Reladescentes

1: Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Era mi primer día de trabajo en una secundaria, era pequeño, una oficina lo suficientemente cómoda para conversar dos personas, afuera varios asientos para esperar el turno de cada quien, y un pequeño espacio donde había una secretaria que se encargaba de realizar las citas de los estudiantes o decirles a que hora debian llegar para ser atendidos.

Sólo me encargaba de atender a adolescentes. Yo tampoco era lo suficientemente mayor y experimentado para comprender a un adulto, y un adulto no le debe transmitir mucha confianza hablar con un chico menor que ellos.

Había transcurrido media hora, e ingresa una chica que logro mirar de lejos, y Flor, la secretaria, me hace una seña para que me metiera en la oficina.

-Buenos días, por favor tome asiento.

-Buenos días, gracias.

-¿En qué puedo ayudarla?

-Bueno, es algo que he necesitado contárselo a alguien, algo que me ha pasado desde pequeña.

-Pues aquí estoy para lo que necesites. ¿Podrías darme tu nombre y tu edad?

Anoté su nombre en mi libreta y bebí un poco de café, ya estaba listo para escuchar la primera historia en mi primer día de trabajo.

-Listo, si quieres, puedes empezar.

-Claro, bueno, comencemos. Desde hace unos años atrás, cuando estaba pequeña, siempre había querido jugar con los niños de mi edificio, jugar cosas de niños normales, como pelota, la ere (un juego tradicional de mi país), el escondite, esos juegos que todos algún día hemos jugado. No podía correr mucho, reírme demasiado y esas cosas, por lo tanto era las pocas veces que salía a divertirme. La mayoría del tiempo estaba en mi casa haciendo cualquier cosa donde no necesitara agitarme y jugando con muñecas, pero igual me ponía algo triste no poder jugar con los niños, me sentía excluída y por algo que no tenía culpa.

-Una pregunta ¿por qué no podías correr ni reirte demasiado? ¿tenías algún problema?

-Ah, cierto que no le dije, a los 7 años me dijeron que sufría de asma, que no podía correr mucho ni hacer lo que hace cualquier niño común en su vida.

-Entiendo, y hasta ahorita ¿tienes asma?

-Si, pero ha mejorado, he tomado tratamientos y me han ayudado.

-Me alegro mucho, entonces ¿qué más sucedió?

-Bueno, esa situación me puso muy triste, pero un día apareció la persona más increíble del mundo, una chica que adoro mucho, mi tía, mi salvadora, la que me hizo ver las cosas de otra manera. Ella hizo todo por verme feliz, me enseñó a modelar, hacer que me divirtiera estando en casa de alguna manera, sabía que no podía salir. Ella era como mi super héroe, con ella se me olvidaba todo, cuando me tenían que nebulizar ella estaba ahí haciéndome reír, todo lo posible para verme bien de alguna forma, la adoraba como no tienes una idea -Al terminar esa última palabra, le comenzaron a salir un par de lágrimas y se detuvo un momento.

-Siempre tenemos algun familiar que nos tiene tanto aprecio más que cualquier otro, y ahí es cuando sabes que las personas que jamás te fallarían si existen, pocas, pero ahí están.

-Exactamente, pero aún no termina ahí. -Se secaba las lágrimas mientras me comentaba con un pañuelo.

-Lo sé, aún sigo siendo todo oídos.

-Bueno, luego pasaron los años. Cuando cumplí mis 12 años, me enteré de algo que cambió mi vida por completo. A mi tía le detectaron cáncer de útero. Ella tenía 32 años y nunca la había visto tan caída, tan triste, le dije que todo iba a estar bien. Ella me dio un consejo que nunca olvidaré, me miró y me dijo ''sigue tus sueños, porque yo no estaré contigo para siempre''. Cuando me dijo esto, no tuve palabras, me partió el alma verla así. Pronto pasó el tiempo, a finales del 2018 le dijeron que los tratamientos no le habían funcionado, estaba muy destrozada, pensé que perdía parte de mi vida. Despues siguieron los días, semanas y meses, y ella seguía con vida. Yo tenía mis mayores esperanzas de que sería así. Llegó diciembre del 2019, y todo estaba increíble, estaba muy contenta porque pensé que ya se había curado.

Hace una pausa, estaba muy acelerada, trata de relajarse un poco.

-Tranquilizate, ¿quieres agua?

-Si, por favor.

Me levanté, busqué agua para los dos, le entregué el vaso y me senté.

-¿Mejor?

-Si, mucho mejor, gracias.

-A la orden.

-Entonces -Respira profundo- como seguía, el 23 de diciembre subí contenta a su casa para mirar como se encontraba, y ahí mi sonrisa se deshizo por completo. No me llevé la mejor noticia, no podía moverse, ni hablar, ni comer sólido. Ese día me escribió en una hoja, que por cierto conservo, que me quería y sin importar lo que pasara, ella iba a cuidarme y a estar conmigo, le dije que tambien la amaba y la abracé. Me fui a mi casa, y el 24 de diciembre de ese mismo año, mi mamá me da la peor noticia de toda mi vida, y si, como lo esperábamos, ella lamentablemente había fallecido, ese día morí por dentro, estaba tan triste que no podía evitar llorar, no podía dejar de pensar en que ya no la vería más, que ya no la podría abrazar, ni decirle cuanto la quiero y agradecerle cada momento por todo lo que hizo por mi. Por un momento, pensé que mi vida no tendría sentido, como ese momento en que tu vida se convierte en puras escalas de grises. Ya son tres meses desde que se fue sin despedirse, dejó todo vacío, me dejó vacía a mi, no sabes cuánto la extraño.



#8063 en Joven Adulto
#20766 en Otros
#6158 en Relatos cortos

En el texto hay: adolescente, historias, psicologo

Editado: 23.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.