Cuando abrió los ojos observo que el sol estaba alto, que los rayos se introducían suavemente por el ventanal y lo calentaban bondadosamente. Levantó su cabeza, la giro a la derecha y vio a su madre colocando cera en el librero.
- ¡Buenos días, Helen! – ella volteo a verlo y le obsequio una sonrisa. Al parecer se hallaba de excelente animo puesto que no le reprocho el volumen bullicioso de la música durante la madrugada.
- ¡Hola Alberti! El desayuno ya está dispuesto; casi termino de pulir el librero. Supongo que después de la ‘fiesta’ tu hambre será extraordinaria – esa era la prueba de que el fandango no pasó desapercibido para ella.
-Discúlpame Helen – pretendía continuar para justificarse, pero Helen lo interrumpió.
-No te alarmes. Sé que tu trastorno te martiriza de continuo y que haces un gran trabajo esforzándote para que no te engulla. Aunque lo dudes todos los días practicó mi amor por ti para comprender por qué haces lo que haces. No tengo que reiterarte que soy tu madre y que nunca te dejaré a tu suerte.
Las palabras de Helen resonaron en su corazón como un bálsamo dulcísimo que lograron hacerlo llorar de agradecimiento. Ella al verlo, se acerco cariñosamente, lo abrazo bondadosamente y le coloco un tierno beso en la frente.