Despertó a la mañana siguiente con un intenso dolor de cabeza que lo hacia sentir como si la empatía hubiera sido arrancada de su alma. Se levanto cautelosamente con el objetivo de no incrementar su malestar. No estaba dispuesto a seguir preso en su propia casa. Rápidamente se vistió, refresco su rostro con un poco de agua, bajo las escaleras y ya se disponía a salir cuando la voz de su madre detuvo su avance.
-¿A dónde vas? Aún no estás bien.
-Lo sé, pero tengo que ir a la Superior; demasiados deberes me esperan. No puedo continuar en reposo; es urgente que retome mi vida, a pesar de mis males.
-Recuerda que tu enfermedad no es transitoria, persistirá, te atacará, te hará sentir profundamente mal y por eso me preocupo.
-Si madre, pero no puedo pausar mi vida.
Sin esperar a que ella repusiera algo Albert se alejó con paso decidido.
En cuanto arribo a la facultad sus ojos escrutaron cada sitio con la esperanza de ver a Samantha. Se dio cuenta que lo mejor era ir con el profesor Bernabé para preguntarle. Antes de eso indago con la vista en las aulas donde Sam frecuentaba. Dio vuelta en el pasillo con dirección al cubículo del profesor cuando una voz de adolescente lo alerto.
-¡Albert! Es extraordinario verte de nuevo. Han pasado muchos días desde la ultima vez que te vi. Afortunadamente el profesor Bernabé me auxilio con mi proyecto de los tardígrados.
-Lamento mucho no haber estado para guiarte. Supongo que te enteraste que padecí ciertos eventos de salud. Felizmente estoy mejor y muy dispuesto para ayudarte si así lo deseas.
-¡Claro! Muchas veces implore al profesor sobre la posibilidad de visitarte para ofrecerte, aunque sea un pequeño consuelo, sin embargo, reiteradamente se negó amablemente. ¿Puedes acompañarme?
Albert acepto inmediatamente sin pensarlo. En el camino pensó que quizás la voz infamante no estaba equivocada del todo. No era un desliz que forjara una relación estrecha con Samantha.
Sam lo llevo a la cafetería de la escuela. Era un espacio amplio lleno de mesas blanquísimas, asientos replegables azul cielo, un piso pulido hasta la exageración, que de hecho había causado caídas y resbalones y, en consecuencia, reclamos de estudiantes y maestros de cuando en cuando. Albert visitaba poquísimo la cafetería dado que era recurrente que desayunara en las áreas verdes de la facultad o en la biblioteca.
-¿Café o té, sándwich o baguette?, preguntaba Sam al tiempo que veía con atención a Albert.
-Un té y un baguette, por favor.
Samantha levanto su mano para llamar al mesero y solicitar las dos órdenes de desayunos.
-Extrañe demasiado tu presencia- acotó Sam.
-¿Por qué? - es lo único que Albert acertó a responder.
-Porque, aunque te conozca mínimamente sé que eres inteligente, atento y con una personalidad inusual.
-¿De verdad piensas eso de mí?
-¡Por supuesto! Alegraría mucho mi vida saber que puedes ser un gran amigo para mí.
-Yo también deseo tenerte como amiga.
-¡Ahí está! No se hable más, desde hoy somos los mejores amigos que esta facultad haya conocido.
Sam decía esto mientras frotaba la palma de su mano con el dorso de la mano de él.
Mas tarde se reunieron en la biblioteca para analizar si los modelos diferenciales sobre los tardígrados eran exactos. Sam afirmaba que el segundo modelo era inadecuado porque la constante de decrecimiento de la colonia hipotética de tardígrados tenia una estimación algo elevada lo cual formulaba pronósticos fallidos. Desde el punto de vista analítico era más preciso modelar sobre las ecuaciones diferenciales de Euler. Albert añadió que Sam tenía toda la razón, que era urgente que basaran sus pronósticos en constantes exactas y que los modelos de Euler eran la solución para calcular dichas constantes. Al final de la jornada Albert extendió su brazo para estrechar la mano de Sam y despedirse, pero ella lo tomo del brazo mientras le decía:
-Acompáñame a mi casa. Aun no sabes donde vivo y la verdad, me gustaría mucho que conocieras la ruta a mi departamento para que cuando lo desees me visites.
Albert casi decía que seguramente su madre lo esperaba para comer, pero ante la dulce insistencia de Samantha su voluntad cedió.