Relatos de Guerra

Capítulo 9: "Dificultades"

Capítulo 9

Dificultades

 

Pasan varios minutos antes de que pueda volver a respirar con normalidad y mi corazón deje de latir tan fuerte «Me vio» no puedo dejar de pensar en eso. Él sabía que estaba ahí, pero ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué no me sacó? ¿Acaso es un juego para él?

Me levanto de donde estoy y comienzo a caminar por donde llegué, siguiendo las huellas y el rastro de mi destrucción durante mi retirada, para recuperar la manta que se me ha caído; y después hacia el este, en busca del rio, estoy hecha un desastre, por no mencionar la herida que tengo en la cadera, aunque no creo que la bala me haya dado.

Impresionante, me han disparado y lo que me importa es que acababa de limpiarme. Ah, y que han roto mi uniforme… Que también estaba limpio. Joder, los odio.

Bueno, ahora al menos sé que son peligrosos, y que definitivamente tenemos que movernos de lugar ahora, antes de que se hagan una idea de nuestra localización.

 

Para cuando logro llegar al campamento ya está anocheciendo, gracias al cielo no hay suficiente luz como para que vean la herida que me hice en el costado, que no es muy profunda, pero dudo que con agua se hubiera desinfectado del todo.

Como siempre, el aroma del batido quemado llega antes a mi «oh no—pienso— ¿de verdad han quemado la comida?» pero olvido mi enfado al escuchar que están discutiendo, no de forma agresiva, pero hay tensión en el tono de voz que usan.

El campamento, únicamente iluminado por el fuego de la fogata, se ve demasiado lúgubre y cuando atravieso los matorrales todos me miran con los ojos abiertos. Bruma se me acerca y, antes de que pueda evitarlo, me abraza. Aun cuando estoy envuelta en la manta; no puedo hacer más que mirar a los demás con expresión de «¿Qué mosca le picó?» pero todos evitan mi mirada, la verdad es que parecen incomodos, pero no creo que su incomodidad le llegue ni por asomo a la mía, pues de repente los hombros de Bruma han comenzado a sacudirse.

—está bien, ven aquí—Ramses se levanta y se lleva a Bruma abrazándola contra su pecho.

Yo le agradezco mentalmente.

Todos continúan sin mirarme, y Edmund mira atentamente el fuego con expresión aliviada. Las llamas bailan frente a él sin pudor y, aunque me alivia no ser atacada con preguntas, no puedo evitar sentir que falta algo. Y sé lo que es.

— ¿dónde están Gaspar y Gisela? —Pregunto— ¿y las niñas?

En ese instante, casi como si lo hubiera llamado, Gaspar sale del auto, donde se encuentra María, mira al suelo como si estuviera confundido, como si no supiera que iba a hacer. Bueno, al menos ahora sé que no le han hecho daño.

—solo han sido unos raspones—dice a todo el grupo—y están asustadas, pero es normal.

— ¿de qué hablan? ¿Qué ha pasado? —doy un paso al frente.

Gaspar me mira por unos segundos, decidiendo quien soy, probablemente porque la luz de la luna juega con las sombras de mi cara… quiero evitar pensar que las ramas me han deformado.

— ¿Elizabeth? ¡Gracias al cie…!

— ¿Cuántas veces tengo que preguntarlo? —Rezongo— ¿qué ha pasado?

Se miran los unos a los otros. Antes no podían soportarse ¿y ahora son cómplices? La cosa mejora conforme pasan los segundos.

—Nos tomaron por sorpresa—murmura Edmund—en serio no lo sabíamos…

— ¿Elizabeth? —escucho la voz de Monique desde el interior del auto.

Dejo la mochila en el suelo, sin soltar la manta y me apresuro a caminar hacia ellas ignorando el pinchazo de dolor cada vez que me apoyo en la pierna izquierda, casi podría asegurar que está volviendo a sangrar.

Aparto la lona que me divide de Monique y lo primero que veo es a Ángel con la cabeza sobre el regazo de María. Parece completamente ordinario. Gisela abraza con un brazo a Monique mientras que con otro brazo carga al bebé de María.  No lo entiendo. ¿Qué ha pasado? Por lo que veo todo está bien, dejando de lado los rasguños y raspones que las niñas tienen en las rodillas y piernas.

—pero ¿qué…? —musito.

—la capturaron—Ángel hipa tanto que apenas comprendo—no corrió lo suficiente.

Entonces lo entiendo, y no porque ellas estén llorando o porque todos detrás de mí contienen el aliento. Me doy cuenta porque Victoria no está. Cierro los ojos con pesar.

Algo dentro de mí se inquieta, mientras que yo no puedo ni siquiera moverme.

Victoria…

Mi lengua se siente pesada y, de abrir la boca, no creo poder decir nada. Cubro mi rostro con ambas manos tomando una larga respiración, mientras los únicos sonidos que nos acompañan son los llantos apagados de las niñas, los ruidillos del bebé y el chisporroteo de las brasas. Lentamente me recargo contra el parachoques del auto y lo primero que pasa por mi mente es: debemos ir por ella.

— ¿Cómo? —consigo decir.

Escucho el crujir de los zapatos contra las ramas del suelo, el sonido se aleja de donde estoy.

—Nos alejamos demasiado—tartamudea Bruma—cada uno se fue por su lado y… y de repente las escuchamos llorar, solo a ellas dos. Pensamos que también te habían atrapado.




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