Me despierto, enredada con las sábanas y con Riot. Me froto los ojos, pesados, y salgo de la cama, despertando a Riot sin querer, quien empieza a quejarse con sonidos raros, claramente sin ningún tipo de intención de irse a clase.
El frío me muerde por completo la piel desnuda, así que me voy hasta una esquina de la habitación y recojo el sujetador que tiré ayer por la noche de mala manera. Voy a la cajonera y me pongo las bragas y el traje de cuero.
La temperatura ha subido un poco en comparación con el frío que hacía en diciembre, pero igualmente sigue refrescando.
Una vez ya estoy vestida y con el pelo bien peinado, me siento en el borde de la cama, mirando la otra vez dormida figura de Riot. Está tumbado boca abajo, con los brazos doblados y a la altura de su cabeza, sobre la almohada. Tiene el pelo negro despeinado y lleno de nudos en la nuca –gentileza de mis manos ayer al agarrarlo de ahí–.
–Riot. Riot, vamos; despierta.
–Mmm.
–No; mmm, no; despierta.
–¿Qué hora es, Ris?
–Las siete.
–Joder… Que pronto. No quiero irme de aquí.
–Pues tienes que irte. Tienes que hacer clase y comportarte como un líder ejemplar.
–Solo quiero quedarme para siempre en esta cama, contigo. Vuelve a desnudarte y métete aquí conmigo, anda.
–Pese a que es una oferta muy tentadora, voy a tener que denegarla. Me toca a primera hora la clase esa extra. Y esta vez será la primera vez que vuele con Tayonah. Hace ya cuatro días que quiero volar y aún no nos dejaban.
–Es verdad. Solo por eso me levantaré de aquí. Anda, dame un beso, Aurish.
–Pesado…–le digo en broma mientras dibujo una divertida sonrisa. Me agacho y uno nuestros labios en un gesto tierno, que aunque él intenta convertirlo en algo hambriento, termina siendo algo sencillo y controlado.
Minutos más tarde estamos en la rotonda, intentando controlar nuestras miraditas delante de los chicos y los alumnos que pasan –básicamente porque Riot ha terminado consiguiendo que nos besáramos bien de verdad, con él desnudo sobre mi cuerpo vestido, pues él no se había puesto nada de ropa al terminar ayer–.
Él se despide de mí, igual que los demás, e Inara y yo nos vamos hacia los patios, donde en teoría se imparte la clase.
Se nos corta la respiración cuando, al salir, vemos a todas las mantícoras de la segunda Brasa de Otoño esperándonos. No veo a Tayonah por ningún lado, pero me asusto al verlo encima del campanario de Gapath, allí en la cima, como si quisiera, no solo estar lejos de los suyos, sino encima marcar que él es superior y diferente a los demás.
En cuanto me ubica, extiende sus alas y de un ágil salto baja al patio, amortiguando el golpe con las alas, haciéndolo más leve. Se para delante de mí y me mira fijamente. Luego mira a Inara.
–Buenos días, pequeña suicida. ¿Cómo me llamo? –Me pregunta para mi sorpresa. Me quedo desconcertada hasta que recuerdo lo que me dijo en la Brasa de Otoño.
–Tayonah.
–Te has salvado de una muerte aérea, suicida.
–¿Te sabes tú mi nombre? –Le pregunto, solo para vacilarlo. Gira la cabeza hacia un lado a la vez que emite un sonido raro. Supongo que es algo como una risa, parecido a lo que hace Zayve.
–¿Cuál? –Dice, haciendo que se me corte la respiración por un momento hasta que recuerdo que Inara también sabe que tengo un segundo nombre. O un nombre real mejor dicho.
–El que me gusta, el otro no.
–Pues, en ese caso, te llamaré Faye. Era así, ¿no?
–Exactamente así.
Inara me pasa un brazo por la cintura y le habla a Tayonah como si no le tuviera miedo. Niña insensata…
–No le gusta nada su otro nombre. Cuando Riot lo dijo, por poco lo mata.
–Normal. –Acepta, mirándome a mí fijamente. Se está imaginando la escena de lo que pasó en su cabeza, estoy segura–. Pero ¿quieres un consejo, rubita? No vuelvas a mirarme a los ojos. Jamás. Y mucho menos hablarme como si no necesitaras mi permiso en absoluto. Bueno, puedes hacerlo, pero solo si quieres ser mi postre. Mejor dicho…, serías lo que los humanos usan para sacarse los paluegos, porque eres tan pequeña que no alimentarías ni a un cerdo.
Inara me suelta y yo la miro. Observa al suelo mientras anda a pasos lentos por el patio, alejándose pasito a pasito de mí. Aparece una mantícora a su espalda, que le enseña los colmillos a Tayonah.
Él mete una pata entre mí y el otro bicharraco, como si tratara de protegerme.
Oigo como su gruñido resuena en mi pecho, y hace que la mantícora –que creo la de Inara– se eche atrás, haciendo una reverencia llena de ira. No quiere hacerla, pero se obliga. Por respeto. Y por miedo, diría yo.
Se da la vuelta y le dice a Inara que se suba encima, y ella, aunque asustada, lo hace. Casi ni se la ve; ella tan pequeña y su montura tan enorme, pero igualmente se ha montado, y eso significa mucho.
Intento no darle más importancia a lo que acaba de pasar, así que me giro hacia Tayonah que, para mi sorpresa, sigue tenso y protegiéndome. Hasta que ellas no se alejan unos cincuenta metros él no se relaja. Se tumba en el suelo como si fuera un perro y eleva su cola de escorpión moviéndola de lado a lado, jugando con ella.
–No me gusta.
–¿El qué?
–Tu amiga. No le hables más; o haz lo que sea para alejarte de ella. Me huele raro. Además, las mantícoras no escogemos al azar, y Koz no es precisamente leal entre los nuestros.
–Ignoraré que me acabas de decir que no puedo ser amiga suya y que no es una chica leal y te voy a preguntar por qué me escogiste a mí.
–Porque me parece divertido escoger a alguien…con procedencias y tradiciones tan peculiares. Además, me diste buena espina. Valentía, orgullo. Prudencia y sensatez no te definen en absoluto, cosa que me parece de tontos, pese a que no tienes un pelo de tonta. Pero eso me recuerda a mí, y por eso me gustaste, en parte. Y me gusta tu manera de pensar. Quizá tu “amigo” –dice con un tono más que estudiado en esa palabra– te ha dicho esta misma frase alguna vez. ¿Me equivoco? –Abre los ojos fuego y, tras callarse unos segundos, hace un sonidito raro y vuelve a cerrarlos–. Sí, tu mente me dice que sí te lo ha dicho alguna vez.