Relatos de Guerra

Capítulo 7: "Batido de frijoles y agua"

Capítulo 7

Batido de frijoles y agua

 

Lo que me obliga a despertarme es un retortijón en el estómago, luego las náuseas y, por esto último, me obligo a levantarme. El movimiento me hace tambalearme, pero de alguna manera consigo llegar hasta los arboles justo antes de volver el estómago. No consigo parar hasta que todo ha salido y el vómito me produce aún más arcadas, por lo que me siento a unos pasos de ahí hasta que las náuseas se han ido.

Una vez que esto sucede maldigo mentalmente a mi estómago «¡¿Cómo se atreve a desperdiciar la comida de esta manera?!» pero sé que no es culpa suya, porque aún no se ha acostumbrado a comer todos los días.

—Deberías estar durmiendo—me sobresalta una voz.

—Tu igual ¿Qué haces despierto tan—5:00am me dice el reloj—… temprano?

Edmund intenta acercarse, pero basta una mirada para que se detenga. Parece herido por esto, pero no dice nada al respecto.

—No podía dormir—admite.

Suspiro. No tengo ganas de esto.

—supongo que… tiene algo que ver con la comida—le digo. Él niega con la cabeza— ¿con maría?

—estoy tan preocupado por ella como todos—explica—pero no.

«Dime que te estás enfermando» ruego mentalmente «dime que piensas en algo referente nuestra supervivencia… pero no me digas que estás preocupado por mí. Sería estúpido por tu parte decirme eso».

—Deberíamos decidir qué haremos—dice finalmente.

— ¿a qué te refieres? —inquiero.

—no podemos quedarnos aquí para siempre.

— ¿Por qué no?

Enarca las cejas.

— ¿Por qué no? —Ríe sin humor—te daré tres buenas razones: porque tienen niñas aquí, porque tienen que ver por ellos mismos y porque dudo que quieras aprovecharte de ellos.

Quisiera decirle que no pienso vivir de ellos, que nos iremos en poco tiempo… pero mi orgullo lo impide, la herida es demasiado reciente como para cerrarla enseguida. Me encojo de hombros. Esto solo lo hace molestarse.

— ¿no vas a decirme nada?

—Todo está bien, Edmund—le rebato—por el momento estamos bien, deja de preocuparte y ve a dormir un rato.

Me mira por un momento, suspira cerrando los ojos y un ligero movimiento en su cuello me avisa que ha tragado. Parece tenso, incluso nervioso.

—sé que me comporté como un idiota ¿de acuerdo?...

—De acuerdo—lo interrumpo.

Cierra los ojos, como implorando paciencia. Suspira. Vuelve a mirarme.

—nada de lo que diga hará que lo olvides—continua—pero no podemos permanecer cada uno por su lado, tenemos que estar unidos y ser fuertes. No lo hagas por mí, soy demasiado idiota como para siquiera plantearlo… pero hazlo por ellos, y por las pequeñas.

No le digo nada. Me quedo sentada en donde estoy, con el asqueroso sabor a vomito aun en mi boca, porque estoy demasiado cansada para hablar de esta mierda. Porque soy valiente para enfrentar a una pandilla de chicos locos… pero soy cobarde cuando me preguntan por cómo me siento. Suspiro.

—Les llamo trillizas—musito—y… no creo que seas un idiota.

Edmund se limita a ofrecerme una sonrisa triste y se retira. «Él sabe que no puedo ofrecerle más, que es todo cuanto puedo ofrecerle» me digo.

Dia 12, Campamento Gaspar-Edmund:

Los días pasan, el frio aumenta, la comida se acaba… a nuestro alrededor todo está cambiando, nuestra situación no. Mi relación con Edmund se ha reducido a monosílabos y palabras vacías, ya no hay sonrisas ni juegos o palabras de aliento, y no es por no intentarlo; si pudiera elegirlo así, hacía tiempo que las cosas habrían cambiado. Edmund de verdad ha intentado arreglar las cosas y en más de una ocasión me ha ofrecido su porción de batido de frijoles y agua al que llamamos comida. Me limito a comer solo una parte, ya que solo se nos permite una porción de comida al día, la comida que tenían en el campamente Edmund y en el de Gaspar se están acabando. Por el momento los que necesitan comer son maría, Gaspar y las trillizas; no deseo que ninguno de nosotros se quede sin comer, pero el dolor de estómago y la bilis me corroen cual acido por dentro.

Por las noches Gaspar no duerme, vigilando a María, Gisela duerme con las trillizas, Thomas y Ramsesduermen en la casa de campaña nuestra y Edmund, Bruma y yo nos quedamos fuera, arrebujados en mantas.

Las niñas corren y juegan a diario, persiguiendo aves o jugando entre ellas. «Caldo de pollo, pollo asado—dice Thomas—pollo a las brasas, deshebrado…» pero le he advertido que no se atreva a matar a uno de ellos… al menos no frente a las niñas, pues recuerdo la reacción de victoria al ver la sangre en aquel conejo.

Esta mañana hemos desayunado… bueno, no puedo decir que sea sopa, estamos diluyendo agua con agua, pero no podemos hacer nada, ¿cazar? Claro, pero implicaría perder balas ¿trampas? No sabemos hacerlas. Nuestras vidas se encuentran como la llama de una vela: tenue, parpadeante, débil… podríamos extinguirnos con facilidad en cualquier momento.




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