Reinos olvidados - Descenso

Capítulo Trece: Ecos del Umbral

El aire afuera de las ruinas era frío y pesado, como si la realidad misma intentara recomponerse tras el caos. William y Evelyn caminaron hacia el coche en un silencio que no era meramente incómodo, sino profundo, como si cada paso los hundiera más en las preguntas que los perseguían. El portal estaba cerrado, pero ambos sentían que apenas habían rozado la superficie de algo mucho más siniestro.

—"¿Y ahora qué sigue?"— preguntó William finalmente, su voz grave y áspera, como si dudara si quería oír la respuesta.

—"No lo sé,"— respondió Evelyn, mirando al horizonte con una mezcla de agotamiento y reflexión. —"Pero no cerramos solo un portal. Interrumpimos algo… algo que no entendemos todavía."—

William soltó un resoplido y se subió al coche. Encendió el motor y, mientras ajustaba los espejos, murmuró: —"Genial. Porque jugar a ser un peón en una guerra cósmica siempre fue mi plan de vida."—

Evelyn giró la cabeza hacia él, pero no dijo nada. Sabía que detrás de ese sarcasmo había un hombre al borde del agotamiento, alguien que había perdido tanto que su convicción (o quizás la rabia) era lo único que lo mantenía en pie.

—"¿Por qué seguimos haciendo esto?"— murmuró de repente, más para sí mismo que para Evelyn. —"No importa cuánto corramos, todo termina igual. Más sangre, más ruinas, y nosotros recogiendo los pedazos."—

Evelyn levantó la vista, observándolo. —"Porque si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará, la humanidad no está perdida, aún hay bondad en ella"—

William cerró los ojos solo por un instante, y la risa de Rose irrumpió en su memoria como un llamado distante, cálido y cruel a la vez. Lo que una vez fue un refugio ahora se sentía como una daga que giraba lentamente en su pecho. Luego apareció Lila en su mente, de pie junto a él, con esa ligera sonrisa que siempre había llevado, cargada de una empatía y una curiosidad casi desgarradoras. Dos anclas en su vida, ahora convertidas en recuerdos que lo hundían más profundo.

Sus manos temblando mientras su mandíbula se tensaba, y cuando habló, su voz era un susurro roto, cargado de ira contenida y una pena que apenas podía contener.

—"Mi hermana creía en eso. Lila también. ¿Y qué obtuvieron?"— Hizo una pausa, como si las palabras fueran demasiado pesadas para pronunciarlas. —"Una lápida y un adiós."—

El temblor en su tono era mínimo, pero suficiente para que Evelyn percibiera el abismo oscuro que amenazaba con tragárselo. Había un peso en sus palabras, un dolor que llenó el coche como una marea silenciosa, imposible de ignorar.

—"William…"— comenzó, pero él alzó una mano para detenerla.

—"No necesito consuelo, Evelyn. Necesito un maldito plan."—

Fue entonces cuando Evelyn vio algo en el medallón, notó una inscripción que se formaba frente a sus ojos. Su rostro palideció al leerla.

—"Lo que se abre, no se puede cerrar,"— murmuró, sus palabras impregnadas de una mezcla de temor y comprensión.

William soltó una risa amarga. —"Por supuesto. Porque la vida nunca puede hacer las cosas fáciles, ¿verdad?"—

Evelyn ignoró el comentario y continuó analizando. —"Quizás no cerramos el portal del todo. Tal vez lo que hicimos fue contenerlo. Si este medallón es una llave, también podría ser un candado. Y si el candado está roto..."—

Dejó la frase en el aire, pero ambos entendieron las implicaciones. Aunque habían ganado una pequeña batalla, la guerra seguía su curso, y cada minuto que pasaba parecía inclinar la balanza en su contra.

El trayecto de vuelta a la ciudad estuvo impregnado de una tensión densa, como un eco silencioso de la confrontación que habían dejado atrás. Ambos lo sabían: lo que enfrentaban exigía más de lo que cualquiera podía dar.




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