Relatos cortos

Casa en el tronco

En el momento que debes alejarte de los problemas que, al igual que un dragón a un castillo en los cuentos de hadas, resguardan tu hogar, por el bien de tu propia salud emocional, cualquier sitio aparte tiene pinta de Edén.

Lo hallé en una de mis cada vez más frecuentes excursiones por el bosque cercano al patio trasero, al que por cierto, más de una vez me indicaron no fuera si no quería terminar perdido. Un refugio ubicado en los interiores de un viejo árbol de abeto, bueno, más o menos. Siendo más exacto, dentro del tronco hay una especie de túnel, que me hace recordar al de Alicia en el país de las maravillas.

No lo dudé y lo trabajé con las gastadas herramientas que mi padre guardaba en el cobertizo, que parecía la guarida de una araña gigante a causa de todas las telarañas que allí había, no dudo que no lo limpiaron desde el día de su construcción. Pude tomarlas gracias a una de las tantas salidas de mi padre al bar, y así, con sudor y sangre, como dicen, logré crear mi madriguera de conejo personal.

Estuve en paz, lejos de los gritos y reclamos sin sentido acerca de cosas que ni siquiera podía comprender. Al principio sólo me limitaba a permanecer una hora allí encerrado, llevando libros, cuadernos de dibujo y todo tipo de cosas que no podía realizar a gusto en casa. Conforme corrió el tiempo, se iba multiplicando también el de estadía, hasta eventualmente convertirse en días enteros los que pasaba allí encerrado. Finalmente nunca regresé. Claro, la excavación de un inexperto niño no duró mucho y todo cayó de vuelta a su lugar, enterrando lo que no estaba allí antes.

Nunca me encontraron, o eso me digo, sabiendo en el fondo que en realidad, nunca me buscaron.




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