Relatos cortos

Peste onírica

Adentrándose más allá del agujero de la vigilia, siendo esclavo de oníricos paisajes y emociones ciegas, el joven Abram llevaba ya tres noches seguidas en las que vislumbraba un extraño personaje a lo lejos; túnica de monje, capucha, y en su rostro la viva imagen de un cuervo.

Apenas se ponía la luna, minutos después colocada la cabeza sobre la almohada, se desencadenaban de manera inverosímil paisajes irreales, que los fanáticos del LSD sabrían reconocer.

En su estado inconsciente el niño desvariaba, y no dudaba de la veracidad de que todo a su alrededor era legítimo.

Al despertar por la mañana, poco después de terminado el tercer sueño, preguntó a su padre, un profesor de historia, que si existía en verdad un ser como el que visualizaba en su mundo de fantasía, pues no recordaba haberlo visto nunca. Admirando la curiosidad infantil de su hijo, le relató acerca de los doctores de la peste negra, extrañas figuras oscuras con máscara en forma de pico que se encargaban de tratar a los enfermos durante aquella horrible pandemia que tuvo lugar en la edad media. El niño se mostró fascinado, y apenas se durmió él junto al sol, volvió hacia aquellos paisajes imposibles. Buscó con la mirada al raro ente, lo encaró y preguntó si era en verdad un doctor, ya que no se lo parecía. Para su sorpresa la figura respondió, aunque no a su pregunta. Puso esos cristales de color rojo encima del infante y articuló palabras casi automáticamente. Su voz era femenina; triste y con eco.

— Las personas tienden a ver el lado negativo de las cosas tachadas como desgracias, y dejan de lado las positivas, rehusándose a dar las gracias —le dijo e inmediatamente puso los ojos de cristal de vuelta en el horizonte—. Progreso, salud, mente abierta. Todo ello lo tienes por gente como yo que estuvo alerta. El tiempo que vendrá será difícil, pero todo lo es a fin de cuentas. En los peores momentos es cuando te forjas como debe ser, no acabes sucumbiendo ante la bestia violenta. Mantente firme y no sigas al ganado, ya que podrías terminar cayendo en el acantilado. De la siguiente mortandad se podrá conseguir progreso. Mas no te confíes, pues tu raza es confusa, y bien podría terminar en retroceso.

Abram no sabía qué responder ante tan confusas palabras, por lo que se limitó a escuchar sin más. De un modo extraño se sentía reconfortado, como estar ante una divinidad.

No hubo un quinto sueño después de eso.




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