El entorno en el que William se movía ahora, a los treinta años de edad, ya no era el mismo de antes. La oficina, con su mobiliario desgastado, reflejaba el paso del tiempo y las cicatrices de cada caso. En las paredes, fotos antiguas y notas llenaban tablones como recuerdos de batallas pasadas, contrastando con el joven de entonces, lleno de idealismo, que alguna vez había creído en respuestas simples.
Una mañana como cualquier otra, William estaba frente a una pizarra llena de fotografías y líneas entrelazadas, rodeado por el silencio del final de un turno agotador. La intensidad en su mirada hablaba de obstinación, cada conexión en la pizarra era un laberinto en la mente de William, una lucha interna por encontrar claridad.
Un golpe seco interrumpió el silencio. Una figura entró con pasos firmes y dejó un informe sobre el escritorio.
—¿Detective William? —preguntó con voz firme pero tranquila.
William giró ligeramente la cabeza hacia la puerta, dejando la pizarra a medias en su análisis. Sus ojos, habituados a rastrear evidencias, se encontraron con los de la recién llegada.
—Soy la doctora Evelyn Thorne, la nueva médico forense de la comisaría —se presentó mientras le sostenía la mirada, serena pero sin titubeos.
William examinó a Evelyn con la atención que normalmente reservaba para las escenas del crimen. Su cabello oscuro, recogido en un moño impecable, hablaba de disciplina más que de vanidad. Sus pómulos marcados y la firmeza de su expresión proyectaban un aire inquebrantable cuidadosamente construido. Pero fue su mirada lo que realmente atrapó su atención: gris y afilada, evaluando cada detalle de la habitación y de él con precisión.
Había una rigidez en su postura, un control que parecía intencional. Cada movimiento estaba medido, lo que lo llevó a preguntarse: ¿Qué estaría ocultando detrás de esa precisión? Ese nivel de autocontrol.. Sin embargo él lo sabía por experiencia, solía ser el resultado de luchas internas que dejaban cicatrices invisibles.
Derivado de su análisis, William dedujo que Evelyn no buscaba destacar; su entrada fue directa, enfocada, ajena a cualquier intento de impresionar.
Con un gesto automático, tomó el informe que ella había dejado sobre el escritorio y lo ojeó. Entre los datos del caso y la presencia de Evelyn, algo se encendió en su interior: una curiosidad latente, tanto por las pistas como por la mujer que ahora ocupaba su atención. No era interés personal, mucho menos sentimental; era la intriga profesional de alguien que reconocía a otro ser marcado por las sombras del pasado, una especie de reflejo que deseaba entender.
La relación entre ambos comenzó con un respeto frío y una eficiencia profesional impecable. Ella era meticulosa en sus observaciones, siempre señalando detalles que él podía pasar por alto, aunque sin un tono que sugiriera superioridad o crítica. Una tarde, mientras revisaban un caso, Evelyn rompió la rutina con una pregunta inesperada:
—¿Crees que alguna vez podemos realmente entender el porqué de lo que hacen?
William dejó de escribir y reflexionó un momento antes de responder:
—No sé si siempre hay un "porqué". A veces solo hay caos, y nosotros debemos arreglarlo.
La respuesta pareció resonar en Evelyn, y a partir de ese momento, William comenzó a notar destellos de la mujer detrás de su fachada profesional. Con el tiempo, largas jornadas de trabajo le revelaron no solo la brillantez de Evelyn, sino también el trasfondo que la definía. Había estudiado ciencias forenses buscando certezas en un mundo caótico, pero al entrar a la fuerza policial descubrió una verdad incómoda: las personas no eran ecuaciones que pudieran resolverse.
—Cuando empecé en esto, pensaba que la lógica bastaba para entenderlo todo —le confesó una noche mientras examinaban una escena desconcertante—. Pero incluso las personas más metódicas pueden ser impredecibles.
William asintió, reconociendo la ironía.
—Intentamos encontrar patrones para convencernos de que hay un orden en medio del desorden.
A medida que resolvían casos juntos, su conexión se fortaleció, no por afinidad inmediata, sino por una comprensión mutua. Evelyn tenía una habilidad asombrosa para conectar datos aparentemente inconexos, algo que intrigaba a William. Un día, no pudo evitar preguntar:
—¿Siempre has tenido esa facilidad para ver lo que otros no ven?
Ella sonrió ligeramente, un gesto raro pero genuino.
—Supongo que siempre he necesitado que las cosas encajen. Era mi forma de manejar lo que no podía controlar cuando era niña.
William entendía esa lucha. Aunque no lo expresó, sabía lo que significaba enfrentar los retos de la vida cotidiana con trabajo incansable.
A medida que pasaban los meses, las largas noches trabajando juntos dejaron de estar marcadas por silencios incómodos. Las conversaciones comenzaron a fluir, alejándose de los informes y las evidencias para tocar temas más personales. Evelyn hablaba de sus años en la universidad, de cómo se había sumergido en la química y la biología buscando certezas en un mundo lleno de incertidumbre. William la escuchaba con interés, pero al hacerlo no podía evitar pensar: ¿Por qué me resulta tan difícil compartir? Evelyn es abierta, honesta en su manera de relatar sus vivencias, mientras que yo… es como si cada palabra de mi pasado fuese un bloque de concreto difícil de levantar.