Relatos cortos

Casillero 212

La preparatoria Westlake era una de esas instituciones donde la rutina se volvía paisaje. Los mismos profesores, los mismos pasillos encerados, los mismos anuncios en los tablones de corcho. Nada relevante, nada memorable. Hasta la mañana del 12 de octubre.

El cuerpo de Emily Harper fue hallado frente al casillero 212, en el ala antigua del edificio. La encontró la señora Bledsoe, la conserje, al iniciar su jornada. El balde de agua rodó por el suelo cuando sus ojos se toparon con el rostro pálido de la joven, enmarcado por una bufanda roja que destacaba violentamente sobre su uniforme azul. La luz de neón titilante parecía vacilar entre iluminar el horror o esconderlo.

Los oficiales Collins y Meza, asignados al caso, dictaminaron que la muerte había ocurrido entre las 6:30 y 7:00 a.m. No había señales de ingreso forzado, ni cámaras activas en ese sector del edificio. Lo único que destacaba, junto al cuerpo, era un papel doblado cuidadosamente, escrito a máquina con tinta negra: "Ella sabía demasiado".

La directora Rawlins clausuró el ala antigua y reubicó las clases en el gimnasio. La policía comenzó los interrogatorios de inmediato. Tres estudiantes emergieron como piezas clave:

Liam Dawson, exnovio de Emily, tenía fama de inteligente y temperamental. Se rumoreaba que su ruptura había sido tan intensa como su relación.

Sophie Delgado, presidenta del club de periodismo, amiga cercana de la víctima, había tenido una discusión pública con ella días antes.

Tyler Nguyen, un estudiante solitario, invisible en los pasillos, que tenía la extraña costumbre de llegar antes de que la escuela abriera.

Ninguno tenía una coartada sólida. Todos sabían más de lo que admitían.

Fue Sophie quien, escarbando entre viejos documentos del club de periodismo, encontró una nota escrita por Emily: "Si algo me pasa, busca en el casillero 212. No uses tu llave. Fuerza la cerradura.". Collins y Meza regresaron al casillero, esta vez con herramientas.

Tras una inspección meticulosa, hallaron un doble fondo. Dentro, un cuaderno negro. Las páginas estaban llenas de nombres, fechas, y montos: pruebas de que ciertos profesores estaban involucrados en un esquema de corrupción académica. A cambio de dinero, manipulaban las calificaciones. El nombre de la profesora Miriam Kessler, destacaba en tinta roja.

Kessler, docente de literatura, era respetada por algunos y temida por otros. Su historial era intachable. Pero una investigación en sus movimientos bancarios reveló depósitos en efectivo difíciles de justificar. Cuando fue interrogada, no negó conocer a Emily.

—Era demasiado lista —dijo—. Creía que podía arreglar lo que no entendía. Pero no fui yo.

Esa noche, Sophie recibió un mensaje anónimo: "Tu nombre está en el cuaderno. Mejor quémate también". Asustada, fue en busca de Liam. Él, entre susurros, confesó haber ayudado a Emily a recolectar parte de la información.

—Ella quería exponer todo, Sophie. Iba a arrastrarnos con ella. No tenía miedo, ni siquiera cuando empezaron las amenazas.

El último indicio vino de las cámaras de seguridad. Aunque el ala antigua no tenía vigilancia, una cámara en el pasillo adyacente captó a Tyler saliendo del área restringida a las 6:45 a.m. Sus manos parecían húmedas. En su mochila, la policía halló guantes con fibras coincidentes con la bufanda de Emily.

Bajo presión, Tyler confesó:

—Ella me chantajeó. Me dijo que tenía una grabación. Que si no la ayudaba, me arruinaría la vida. Yo... solo quería que parara.

El asesinato no había sido premeditado. Fue una reacción desesperada en un ambiente donde el miedo y la corrupción tejían una red demasiado grande para un adolescente solitario.

Emily no era una mártir, ni una heroína inocente. Era una estudiante decidida, con una brújula moral inflexible, que intentó exponer un sistema viciado. Su muerte no fue por error. Fue el resultado directo de una verdad demasiado incómoda para ser dicha en voz alta.

El casillero 212 permanece cerrado desde entonces. Sellado por una placa anónima. Nadie lo usa. Pero dicen que si pasas por allí justo antes del amanecer, cuando la escuela aún duerme, puedes escuchar un leve golpeteo metálico, como de teclas antiguas.

Y un susurro, apenas audible:

—Ella sabía demasiado.




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