Lucien comenzó el ritual bajo la luz parpadeante de las velas. Las sombras a su alrededor no solo bailaban; respiraban, moldeándose en formas grotescas que se estiraban y contorsionaban como respondiendo a una voluntad oscura. El cántico de los encapuchados llenaba la sala, un coro rítmico y antinatural que no solo resonaba en el aire, sino que vibraba en la misma estructura de la realidad. Cada palabra parecía arrancar un trozo del velo que separaba este mundo de algo mucho peor.
Cuando William y Evelyn irrumpieron en la sala, la atmósfera los golpeó como una pared invisible. El aire era denso, cargado de una energía eléctrica que parecía cortar la respiración. Cada paso que daban era como caminar contra una marea invisible que intentaba repelerlos, una presión en el pecho que crecía con cada metro que avanzaban.
En el centro de la sala ceremonial, Lucien alzó los brazos, su silueta realsada por el resplandor antinatural de un portal que comenzaba a formarse. Sus ojos, dos pozos de abismo iluminados por un fulgor malévolo, se posaron en William con la precisión de un depredador. Su sonrisa, lenta y cruel, era la promesa de un final inevitable
—"Detective,"— pronunció con una calma que helaba la sangre. —"Llegaste justo a tiempo. No para detenerme, sino para cumplir el propósito que siempre estuvo reservado para ti."—
William levantó su arma, su voz endurecida por una mezcla de miedo y determinación. —"Detén esto ahora, o juro que no vivirás para verlo terminar."—
Lucien respondió con una risa suave, casi amable, como si las palabras de William fueran irrelevantes. —"¿Detenerlo? Pobre, querido William. Esto no puede detenerse. Tú eres el último engranaje de una maquinaria perfecta, diseñada mucho antes de que comprendieras tu lugar en ella. Mira tus marcas. Todo te ha llevado aquí."—
William parpadeó, desconcertado, antes de bajar la mirada a su pecho. Las cicatrices que llevaba desde un enfrentamiento anterior brillaban con un resplandor inquietante, respondiendo al portal que rugía ante ellos. Una oleada de calor recorrió su cuerpo, y una sensación extraña, casi como un susurro en su mente, comenzó a invadirlo.
Lucien avanzó con una confianza imperturbable, sus pasos resonando como un martillo sobre el destino. —"Esas marcas son mucho más que heridas, detective. Son un mapa, un puente. Y tú... tú eres la llave que abrirá lo que yace más allá."—
William apretó los dientes, luchando contra el pánico y esa sensación de que algo dentro de él cedía. Con un grito de desafío, disparó al aire, intentando romper la tensión aplastante.
El eco del disparo resonó como un trueno, pero Lucien no reaccionó. Con un gesto de su mano, las sombras en la sala cobraron vida, retorciéndose como serpientes hambrientas. En un instante, envolvieron a William, inmovilizándolo en un abrazo helado. Su arma cayó al suelo con un golpe seco, y su mente fue inundada por visiones: un mundo en llamas, destrucción infinita, y en el centro de todo, una figura imponente que reconoció con horror. Era él mismo, transformado en algo monstruoso, un emperador de ruinas.
Evelyn, viendo cómo William luchaba contra su propia alma, corrió hacia el altar donde el portal rugía con fuerza creciente. En su mano, el medallón ancestral brillaba con un poder que parecía rivalizar con el del portal. Los símbolos grabados en él vibraban al unísono con las marcas en el suelo.
—"William, escucha mi voz,"— gritó, su voz firme pero desesperada, mientras utilizaba el medallón para cerrar el portal, tratando de romper el hechizo que lo atrapaba. —"Eres más fuerte que esto. ¡Recuerda quién eres!"—
Las palabras de Evelyn cortaron como un rayo la niebla que consumía la mente de William. Imágenes de su vida comenzaron a surgir: los rostros de los que había amado, los momentos que lo habían definido. Rose, su hermana inocente, perdida en una tragedia cruel que lo había llevado hacia la justicia. Lila, con su compasión y sabiduría, su eterna lucha por un mundo mejor, la única mujer que entendió su oscuridad. Evelyn, la mente lógica y curiosa que, como él, había comenzado a desentrañar los misterios de lo inexplicable, su roca en medio del caos. Elias, cuyas lecciones de humildad, aceptación y fe lo habían conmovido profundamente. Sus risas, sus voces, sus recuerdos se convirtieron en un faro que lo llamó de vuelta.
Con un grito de pura voluntad, William extendió una mano hacia el suelo, mientras con la otra mano tocaba las marcas brillantes en su piel. Un estallido de energía salió de él, un destello que interrumpió el ritual y desestabilizó el portal. Lucien retrocedió, sus ojos llenos de incredulidad mientras el portal temblaba y empezaba a desmoronarse.
El colapso fue explosivo. Una onda de energía final atravesó la sala, arrastrando a William y a Lucien hacia un abismo de luz y oscuridad. William sintió como algo profundo dentro de él se desgarraba, un dolor punzante y necesario. Cuando la luz se desvaneció, todo había cambiado.
William emergió en un cementerio antiguo, su figura ahora etérea. Su piel brillaba con símbolos protectores, y sus ojos, de un azul profundo entrelazado con un verde luminoso, irradiaban una sabiduría ajena. Se había transformado, no en un sirviente del caos, sino en un Guardián: un ser destinado a mantener el equilibrio entre los mundos.
Lucien, débil y derrotado, lo miraba con horror. —"Esto no es posible..."— murmuró, tambaleándose hacia atrás.
William alzó una mano, y las sombras respondieron, extendiéndose como un manto implacable. Su voz resonó como un eco en múltiples planos. —"El poder que no comprendes nunca te obedecerá, Lucien. Ahora enfréntate a las consecuencias de tus actos."—
Con un gesto, las sombras devoraron a Lucien, arrastrándolo hacia el vacío. En un último grito, desapareció.
Cuando todo quedó en calma, Evelyn se adentró en las ruinas, buscando algún rastro de William. Se detuvo en el lugar donde había estado, su rostro marcado por la incertidumbre. —"¿William?"— susurró, esperando una respuesta que nunca llegó.