Relatos Cortos

Pesadillas

Camino lentamente por las calles, el frío de la noche consumiendo mis huesos. El sonido de los grillos es el único que se escucha en el lugar, siento un extraño presentimiento desde hace horas no he podido sacar de mi cabeza.

Mis pasos se vuelven rápido a medida que coincido con una esquina y me encuentro detallando el lugar, tal vez es una manía que me agobia desde que tengo uso de razón. A lo lejos diviso una sombra que se oculta entre los árboles, dándome cuenta que hay muchos de ellos, con la poca luz que hay se ven un poco escalofriantes.

Mi corazón comienza a palpitar descontroladamente dentro de mi pecho. Mis manos empiezan a sudar, sin control. Suspiro, mientras trato de controlar mis labios temblorosos. A medida que avanzo, la sombra parece moverse con pasos sigilosos, lleva una capa que cubre todo su rostro solo dejando ver una espesa melena gris que es reflejada por la luz de la luna.

Las estrellas siendo testigo de un amargo momento. Mis pies, no parecen querer ceder aunque en mi mente anhelo poder correr sin mirar atrás, estoy paralizado de todo mi cuerpo, solo observando el vaivén de sus movimientos.

Luego de un rato que me parece eterno, escucho a lo lejos el sonido de algo que no logro comprender. Solo sé que mi cabeza, parece querer estallar dando punzadas en mis sienes. Cierros los ojos por inercia, pero al abrirlos me encuentro temblando sobre mi fría cama y es allí cuando me doy cuenta que el fuerte sonido que escuche hace un rato, era mi propia voz, en un momento de desespero, por querer despertar de ese aterrador episodio. Uno que me carcome todo el tiempo, sin dejarme respirar.

Aun con el recuerdo de sus pisadas, se me es difícil volver a conciliar el sueño, algo que veo tan lejano como mi vida. Desde que todo paso, no he vuelto a ser el mismo, su voz y esa mirada oscura que recorre todo mi cuerpo cada vez que sus ojos conectan con los míos, parece querer traspasar todo de mí y es ahí donde en mis sueños parece querer alcanzar, es solo que la cadena nunca se rompe y una vez que despierto, todo se vuelve a repetir sin descanso.

Duele entender que esta dolorosa tormenta nunca se detendrá y me tocará pasar mis últimos días sintiendo en carne propia esa horrible sensación de vértigo.

Me levanto con sumo cuidado, sintiendo mis pies adoloridos como si hubiera corrido un maratón sin interrupción. La bata blanca que llevo puesta se encuentra descolorida y un poco mojada, es la única que me acompaña y de la cual no puedo ocultar lejos de mi vista.

La que me hace recordar mí agrio momento. En la actualidad, suele hacer lo mismo todos los días, no hay descanso sobre mis hombros. Siento desfallecer por momentos, aunque nadie se dé cuenta de ello. Todos con sus batas blancas caminan de un lado a otro sin mirar en mi dirección, ignorando mi verdad, esa que arranca parte de mi esencia.

Llevo días sin probar un bocado y no es porque no quiera, el simple hecho de comer algo, me dan náuseas y vomito todo en el momento en el que mi lengua saborea dicho manjar. Sin ser muy visto, camino con pasos cortos y lentos por el estrecho pasillo en penumbra, escuchando pasos detrás de mí.

Esos que se sienten tan conocidos en mi mente, volviendo a sentirme inquieto y con ganas de ocultarme en mi lugar seguro, solo me quedo allí escuchando, sintiendo que viene a buscarme, que me toca y no hay vuelta atrás, solo me queda el pensamiento de que si no hubiera salido, tal vez no me habría encontrado, quizá sí… ya no sirve de nada, nadie podrá salvarme y es lo que lloro en mis momentos de soledad.

Sus fríos dedos recorren mi piel. Toma mi cara entre sus garras sucias y mira con intensidad el gris de mis ojos, esos que se encuentran perdidos y vacíos. Me muestra una amplia sonrisa, esas de las que dan escalofríos en los pies y tus vellos se engrifan.

Tiene los dientes torcidos, algunos no están ya en su lugar. Dice en voz baja que me quiere, pero eso solo yo lo sé y nadie puede estar seguro de que así sea, a menos que ocurra de forma enfermiza, no hay otra definición.

Pide que me quite mi bata, pero no hago caso de su orden, solo me coloco en la esquina de la fría pared y tomo mis piernas contra mi pecho, arropándolos con mis brazos, deseando no estar allí, siento que me toma entre sus manos y de ella, sale un olor ácido, mi nariz se engruñe tratando de obviar ese aroma. Se da cuenta y ríe a carcajadas, pero no es una donde te sientas confortable, sino la que toma todo de ti, por no querer escapar lejos de su horrible presencia.

Esta vez, no se toma la molestia de decirme qué hacer. Lo hace por mí, sin ninguna delicadeza. Me sujeta con fuerza, sin derecho a escapar y alza mi bata pasándola por mi cabeza y mostrando mí desnudez. Me siento encorvado tapando todo de mí con mis huesudos brazos, pero ella me quita esa protección cuando se inclina hacia mí y toma todo lo que una vez tuve en mi poder. Hasta que siento como aprieta mi brazo y sacude todo mi ser, es ahí… que me doy cuenta que no es ella la que me tiene sujeto contra sí. Es Carl, él viejo enfermero de turno que me mira con preocupación.

— ¿Estás bien?—Agarra mis hombros con fuerza y mira mi cara buscando algún indicio del que deba preocuparse.

—No lo sé—le respondo, sin ganas ni fuerzas—. Quiero solo poder…olvidar.

Desearía que hubiera despedazado todo de mí, que hubiese terminado con mi dolor una vez por todas, pero parece que debo vivir con el recuerdo de lo que pudo haber sido, toda la vida



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En el texto hay: oscuridad

Editado: 09.03.2018

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