Relatos cortos

Dos Café, Un Desastre y Tú

A todos los que alguna vez conocieron al amor de su vida en el momento más ridículo posible. Este relato es para ustedes...

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Si alguien me hubiera dicho que conocería al amor de mi vida gracias a un bagel volador en medio de Manhattan, habría pedido que dejaran el prosecco y se tomaran un vaso de agua.

Pero ahí estaba yo, lunes por la mañana, tarde para una reunión y en la fila del café más lento de toda la Sexta Avenida. Con mi bolso colgando de un hombro, los tacones en guerra con las baldosas y un nudo en el pelo que ni el mejor estilista podría salvar.

Y entonces, sucedió.

Un hombre —alto, trajeado, con pinta de modelo publicitario en su descanso laboral— entró como un huracán. Tropezó con la puerta, se le abrió la bolsa del desayuno y un bagel con queso crema salió disparado directamente hacia mi cara.

El bagel me golpeó en la frente con un plaf tan digno que la barista dejó de preparar el latte para mirarnos con una mezcla de horror y fascinación.

—¡Oh, Dios mío! —dijo él, agachándose para recoger mi bolso y su dignidad—. ¿Estás bien? No suelo atacar mujeres inocentes con carbohidratos.

—No todos los días soy atacada por un bagel en plena jungla urbana —contesté, masajeándome la frente—. Pero gracias por preguntar.

Me ofreció una sonrisa tan perfecta que no pude evitar devolverle una… aunque todavía tuviera queso crema en la ceja.

—Déjame invitarte el café —añadió—. Y la galleta. Y si insistes, hasta la tintorería.

Y así conocí a Samuel Blake, el hombre que convirtió mi lunes en una tragicomedia romántica.

El café se convirtió en una caminata por Central Park, porque según Samuel, “nadie debería quedarse quieto después de un ataque con bagel”. Me enteré de que era abogado corporativo, especialista en fusiones, divorcios y en perder paraguas.

—Y tú, ¿a qué te dedicas? —preguntó, mientras le daba una patada a un montón de hojas secas.

—Productora de contenido para una revista digital —dije, intentando sonar importante—. Básicamente, pago las cuentas escribiendo artículos sobre plantas de interior y qué mensaje transmitir con tu elección de fuente en PowerPoint.

Él se rió. Y yo… yo me sorprendí queriendo que no terminara la tarde.

Cuando me pidió mi número, lo hizo con esa sonrisa torcida que le quedaba mejor que cualquier traje:

—Por si quieres vengarte del bagel. O repetir la caminata.

Y contra toda lógica, se lo di.

Cenamos en un restaurante del Upper East Side. Yo me puse un vestido que no me atrevía a usar desde hacía meses y él apareció con un ramo… de bagels.

—¿Muy pronto para las bromas internas? —preguntó.

—Perfecto —dije, riendo.

La cena fue perfecta hasta que él intentó impresionar al camarero pidiendo en francés:

—Quisiera… le poisson… avec baguette?

El camarero lo miró como si acabara de insultar a toda su familia. Yo casi me atraganto de la risa.

—Perdón —dijo Samuel, encogiéndose de hombros—. Mi nivel de francés es… aplicación gratuita.

—Y mi nivel de aguante a las citas perfectas también es limitado —repliqué—. Pero contigo parece fácil.

Él me miró, sorprendido. Y yo supe, sin saber cómo, que estábamos perdidos.

Las cosas iban tan bien que debí sospechar. Porque un domingo, mientras compartíamos brunch, apareció una rubia escandalosamente guapa, vestida como si hubiera salido de un catálogo.

—¡Sammy! —chilló, plantándole un beso en la mejilla—. ¡No puedo creer que sigas aquí!

Resultó ser su exnovia. Modelo. Influencer. Creía que ella y Samuel estaban “en un break”.

—¿Tú estabas… en un break? —pregunté, entrecerrando los ojos.

—No… contigo —balbuceó él, con cara de pánico.

Le lancé un bagel y me fui. Porque la coherencia narrativa lo pedía.

Ignoré sus mensajes, llamadas, flores, bombones y hasta un misterioso globo con la frase: “Perdón por ser un idiota”. Durante dos semanas, Samuel intentó todo. Hasta que, una tarde, mientras trabajaba desde una cafetería, lo vi a través del ventanal.

Vestido con traje, despeinado, de pie en la acera… con un enorme cartel en las manos:

> “No estaba en un break. Solo estaba en negación. Te elijo a ti. Siempre. Por favor, no más bagels en mi cara.”

Salí y lo abracé como si la ciudad entera no existiera.

—Eres un desastre —le susurré.

—Pero tu desastre —contestó él.

Y lo besé. Ahí mismo. Con la gente aplaudiendo alrededor y un taxista tocando la bocina porque bloqueábamos el paso.

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🎉 Epílogo

Hoy, Samuel y yo seguimos juntos. Cada domingo compramos bagels y planeamos cuál será la próxima idiotez épica de nuestra relación. A veces nos reímos tanto que los vecinos golpean la pared.

Seguimos siendo un desastre. Yo sigo escribiendo sobre plantas con ansiedad. Él sigue pronunciando croissant como crosán. Pero juntos… somos perfectos. O al menos lo suficientemente ridículos para durar.

Porque en Nueva York aprendí que los mejores amores no empiezan con violines ni finales de película.

A veces, empiezan con un bagel volador y un idiota que te hace reír hasta que olvidas por qué estabas enojada.

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FIN



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En el texto hay: romance, terror, fantasías épica

Editado: 31.07.2025

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