Relatos cortos

Sangre de luna

Dicen que no todos los vampiros son iguales. Algunos nacen de la oscuridad; otros, de la necesidad. Unos recuerdan su humanidad. Otros la repudian. Pero todos tienen una cosa en común: el hambre. No solo de sangre, sino de pertenencia, de amor, de algo que los salve del eco constante de su eternidad.

Este es el relato de dos almas destinadas a encontrarse en el lugar más improbable: una ciudad sumergida en secretos, donde el amor es una amenaza… y la sangre, un pacto sagrado.

La ciudad de Virell, donde las torres góticas acariciaban el cielo perpetuamente encapotado, estaba dividida no solo por ríos y puentes, sino por las razas que gobernaban la noche. Cuatro casas, cuatro linajes de vampiros con reglas antiguas y rencores más viejos aún:

Los Sangreal, nobles, casi divinos, de piel tan pálida como la porcelana; su sangre era arte y castigo.

Los Nocturnos, sombras errantes, capaces de convertirse en humo y voces.

Los Umbrae, mestizos que caminaban entre los humanos, sedientos de poder y venganza.

Los Ferales, salvajes, olvidados, con ojos como brasas y garras en lugar de manos.

Entre todos ellos, estaba Elaine Thorne, humana. O eso creía.

Trabajaba en el Archivo de Reliquias Prohibidas, un lugar oculto bajo la Catedral del Silencio, donde libros que gritaban y espejos que lloraban eran comunes. Desde niña, había oído voces en la sangre, un murmullo suave que se hacía más fuerte durante la luna llena. Lo atribuía a su imaginación… hasta que él apareció.

Se llamaba Ashriel Valen. Un Sangreal. Noble, intocable, maldito. Tenía siglos en su espalda y un castillo sobre un acantilado, desde donde podía ver la ciudad como si fuera una presa. Era un diplomático de la Corte Nocturna, enviado a firmar una tregua con los Umbrae tras años de masacres sutiles.

La primera vez que vio a Elaine fue mientras ella restauraba un códice en el Archivo. Él se quedó quieto, como si algo se hubiera roto en su pecho de mármol. No por su belleza —aunque la tenía—, sino por el olor de su sangre. No era humana. No del todo.

Elaine lo sintió antes de verlo: una presión en el pecho, una tensión en el aire. Y cuando sus ojos se encontraron, fue como si el tiempo, tan cruel con los inmortales, se hubiera detenido solo para ellos.

—¿Quién eres? —le preguntó Ashriel, en voz baja.
—¿Y tú qué eres? —respondió ella, con una frialdad que ocultaba el temblor de su alma.

Elaine comenzó a soñar con fuego. Con dientes. Con sangre negra que corría por corredores de cristal. Pronto descubrió la verdad: era hija de una Umbrae y un Ferale. Una mezcla prohibida. Su existencia misma era un delito para las Casas Nobles.

Pero Ashriel no se alejó. A pesar de lo que representaba. A pesar del juramento de pureza de su linaje.

—No te temo —le dijo ella.
—Tú deberías temerme. Porque yo sí te temo a ti —respondió él, y su voz era un roce, un rezo.

Y así comenzó lo que nunca debió existir: un amor nacido de la ruptura, del pecado. Se encontraban en catacumbas abandonadas, donde los ecos no juzgaban. Se rozaban apenas, porque cada caricia podía ser fatal. La sangre de Elaine lo llamaba como un canto, y la de él la transformaba, la despertaba.

Los líderes de las Casas pronto lo supieron. Los Sangreal pidieron la muerte de Ashriel. Los Umbrae, la de Elaine. Los Ferales la reclamaban como su heredera. Y los Nocturnos… solo observaron. Siempre observan.

Ashriel huyó con ella a las ruinas de Laith, una ciudad sumergida en el bosque donde las leyes no regían. Allí, consumaron el vínculo. No de cuerpo, sino de sangre. Él bebió de ella sabiendo que su alma quedaría atada. Ella bebió de él sabiendo que jamás volvería a ser humana.

—Ahora somos uno —dijo él.
—Ahora somos nadie —susurró ella.

Juntos, reconstruyeron una quinta casa: la Casa del Eclipse. Sin títulos. Sin tronos. Solo un pacto de amor inquebrantable y una promesa: cambiar el orden de los vampiros o morir intentándolo.

Muchos siglos después, cuando las guerras de la sangre terminaron, se erigió un nuevo consejo. Ya no dividido por razas, sino por visiones. Y entre los nombres que se escribieron en el primer libro de la noche, estaban:

Ashriel Valen, el Príncipe Caído
Elaine Thorne, la Hija Mezclada, la Reina del Eclipse

Dicen que aún caminan entre nosotros. Que no envejecen. Que se buscan en los reflejos. Que cada vez que alguien ama lo prohibido, una sombra los protege.

Porque hubo una vez, bajo una luna rota, dos corazones destinados a sangrar… juntos.




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