El sol apenas había salido cuando William decidió detenerse en la vieja iglesia que ahora le servía como refugio temporal. Las paredes de piedra no ofrecían una protección real contra lo que ahora enfrentaban, sin embargo él se sentía más tranquilo ahí, los vitrales, aunque desgastados, aún proyectaban una tenue luz que teñía el ambiente de un aire sacro.
William estaba sentado en una de las bancas, su mirada perdida en los altos techos abovedados. Sus pensamientos eran un laberinto enmarañado de dudas y dolor. El peso de los símbolos grabados en su piel latía con fuerza, como si intentaran hablarle en un lenguaje que no podía comprender.
—"Aquí estás,"— dijo Evelyn al encontrarlo, su voz suave, pero con una firmeza que reflejaba la preocupación que llevaba consigo. Se sentó a su lado con cautela, como si no quisiera romper el delicado equilibrio del momento.
William suspiró profundamente, sus hombros caídos bajo un peso invisible. —"Estos símbolos..."— murmuró, sin apartar la vista del techo. —"No sé si son una bendición o una maldición. Desde que los llevo, siento que mi mente está atrapada, como si me observara desde lejos. También están las visiones... Fragmentos de recuerdos que no son míos, pero que de alguna forma se sienten... familiares."—
Evelyn inclinó la cabeza, su rostro reflejando curiosidad y empatía. —"¿Qué has visto?"— preguntó con suavidad.
Antes de que William pudiera responder, el padre Elias apareció en el umbral, su figura delgada y solemne recortada contra la tenue luz. Se unió a ellos en silencio, sus ojos agudos captando la tensión en la postura de William.
—"Un bosque cubierto de niebla,"— comenzó William, cerrando los ojos como si al hacerlo pudiera ordenar los recuerdos dispersos. —"Y un hombre... parecía un erudito. Estaba solo, hablando con alguien que no podía ver. Era como si buscara algo, pero no sé qué."—
Elias frunció el ceño, sus dedos entrelazados mientras reflexionaba. —"El Ermitaño,"— murmuró, su voz apenas un susurro.
William abrió los ojos, mirando a Elias con sorpresa. —"¿El Ermitaño? ¿Quién es realmente?"—
Elias apoyó las manos sobre sus rodillas, inclinándose ligeramente hacia adelante. —"Como ya saben Lucien era un erudito brillante, un buscador de verdades, un académico que dedicó su vida a entender los misterios más profundos del mundo. Sin saberlo, cruzó límites que no debían ser tocados, su búsqueda lo llevó a la soledad, y en esa soledad encontró las respuestas... y la condena. Lo que ves en tus visiones son fragmentos de esa búsqueda. La sombra que lo acompañaba no era una figura física, sino un eco de las fuerzas que él mismo desató. Ahora como castigo por su ambición se le conoce como el Ermitaño y paga penitencia aislado del mundo."—
William sintió un escalofrío recorrer su espalda. —"Entonces, ¿el Lucien que enfrentamos ahora...? ¿Es alguien más?"—
—"Es un impostor,"— respondió Elias con firmeza. —"Un hombre carismático y manipulador que tomó el nombre y los ideales del Ermitaño, pero los distorsionó para servir a sus propios fines. Sin embargo, lo que más me preocupa es que incluso el Ermitaño no estaba completamente en control. Esa sombra que William menciona... es una fuerza que trasciende lo humano. Y ahora, Lucien Graves intenta usarla para abrir una puerta que nunca debió existir."—
El silencio que siguió fue pesado, cargado de implicaciones que William aún no estaba listo para enfrentar. Finalmente, Elias se puso de pie, colocando una mano en el hombro de William.
—"No estás solo en esto, aunque a veces pueda parecerlo. Tus visiones... todas tienen un propósito. Solo asegúrate de no perderte a ti mismo en el camino."—
William asintió lentamente, pero no dijo nada. Cuando Elias se alejó, se recostó en el banco, cerrando los ojos con la esperanza de encontrar algo de paz. En lugar de eso, la visión regresó.
El bosque era un laberinto de árboles retorcidos y niebla que parecía viva, susurrándole secretos que no podía entender. El hombre estaba allí de nuevo, su rostro pálido y sus ojos hundidos. En sus manos sostenía un libro, cubierto de símbolos similares a los de William.
—"El conocimiento no es la respuesta,"— murmuró el hombre, sin apartar la vista de las páginas. —"Pero siempre es el camino."—
Antes de que William pudiera acercarse, la escena cambió. Su reflejo apareció frente a él, pero no era el oficial de policía que conocía. Era una figura cambiante, inestable, como si luchara por definir qué o quién era. El horror lo invadió mientras la criatura en el reflejo extendía una mano hacia él.
Se despertó de golpe, su respiración entrecortada. Evelyn estaba junto a él, con el medallón brillando débilmente en su mano.
—"¿Qué pasó?"— preguntó ella, su voz cargada de preocupación.
William tardó un momento en responder, su mirada fija en las marcas de su pecho. —"Creo que... estamos viendo solo una parte de la verdad. Y lo que viene será mucho peor."—
Días más tarde, después de sus habituales pesadillas, William despertó con un jadeo, su cuerpo empapado en sudor frío. Las imágenes de su sueño aún estaban vívidas en su mente: sombras retorciéndose como serpientes, un portal en constante expansión y su propia figura, en un paisaje de ruinas y caos. Su corazón latía con fuerza, pero no era solo el miedo lo que lo apremiaba; era una certeza profunda, un pronóstico de algo que no podía explicar pero que sentía grabado en sus huesos.
Se levantó rápidamente, sin importarle el dolor punzante en las marcas de su pecho. No era la primera vez que las marcas reaccionaban, pero ahora había un propósito claro: esta vez las visiones no eran solo advertencias, sino un mapa, una brújula que señalaba el lugar donde Lucien intentaría completar el ritual.
—"No hay tiempo que perder,"— dijo, su voz firme pero cargada de urgencia. Evelyn, quien había permanecido en vela trabajando en sus notas y cuidando el medallón, lo miró con preocupación. Antes de que pudiera preguntar, William continuó: —"Sé dónde estará. Las ruinas. Ese lugar... es fundamental para lo que quiere hacer."—