al ver que usa su apodo, cosa que solo hace cuando estamos solos; quizá está tan contento que le da igual lo que los demás de su especie piensen.
–No. Lo hemos hecho. Sin ti yo ahora no estaría aquí, Zayve.
En sus ojos veo que está feliz de que haya pronunciado esas palabras. Paso por al lado de su gran pico y me aferro a su cuello. Hundo mis brazos y mi mejilla en las plumas cortas que adornan esta parte de su cuerpo y, por la espalda, noto la enorme ala de mi roc. Es su forma de abrazar.
–Me quiero ir. A las doce de la noche te espero aquí mismo. Llega en punto, jinete mía.
–Aquí estaré, roc mío.
Hace un sonido extraño y sé que es porque se está riendo. Yo hago lo mismo y me encaramo a su lomo. Quiero dar un pequeño vuelo con él. Gira su cabeza y me observa, confundido, hasta que entiende que, si él se va a ir a dar una vuelta, yo voy con él.
–¿A dónde? –me pregunta cuando ya he colocado los pies en las hendiduras del aro de su cuello y me agarro a las plumas largas que tiene en la parte superior de su cuello.
–Al monte de los lamentos.
Me encanta ese sitio. Pese a su triste nombre, es uno de los sitios más tranquilos, bonitos y silenciosos que conozco. Se le apodó se esa forma por su historia. La leyenda cuenta que hubo una novia, hace muchísimo tiempo, que fue desterrada de su tierra por ser una indigna; el día de su boda, su marido, después de pronunciar los votos, al enterarse de lo que era su mujer, la apuñaló con el cáliz de la unión, hiriéndola de muerte. La llevó a esa montaña y allí la abandonó, a su suerte. Se dice que, durante los meses siguientes al abandono de la novia, se podían oír sus lamentos hasta el pueblo; que la veían por las noches deambular por las calles… Años después, el marido fue al monte y pidió perdón a los dioses por lo que le hizo a su mujer; luego, se suicidó tirándose por una de las cascadas que hay en ese monte. Se dice que es por eso por lo que el agua de esa cascada siempre tiene un color rojizo. Después de todo aquello, se acabó llamando a ese sitio El Monte de los Lamentos.
Zayve sonríe y alza el vuelo, dejando a todos los rocs y a sus jinetes allí plantados, observándonos como si fuéramos el espectáculo más hermoso que hayan visto. El estómago se me revuelve cuando Zayve asciende a esa velocidad tan mortal a la que suele someterme cuando alzamos el vuelo. En cuanto su velocidad se torna aguantable, relajo un poco la fuerza de mis muslos y manos y empiezo a disfrutar de verdad el paisaje.