CAP 20: “EL CORAZÓN NAYOLENSE”
Trato de no dormirme en medio del patio mientras el profe de educación física nos dice lo que vamos a hacer. El sueño que tengo es inhumano, no pude dormir bien anoche. Inara parece que tampoco, pero lo disimula mejor que yo a mi lado. Los chicos están todos a mi derecha, mientras que Aitor está delante, negándose a estar viéndome. Lo que le dije el otro día pareció herirle el orgullo de pollo.
El profesor, un hombre altísimo con músculos de infarto y albinismo, se pone a correr, incitándonos –obligándonos, mejor dicho– a correr detrás de él.
Muchos de los cadetes que entraron a primero como yo ya están cansados y algunos se paran por el camino. El recorrido es dar la vuelta a Gapath, pero es que Gapath es enorme, y no solo vamos a dar una vuelta, vamos a dar cinco. Para mí esto es normal, nos hacían entrenar así en Rashmak, pero para los chavales de aquí esto es la muerte en persona de sus cuerpos. Incluso los más fuertes y grandes se cansan.
Cerca de la cuarta vuelta, mientras pasamos por la ladera del lago Egeryf, uno de los chicos más flacos y debiluchos del grupo se resbala por la arenosa de la ladera y cae al agua. El lago, al cual resulta que apodan más bien como El lago del olvido, dicen que es tan profundo que ni siquiera los dioses sabes qué hay al fondo, y sus aguas son tan oscuras y turbias que es casi imposible ver lo que hay debajo. El profesor se detiene en seco y mira hacia el lago, justo por donde ha caído el chico. Espero que se tire a por él, pero en vez de eso, se pone la mano en el pecho y reza en voz alta a Ozennan. Me quedo parada, sin sabes muy bien cómo reaccionar. Vuelvo a observar el agua, esperando que salga por arte de magia, pero ni tan solo se ven las burbujas de aire. Lo único que quedan son las ondas en la superficie que se empiezan a desvanecer ya.
Los cadetes, de todos los cursos, empiezan a correr esquivando mi inmóvil cuerpo en medio del camino. Los chicos, Lanah e Inara se detienen a mi lado y observan el agua. Yo simplemente no puedo desviar la vista de ahí.
–Si hubieran sido otras aguas, seguramente se habría metido a por él, pero es el Lago del olvido. Si te metes en esas aguas nunca sales–me dice Lanah poniéndome una mano en el hombro mientras me gira otra vez hacia el camino–. Vive ahí una criatura extraña, agresiva. Nadie ha visto como es. O al menos no entera. Pero se dice que es una especie de reptil enorme devora hombres. Por eso el lago se llama Egeryf, significa serpiente en nayolense. Sea como sea, deberías olvidarte de quien caiga ahí.
–Vale…
Nos ponemos a correr otra vez, pero mi mente ya no está en el camino, está en lo que me ha dicho. ¿Criatura? El camino resbala y empiezo a entender por qué hay mucha gente que se cae. El lago no tiene orilla como tal, sino que es un pequeño acantilado de no más de cinco metros de altura. Unos trozos de tierra se desprenden cuando pasamos y mi pie se resbala.
–¡Mierda!
Me agarro a unas raíces de árbol que sobresalen del barranco y me quedo colgando. Ahí. En el puto vacío. ¿Por qué no me habré centrado en el camino en vez de pensar en el chaval flaco del agua? Oigo a los chicos gritar desde arriba, mientras tratan de acercarse con cuidado de no caer por el barranco. Miro abajo, donde el agua ni tan solo parece reflejarme. Ahogo un grito cuando veo la aleta dorsal de un pez pasando por la superficie, cortando el agua a su paso. Pero hay un pequeño detalle, y es que no es un pez, es un puto monstruo. Solo la parte superior de la aleta ya mide unas cinco veces mi altura. Me agarro con fuerza a la raíz y subo como puedo, impulsándome con muchísimo esfuerzo hacia arriba. Crías y Eoghen me ayudan a subir mientras me apartan de un empujón leve del barranco. Me quedo en el suelo, con la mente en blanco y sin mirar a nada en concreto.
–Faye. ¡Faye!
–La he visto.
–¿A quién?
–A la criatura. Debe de ser tan grande como el largo de la ladera del lago en la que estamos ahora.
–Por los dioses…
Me levanto, aun en shock, y me sacudo la tierra del culo. Paso las manos por mi pelo y me quedo respirando hondo. Pensaba que me moriría.
Pasan unos minutos hasta que me calmo del todo y emprendemos otra vez la marcha. Cuando llegamos al patio de donde salíamos, el profesor nos espera.
–¿Llegáis tan tarde porque sois lentos o porque ha habido un problema?
–Faye se ha caído al lago. La tierra del barranco se ha desprendido un poco y ella ha resbalado. La hemos podido agarrar antes de que cayera.
–Ah. ¿Estáis todos bien? –asentimos y él hace un gesto aprobativo–. Pues sigamos. Cincuenta flexiones todos–grita refiriéndose a todos los presentes en la clase.
. . .
Le doy vueltas y vueltas a los garbanzos en la bandeja metálica mientras mi mente divaga por un camino en blanco. No tengo hambre. Me ha dejado más tocada de lo que esperaba lo del lago, el chico y la criatura.
–Come–me dice Crías.
–No tengo hambre.
–He ido a buscarte expresamente la comida con lo más bueno que había hoy en el menú, niña. Debes comer o luego te encontrarás mal y más débil.
–Crías tiene razón, Faye–lo apoya Inara. Ambos cruzan miradas, ella se sonroja y aparta la mirada al plato. Crías hace lo mismo.
Pongo los ojos en blanco y me digno a probar bocado. Nunca me han gustado los garbanzos, pero mira, estos están aún peor que los de Rashmak. Decido pasar de los garbanzos y voy a la carne. Ya está más que fría, pero como lleva salsa, no se ha quedado seca. Me meto un trozo en la boca y disfruto de que al menos esté buena.
Terminamos la cena con un silencio incómodo, que se mantiene incluso en los pasillos hacia las habitaciones, y que sigue hasta que me meto en mi habitación. Si hubiera estado aquí Riot me habría tranquilizado y me habría dicho que no pasaba nada. Que aquel chaval estaría bien con sus dioses y que no debía preocuparme. Me habría besado y me habría dejado dormir pegada a su pecho toda la noche. Pero no está. Y ahora tengo que dormir yo, sola, en una habitación propia, otra vez sin él. Ya llevo dos noches. Y él todavía no vuelve. ¿Estará bien?