CAP 34: “CASA”
No sé cuántas horas llevo sobre esta silla. El sol ha vuelto a salir, y los músculos de las piernas se me han entumecido. Aurish sigue contra mi cuerpo, aún inconsciente.
Llevo horas intentando pensar en algo. En lo que sea. Pero estoy en blanco. Mi mente no es capaz de pensar en nada, ni siquiera en lo de hace unas horas; solo miro al frente, hacia la nada, viendo como de tanto en tanto se vislumbran a lo lejos los fuegos y las velas de las aldeas que hay en Nayolen. Trato de memorizarlo todo, porque algo me dice que no saldré de Unkari. Puede que salga algún día, pero ¿a dónde iré entonces?
Pasa otro día, y cuando la luna está en lo alto del cielo nocturno, veo la última aldea. Debe de ser Isonburn. Las montañas Vailnine se yerguen ante nosotros, y eso hace que un efímero alivio me azote. Ya estamos.
Hemos tenido que ir parando en muchos sitios, para escondernos de guardias aéreas que han hecho en estos últimos dos días. Hemos tenido que ir sorteando trozos del mapa, que nos han hecho ir mucho más lentos a la hora de llegar a las fronteras.
Volamos unos quince minutos más hasta que, en la lejanía del manto oscuro de la noche, vemos una torre, en la que se ven las ventanas iluminadas por las velas del interior.
–Riot –me llama Tuoruk–; eso de ahí delante es Bugath. Yo que tu no iría a probar suerte a ver si hay un regenerador ahí.
–Ya… Creo recordar que la base más cercana a Bugath era Yihmal. Dile a los demás que vamos allí, no a Bugath.
–Me parece bien.
Tuoruk ruge y les comunica a los demás lo que les he dicho, así que ellos, incluida mi montura, giran un poco su dirección de vuelo.
Toco el bolsillo de mi chaqueta –que ahora la lleva Aurish– y saco la piedra de tiempo que le he puesto hace unas horas. Veo que casi no tiene color, así que la lanzo al vacío y activo otra piedra, poniéndosela a Aurish en el bolsillo de mi chaqueta.
Pese a que me digo que no quiero abrazarla porque interiormente la sigo juzgando por lo que pasó, paso mis brazos alrededor de su cuerpo y me la abrazo. No puedo odiarla. No puedo. Pero sé que, de una manera u otra, le guardaré esto en el corazón para siempre. Una especie de rencor que jamás podré arrancarme, pese a que sé que ella sí ha hecho todo lo posible por salvarlo.
Tardamos cerca de una hora en llegar a Yihmal, pero antes de que nos acerquemos, Zayve nos dice que no bajemos aún y que le dejemos a él.
Así que eso hacemos.
Veo como los soldados que hacen las guardias, corren por las murallas, avisándose los unos a los otros al vernos. Deben de pensar que es un ataque. Pero Zayve aterriza sobre sus muros, y Yabilah, donde están montados Riken y Devaron, también. Oigo de lejos sus profundas y extrañas voces, calmadas; supongo que contando la situación. Parece que los convencen, porque con antorchas nos hacen un gesto para que aterricemos. Lo hacemos, pero en vez de subir a los muros, las mantícoras aterrizan en la placeta central. Es normal, nuestras monturas tienen cuatro patas, no dos, así que subirse a un muro como si fuera una rama no es su habilidad.
En cuanto Tuoruk toca piedra, se agacha para que pueda bajar bien a Aurish.
Me desmonto de encima de la silla de montar y cojo a mi amor, bajándola con sumo cuidado, con miedo de hacerle más daño.
Los soldados unkarianos vienen a ayudarnos, o mejor dicho a ayudar a Aurish. Me la piden, pero me niego rotundamente y les digo que la pienso llevar yo hasta donde vayan a curarla.
Puede que ahora mismo esté rabioso con ella y con todo el mundo, pero no por eso voy a dejársela a unos tíos que no conozco, y mucho menos herida de muerte.
Me la abrazo al cuerpo, llevándola en volandas. Miro a los chicos, que ya han bajado y están viniendo hacia mí.
–Quedaos aquí. Voy a hacer que la curen y nos vamos otra vez.
Todos ellos asienten, y yo sigo a los soldados que, aunque tensos, me llevan hasta el regenerador.
Me meto por una de las entradas de la placeta, una que recuerdo muy bien, aunque no de esta base, sino de Bugath. Entramos por unos túneles que también reconozco. Los soldados no hablan ni dicen nada, pero lo agradezco, porque si lo hicieran quizá me darían ganas de darles una buena tunda, porque tienen cara de imbéciles.
Llegamos a una puerta de madera, la abren y me encuentro con una sala parecida a la de Umani, pero mucho más vacía. El regenerador me mira y luego mira a Aurish. Me hace un gesto rápido y preocupado hacia una camilla que hay y yo la dejo ahí con cuidado.
–Por Jabuq… Es la oficial Galeyra. Creíamos que estaba…
–Cúrala o sí que estará como tú dices.
–Sí, lo siento.
Le levanta un poco la camiseta y pone sus manos brillantes sobre la herida. Empieza a curarse, pero Aurish se despierta de golpe y emite un grito desgarrador, que me transporta de golpe a la pradera de Gapath, al grito de Esko y…
–¡Riot! –me llama, retorciéndose de dolor.
Me acerco y le sujeto ambos brazos contra el cuero de la camilla cuando intenta darle un puñetazo al regenerador.
–¡Estate quieta, joder! ¡Te están curando!
–Riot…
No hago nada para calmarla, solo la sujeto hasta que todas sus heridas están curadas. Ella se levanta, mareada, y cuando veo que se va a caer, hago que se apoye contra mí. Ella se aferra a mi ropa, haciéndome un lío. Quiero llorar, gritar y romper cosas, pero con ella a mi lado. Quiero que me bese, que me abrace y que me diga que todo va a estar bien.
Pero a la vez solo quiero huir de ella, de el verde de sus ojos que, aunque sé que no pueden leerme la mente, siento como si vieran hasta mi alma cada vez que me mira.
–Vamos, tenemos que seguir.
–¿Dónde estamos? –Pregunta con voz fría y seca, y tan distante que se me revuelve el estómago.
–En Yihmal.
–Aún falta…
Se va de la sala sin decir nada más, y va a paso muy rápido por los pasillos de vuelta a la rotonda. Parece que se los sabe de memoria, pero es normal, porque ella ha estado mucho tiempo en esas bases, todas iguales.