El apartamento de William reflejaba su mente: ordenado, pero lúgubre, con sombras alargándose más de lo necesario en los rincones. El aire estaba cargado de una mezcla de café rancio y humedad, un aroma que parecía encapsular su cansancio perpetuo. La suave luz de su lámpara de escritorio iluminaba el trozo de papel arrugado que había dejado sobre la mesa. Los símbolos parecían desafiarlo, sus trazos insinuando un lenguaje olvidado.
Sentado frente al papel, William no podía ignorar la conexión con el diario de Lila. Aunque le resultaba incómodo admitirlo, sabía que el cuaderno contenía pistas cruciales. Con un suspiro, lo abrió una vez más, sus ojos escaneando las páginas con una mezcla de curiosidad y aprensión.
Al pasar las páginas, los recuerdos regresaron con una fuerza casi tangible. Podía escuchar la voz de Lila explicando el contenido como si estuviera junto a él, una presencia etérea que lo hacía cuestionar si realmente estaba solo. Sus palabras guiándolo a través de mitos que describían dioses que habitaban entre los vivos y los muertos, seres que se manifestaban en momentos de crisis o cambio. Entre ellos, Nergal y Ereshkigal destacaban como guardianes de umbrales, entidades que simbolizaban tanto destrucción como equilibrio. Pero fue la mención de los Anunnaki lo que realmente captó su atención.
Lila había escrito sobre ellos como “entidades que existían entre las estrellas y la tierra, observadores silenciosos que intervenían en momentos clave de la historia humana”. Según el diario, los Anunnaki eran portadores de sabiduría y caos, fuerzas duales que podían otorgar comprensión o desatar destrucción. William sintió un escalofrío al leer sus descripciones, su mente luchando por reconciliar la lógica con los ecos de un mundo desconocido.
Había algo inquietante en la extraña conexión entre su caso actual y el contenido del diario. Mientras estudiaba los patrones, una idea comenzó a formarse en su mente. Tal vez, los casos recientes que investigaba no eran incidentes aislados. Tal vez había una red más grande, una convergencia que estaba cobrando fuerza.
Decidido a buscar respuestas, William se dirigió a la biblioteca de la ciudad. Pasó horas revisando libros sobre símbolos, mitología y lenguajes antiguos, pero no encontró nada que pudiera arrojar luz sobre su significado. Frustrado, se acercó al bibliotecario, un hombre de cabello gris que trabajaba en silencio tras el mostrador.
—¿Hay algo aquí que pueda ayudarme con esto? —preguntó William, extendiendo el papel con los símbolos.
El bibliotecario ajustó sus gafas y examinó el papel con una ceja levantada. Después de un momento, negó con la cabeza.
—Estos símbolos... no los reconozco, no tengo nada aquí que los mencione. Sin embargo, si busca una interpretación más... poco convencional, hay alguien que quizás pueda ayudarle.
William levantó la mirada con interés.
—¿Quién?
—Un sacerdote —respondió el hombre, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escucharlo—. Su nombre es Elias. Su iglesia está en una de las zonas menos transitadas de la ciudad. No solo escucha confesiones, sino que parece responder a preguntas que nadie más se atreve a formular.
William recordó haber escuchado rumores entre los oficiales de la policía sobre un sacerdote con una reputación peculiar. Decían que tenía la capacidad de caminar entre lo mundano y lo espiritual, ayudando a desentrañar lo inexplicable. Aunque siempre había descartado esas historias como meras exageraciones, ahora, con los símbolos del diario desafiando su comprensión, comenzó a considerar que tal vez era el único camino que tenía.
Con el trozo de papel aún en su bolsillo y el diario de Lila resonando en su mente, William dejó su oficina. Mientras caminaba hacia la iglesia del padre Elias, sentía el peso del misterio creciendo a su alrededor, como una sombra que se cernía más cerca con cada paso.
Cuando llegó a la iglesia, el edificio se alzaba como un faro solemne en medio de la penumbra, su fachada de piedra parecía cargar siglos de secretos, aunque apenas tenía unas décadas. Las farolas proyectaban sombras alargadas que danzaban sobre los muros, acentuando las grietas y las manchas que parecían susurrar historias de penitencia y redención. Al cruzar el umbral, un frío casi palpable lo envolvió, como si el tiempo dentro avanzara de manera distinta, más lento, más denso. El padre Elías emergió del interior, una figura delgada pero imponente, con ojos que parecían atravesar la carne para leer directamente el alma. Con su calma habitual, captó de inmediato el torbellino interno de William, como si el conflicto estuviera grabado en cada gesto.
—"Detective,"— dijo Elias en un tono tranquilo pero cargado de significado. —"Parece que ha encontrado algo que desafía su mundo."—
William extendió el papel hacia él. —"No sé lo que significa, pero sé que no es algo común."—
Elias tomó el papel con delicadeza, sus ojos examinando los símbolos con cuidado. Luego lo miró con una seriedad que hizo que William sintiera un nudo en el estómago.
—"Estos símbolos son antiguos, pero su significado no está perdido,"— dijo Elias en voz baja mientras continuaba revisandolos. —"Estos signos… no parecen advertencias, sino invitaciones. Algunos abren un diálogo entre mundos. Pero en cada conversación hay riesgos: ¿quién está al otro lado y qué busca de nosotros?, otros son señales de que los límites entre los mundos están debilitándose. Lo que está enfrentando no es solo humano, detective. Está entrando en un terreno donde la lógica no será suficiente."—
William se tensó. Aunque había esperado respuestas, las palabras del padre Elias solo añadían más preguntas. Pero sabía que no podía retroceder. Había algo en juego, algo que no comprendía del todo pero que sentía como una amenaza palpable.
—"¿Qué debo hacer?"— preguntó finalmente, su voz llena de una mezcla de determinación y temor.