En el laboratorio forense, William y Evelyn se sumieron en su respectivo trabajo, dejando que el ruido de hojas moviéndose y bolígrafos rasgando papel llenara el espacio. Evelyn estudió el medallón una vez más, sus ojos buscando detalles que antes pudieran haber pasado desapercibidos. William, por su parte, revisaba informes y documentos, aunque su mente estaba claramente en otra parte.
Un golpe en la puerta los interrumpió. William se levantó de inmediato, su mano yendo instintivamente hacia su pistola. Evelyn lo siguió con la mirada, tensa. Al abrir, se encontró con el padre Elias, quien entró con pasos rápidos y una expresión cargada de urgencia.
—"Espero no haber llegado demasiado tarde,"— dijo Elias mientras cerraba la puerta tras de sí. Sus ojos se dirigieron de inmediato al medallón sobre la mesa. Elias lo observó en silencio durante unos instantes, como si pudiera escuchar algo en los intrincados símbolos. Finalmente, levantó la mirada, sus ojos reflejando una gravedad que hizo que el aire en la habitación pareciera más denso —"Esto no es solo un objeto. Es un símbolo de la convergencia que amenaza con devorarnos,"— Elias dio una pausa para resaltar la importancia de lo que quería decir. —"Lo que enfrentamos no es físico. Es una lucha por el equilibrio entre mundos. Y para ganarla, necesitarán algo más que conocimiento o armas. Necesitarán fe."—
—"¿Fe?"— William arqueó una ceja y se dejó caer en una silla. —"Ah, claro, porque la fe me funcionó tan bien la última vez."— Sus palabras destilaban sarcasmo, pero debajo de ellas había algo más: un hombre luchando con la sombra de su propia desesperación.
Elias levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de William. —"El conocimiento no basta, detective. Necesitan comprender el propósito detrás de estas puertas. No todas deben cerrarse. Algunas son esenciales para mantener el equilibrio."—
Evelyn, aún sosteniendo el medallón, se inclinó hacia Elias, su voz cargada de incredulidad. —"¿Equilibrio? Hablas como si esto fuera inevitable."—
Elias asintió lentamente, su mirada cargada de una certeza inquebrantable. —"Lo es. La convergencia entre los mundos no puede detenerse. Es un ciclo tan antiguo como el tiempo mismo. Pero cómo lo enfrentemos definirá si sobrevivimos... o si somos consumidos."—
El silencio que siguió no fue vacío; estaba cargado de un peso abrumador, como si cada palabra de Elias hubiera escarbado una grieta en sus almas. Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos entendieron: no solo luchaban contra la Orden del Umbral, sino contra fuerzas mucho más poderosas.
Elias sacó un mapa antiguo de su bolsa y lo desplegó sobre la mesa. El pergamino, marcado con símbolos y rutas, parecía un eco de otro tiempo. Apuntó a un punto en las afueras de la ciudad, donde las líneas convergían con inquietante precisión.
—"Aquí,"— dijo, su voz teñida de urgencia. —"Un lugar olvidado por la mayoría, pero fundamental en los rituales de convergencia."—
Evelyn se inclinó sobre el mapa, sus pensamientos corriendo a toda velocidad mientras conectaba las piezas. —"Si llegamos antes que ellos, tal vez podamos usar el medallón para detener cualquier intento de apertura. Pero necesitamos saber cómo funciona realmente."—
Elias suspiró, su expresión cargada de años de conocimiento y temor. —"El medallón responde a la intención, a la pureza del propósito. Si se usa con miedo o duda, no sellará nada. Solo aumentará el caos."—
William asintió, sus ojos fijos en el mapa como si tratara de grabarlo en su memoria. —"No tenemos otra opción. Vamos a ese lugar."—
El camino hacia el sitio señalado era largo, una ruta serpenteante a través de bosques densos y carreteras maltrechas. Cada kilómetro que avanzaban parecía alejarlos más del mundo que conocían. Evelyn no podía dejar de sentir una conexión inquietante con el medallón, como si este pulsara suavemente en respuesta a su presencia. William, por su parte, estaba concentrado, su mente calculando escenarios y estrategias para lo que estaba por venir.
Cuando finalmente llegaron, encontraron un paisaje desolado: ruinas antiguas envueltas en musgo y rodeadas por árboles. La atmósfera era sofocante. El olor a tierra húmeda impregnaba el aire, mezclándose con el aroma acre y de vegetación. Cada tronco parecía inclinarse hacia ellos, como testigos mudos de lo que se aproximaba.