Reinos olvidados - Descenso

Capítulo Doce: El Umbral

La noche era excepcionalmente oscura, como si el cielo hubiera decidido esconder su luz. Las ruinas eran un lugar extraño, una mezcla de la naturaleza reclamando su espacio y un pasado que se resistía a ser olvidado. William y Evelyn avanzaron con cuidado, sus pasos resonando en el silencio sepulcral. Los árboles que rodeaban las ruinas parecían formar una barrera natural, sus ramas entrelazándose como si intentaran proteger el lugar o, quizás, mantener algo contenido en su interior.

El medallón en las manos de Evelyn emitía un pulso suave. La luz roja era más brillante ahora, iluminando los grabados en las paredes de piedra que los rodeaban. Los símbolos eran similares a los del medallón, pero más elaborados, casi como si fueran parte de un lenguaje completo. Evelyn no podía evitar sentir que el medallón y las ruinas estaban conectados, como dos piezas de un rompecabezas esperando ser ensambladas.

—"Esto no es un lugar cualquiera,"— dijo Evelyn, deteniéndose frente a un arco de piedra que parecía haber sido tallado con una precisión antinatural. —"Es un portal. O lo fue en algún momento."—

William estudió el arco, notando los mismos patrones que habían visto en las notas de Evelyn. Su instinto le decía que estaban en el lugar correcto, pero también que no estaban solos.

—"¿Crees que ellos ya están aquí?"— preguntó, su voz apenas un murmullo.

Evelyn asintió, sus ojos recorriendo las sombras que parecían moverse a su alrededor. —"Si no lo están, llegarán pronto. Esto es demasiado importante para la Orden como para dejarlo sin vigilancia."—

Mientras continuaban explorando, encontraron más señales de actividad reciente: huellas en la tierra, restos de velas y objetos rituales. Evelyn tomó nota de todo, su mente trabajando febrilmente para entender el propósito del lugar. William, por su parte, mantenía su arma lista, sintiendo que el peligro estaba cada vez más cerca.

Finalmente, llegaron a una cámara central, un espacio amplio con un pedestal en el centro. Encima del pedestal había un grabado que parecía coincidir perfectamente con la forma del medallón. Evelyn lo estudió con detenimiento, sus dedos trazando los bordes de los símbolos.

—"Es aquí,"— dijo finalmente, volviéndose hacia William. —"Si colocamos el medallón aquí, podría activar o desactivar algo. Pero no sé qué será."—

William miró el pedestal, su mandíbula apretada. —"No tenemos mucho tiempo para decidir. Si la Orden llega aquí antes de que hagamos algo, estaremos en desventaja."—

Antes de que pudieran tomar una decisión, un sonido resonó desde la entrada de la cámara. Ambos se giraron rápidamente, y allí estaban: Lucien Graves y varios de sus seguidores, sus figuras encapuchadas avanzando hacia ellos con una calma inquietante. Lucien sonrió al verlos, como si hubiera anticipado su presencia.

—"Detective,"— dijo Lucien, su voz resonando en la cámara. —"Y la brillante Dra. Thorne. Qué agradable sorpresa encontrarlos aquí. Han hecho un trabajo admirable siguiéndonos hasta este punto. Pero me temo que su viaje termina aquí."—

William levantó su arma, apuntando directamente a Lucien. —"¡Alto! No daré advertencias."—

Lucien levantó una mano, y los seguidores se detuvieron. —"Ah, detective, siempre tan predecible. Pero esto no es algo que puedas detener con balas."—

Mientras hablaba, Lucien extendió su otra mano hacia Evelyn. —"El medallón, por favor. Pertenece aquí. Estoy seguro de que ya lo has deducido."—

Evelyn retrocedió un paso, su mirada alternando entre Lucien y William. Sabía que el medallón era la clave, pero también sabía que entregárselo a Lucien sería un error catastrófico. Su mente trabajaba a toda velocidad, buscando una forma de ganar tiempo.

—"Si quieres el medallón,"— dijo William, su voz llena de desafío, —"ven por él."—

Lucien sonrió, un gesto que no contenía humor. —"Como desees."—

Con un gesto de su mano, los encapuchados avanzaron hacia ellos. William disparó, sus balas resonando en la cámara, pero los seguidores no parecían afectados. Evelyn, por su parte, se movió rápidamente hacia el pedestal, sosteniendo el medallón con ambas manos.

—"Evelyn, ¿qué estás haciendo?"— gritó William mientras intentaba contener a los seguidores.

—"Es la única forma,"— respondió Evelyn, ella sabía que no había garantías. Podía estar activando algo mucho peor, pero la inacción no era una opción. Su mente luchaba contra el miedo mientras sus manos se movían casi por instinto, colocando el medallón en el pedestal. La luz roja del objeto se intensificó, iluminando la cámara con un resplandor cegador. Un calor extraño emanaba del pedestal, mezclándose con el olor a piedra quemada y algo metálico

El suelo retumbó con una ferocidad primigenia como si el mismo corazón de la tierra estuviera al borde de estallar. Una fuerza invisible arrasó con todo, lanzándolos hacia atrás como si fueran arrastrados por una avalancha de aire invisible. William fue el más afectado;
su pecho estalló en un dolor abrasador, como si fuego líquido se vertiera directamente sobre su piel. Jadeó, su respiración se volvió errática mientras caía de rodillas, llevándose las manos al pecho en un intento desesperado por calmar el ardor insoportable. Al desgarrar su camisa con un movimiento frenético, vio cómo el trozo de papel flotaba en el aire, envuelto en llamas etéreas que no emitían calor, solo una luz cegadora. En un instante, el papel se consumió por completo, y los símbolos comenzaron a formarse en su piel, grabándose como cicatrices incandescentes que parecían arder desde el interior. Un grito ahogado escapó de su garganta mientras su cuerpo cedía. Cada destello del medallón no solo amplificaba el tormento, sino que parecía arañar los rincones más profundos de su ser, como si intentaran arrancar algo que ni él sabía que tenía.

Cayó de rodillas, jadeando, su visión oscurecida por el dolor. Pero incluso en ese estado, su mirada buscó desesperadamente a Evelyn. No podía permitirse el lujo de sucumbir, no frente a ella. La idea de que lo viera roto era un peso mayor que cualquier sufrimiento. Con un esfuerzo titánico, sus manos temblorosas se aferraron al suelo y se obligó a levantarse. El dolor lo consumía, cada músculo protestaba, pero una verdad se repetía en su mente como un mantra inquebrantable: “Siempre tenía que levantarse. Siempre.”




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