Reinos olvidados - Descenso

Capítulo Dos: Hacia la Oscuridad

Cuando William se unió al departamento de policía, lo hizo con un fervor casi obsesivo. Su ascenso fue rápido. Sus compañeros admiraban su intuición y determinación. Pronto, William se convirtió en el detective de referencia para los casos más difíciles. Desapariciones misteriosas, crímenes sin resolver y secretos enterrados lo atraían como un imán. Era incansable, dispuesto a sacrificar noches de sueño y momentos personales por el deber que sentía arraigado en lo más profundo de su ser.

Sin embargo, el precio de su dedicación no tardó en manifestarse. Cada caso dejaba fisuras en su mente y heridas en su espíritu. El rostro de una madre que esperaba respuestas. Las fotografías de una vida truncada. Cada uno dejaba una marca distinta, pero igual de indeleble. Al principio, eran apenas perceptibles, pero con el tiempo comenzaron a expandirse. Los horrores que presenciaba erosionaron las líneas entre el bien y el mal, antes tan claras para él. En su lugar, quedó un vacío que consumió su fe en la justicia. Atrapar a los culpables no devolvía las vidas perdidas, no sanaba las heridas que nunca llegaba a ver. Había dejado de buscar respuestas en las estrellas y comenzó a buscarlas en la oscuridad del alma humana.

Aunque escasos, los casos que no podía resolver lo perseguían aún más. Cada fracaso se sentía como una condena, una prueba de que no era suficiente, de que el mundo estaba demasiado roto para ser reparado. El zumbido de las luces fluorescentes en la comisaría lo seguía hasta su apartamento vacío, donde el único sonido era el tic-tac implacable del reloj de pared. William intentaba mantener una fachada de fuerza, pero por dentro, el peso de su culpa y la desesperanza comenzaban a hundirlo. En su intento de protegerse del dolor, empezó a distanciarse de las personas a su alrededor, volviéndose más frío, más reservado.

A medida que su desconexión crecía, también lo hacía su obsesión por encontrar respuestas. Sin embargo, este enfoque tuvo un costo. Las víctimas dejaron de ser personas con historias; se convirtieron en rompecabezas que debía resolver, piezas de un mundo fracturado que intentaba en vano recomponer.




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