CAP 32: “ROTA”
Lo miro sin entender nada de lo que me dice, pero algo me aprisiona el pecho después de sus últimas palabras. Es algo malo.
Me siento sobre la cama y lo miro a los ojos, viendo como los suyos se humedecen, llenos de un dolor y culpa horribles.
–¿Qué quieres decir con que tenéis que romperme?
–Pues que tenemos que romperte literalmente. Tendremos que romperte los huesos.
Se me congela la sangre en las venas y me levanto de la cama como si tuviera un muelle. Me aparto de él andando hacia atrás hasta chocar con el escritorio. Las cosas que hay encima suenan y algunas caen. Las marcas me brillan, pero yo estoy pálida.
Riot se levanta también y se acerca, pero el miedo es superior a mí, así que me aparto de él como si fuera metal ardiente contra mi piel. Voy hasta la puerta sin darle la espalda y me pongo nerviosa la ver que la puerta es lo más lejos que llegaré. Hay barreras.
–Aurish…
–Me queréis matar –susurro con la voz completamente quebrada.
–No queremos matarte. Queremos hacer que parezcas muerta. Deja… Deja que te lo explique todo. Por favor. No me tengas miedo, Ris; todo lo hago por ti.
Pero yo no soy capaz de calmarme. Me siento traicionada. Y no debería, porque se está explicando. Pero cuando Riot anda hasta mí y me besa, me calmo un poco y empiezo a pensar con claridad.
–Confía en mí, por favor.
–C-Cuéntamelo.
Me pide que vayamos a sentarnos, así que vamos hasta el colchón y lo escucho mientras me cuenta lo que ha pasado:
–Cuando Te has desmayado Calíope se ha reído y ha dicho que debías de ser la prisionera por narices. Porque es mucha casualidad que yo cuide tanto a una alumna que se parece tanto a la prisionera a la que yo había estado “cuidando” y de la que hace tiempo que no se sabe nada. Le hemos dicho que estabas muerta. Pero no se lo ha creído. Y nos ha pedido ver el cadáver. Tenemos un plan; un plan con Umani. No morirás, ni siquiera sentirás dolor. Pero tienes que hacerte la muerta. Y para eso tenemos que romperte como si te hubiéramos torturado hasta la muerte. Y te dejaremos en un foso, para que piense que te tiramos.
–¿Cómo haréis para que no me duela?
–Umani guarda una planta muy especial entre todos esos botecitos. Hace que no sientas dolor. Nunca te la ha dado ni a ti ni a nadie porque es muy difícil de encontrar, está en peligro de extinción desde la gran guerra. Pero ha dicho que utilizará de ella contigo hoy. Así que no te preocupes por el dolor.
–Aunque no sienta dolor, puede que muera.
–Piedras de tiempo, amor –me dice sacándose una pequeñita del bolsillo.
–¿Cuándo vais a hacerlo?
Riot me mira a los ojos muy fijamente. Demasiado. Y anuncia:
–Ahora mismo.
. . .
Los chicos me miran, todos a mi alrededor. Tienen cara de preocupación, y alguno de ellos está pálido, tirando a un tono verdoso enfermizo. Les pone malos tener que hacer esto. Pero a mí también. Porque a fin de cuentas, es mi cuerpo; y aunque no me duela, verme rota me va a dar pesadillas de por vida.
–¿Estás lista? –Me pregunta Eoghen.
–Sí, pero esa pregunta debería hacérosla yo a vosotros. Parece que seáis vosotros los que vais al matadero.
–Pues casi.
Miro a Esko, que se agarra el estómago, como si solo de pensar lo van a tener que hacer lo hiciera tener ganas de vomitar. Lo entiendo. Es horroroso.
–Umani, trae la vonaegrava.
Él les hace caso y trae consigo un bote de lo más elaborado, con formas extravagantes y extrañas de vidrio. Tiene mucho dentro. Y espero que solo un poco de eso sea suficiente.
–Tome –me dice y me pone delante de la boca una pequeña hoja de esa extraña planta. La hoja no es más grande que la yema de mi dedo meñique, así que por suerte va a haber de sobra en ese bote.
Me la pongo en la boca y la mastico dos veces antes de tragármela. Todos los chicos suspiran con pesar y se acercan a la mesa de Umani, donde estoy yo sentada. Dagan, el más sádico de todos, se acerca a mí. Probablemente empiece él. Pero todo su cuerpo emana asco y horror.
–Lo siento. A ver, ¿te duele? –pregunta pellizcándome con mucha fuerza el ante brazo. Me asusto porque me duela, pero no siento nada. Absolutamente nada. Me quedo fascinada por el poder de la vonaegrava y su rápido efecto.
–En absoluto…
–Vale… Lo siento.
Y antes de que pueda preguntarle por qué se disculpa otra vez y con tanto pesar en la voz, un angustioso crujido de huesos invade la sala. Se me corta la respiración por un momento, y las náuseas me vienen casi al momento en que me miro la mano. Dagan mira lo que ha hecho horrorizado, y antes siquiera de poder recomponerse, se va corriendo hasta una esquina de la sala, vomitando.
Me miro impactada los dedos, todos torcidos hacia arriba demasiado. Todos rotos. Levanto la mano para mirarlo mejor y, aunque el mareo y las náuseas se ponen peor al ver como algunos se descolocan más y otros se quedan como estaban, no siento nada. Como si mis dedos estuvieran bien.
–Joder… Dagan ¿estas bien?
–Perfectamente –miente mientras vuelve, con un tono verdoso en la piel y los ojos lagrimosos –. ¿Tú?
–No me duele.
–Vale… Ahora la otra.
Se acerca y me coje la otra mano, pero cuando empieza a tirar los dedos hacia arriba, se tambalea y se aleja rápido.
–No puedo. Lo siento, no puedo.
–Lo haré yo, entonces. No hay mucho tiempo –dice Eoghen, respirando con dificultad mientras se acerca a mí.
Me coje los dedos y yo, en una señal de miedo que no sé ni por qué me viene ahora, extraigo las garras de golpe, haciéndole un pequeño corte en la palma de la mano.
–¿Cómo has…?
–Da igual, lo siento.
Las retraigo lo más rápido que puedo, ignorando las marcas, y él, esperando a que Umani le cure rápido el corte, vuelve a cogerme los dedos. Respiro hondo y vuelvo a oír el crujir de mis propios huesos. Eoghen se pone malo, pero respira hondo e intenta tranquilizarse.