Relatos de Guerra

Capítulo 10: "Oxígeno"

Capítulo 10

Oxígeno.

 

—Tienes que estar completamente loca—dice Ramses.

Les he explicado el plan, que poco tiempo he tenido de hacer, hasta ahora solo sé dos cosas:

Uno: tenemos que ir por victoria.

Dos: debemos salir ilesos de ese lugar.

Desafortunadamente para Ramses, Bruma no está incluida en mis planes. En realidad, lo está, pero no yendo con nosotros al campamento de “ellos” sino en la cascada, con los demás. A salvo.

— ¡solo piénsalo un poco! Si dejamos a Bruma es menos probable que tengamos que preocuparnos por que la hieran—le explico.

—Ella es más fuerte de lo que crees—dice negando con la cabeza, ni siquiera me mira.

Edmund me mira con ojos atentos desde que llegamos, ni siquiera sé si en realidad está prestando atención a lo que digo, está demasiado serio y, en vez de sentirme como con Ramses, me siento incomoda, incluso apenada, cuando me mira a los ojos.

—oh, vamos—dice una voz chillona de algún lugar—todos aquí sabemos que Bruma es una cobarde.

La silueta de Gisela se asoma de entre los árboles, con brazos cruzados frente a su pecho y pasos demasiado decididos para no haber sido invitada a la pequeña reunión.

— ¿Qué rayos estás haciendo aquí? —espeto.

— ¡tengo aquí mucho tiempo! —Protesta—lo escuché todo, y quiero ir por Victoria, he estado por durante más tiempo con ellas del que tú has estado y creo que tengo derecho a acompañarlos.

—no hay tiempo para tus rabietas—dice Edmund—será muy peligroso, entre menos vayan, mejor.

Miro a Gisela, casi con lastima. ¿De verdad creerá que tiene derecho acerca de esto? No conozco lo suficiente acerca de ella y su relación con las trillizas, pero con lo poco que sé puedo deducir que se tienen cariño entre ellas, después de todo Gisela junto con Gaspar las sacaron del agujero en el que estaban; les dieron una oportunidad. Ella de verdad tiene el derecho de ir con nosotros, igual que Gaspar, pero Gaspar sería una carga si tuviéramos que correr.

—Entonces que venga ella—le digo a Edmund—Tú, Thomas, Gisela, las niñas y yo, los demás se quedan con María en el rio.

—a salvo—completa Edmund cuando ve a Ramses a punto protestar.

El acuerdo está hecho con una aceptación silenciosa de parte de todos.

El campamento se ve muy activo con todos nosotros juntando nuestras cosas, empacando mantas y guardando las casas de acampar; Es extraño ver como se vacía el lugar, hay sitios desnudos en donde antes había mantas o trastos para la comida y un enorme hueco en donde antes estaba la casa de acampar en la que dormían las trillizas y Gisela. El auto se queda, Gaspar dijo que el motor funciona, pero con las ruedas echadas a perder no lo podemos utilizar, no se movería.

La noche anterior ha sido un tormento, apenas hemos podido dormir, divididos entre la preocupación, el frio y los repentinos momentos en los que las niñas o el bebé se despertaban llorando. Por mi parte, he tenido que quitarme la otra media para no verme tan ridícula usando solo una, la he utilizado para intentar parar el sangrado de mi cadera, sangra cuando me muevo mucho y no he podido mantenerme quieta esta noche, así que no he abandonado por ningún motivo la manta que aleja las miradas del manchón de sangre en mi ropa.

Edmund se ofreció para vigilar alrededor en caso de que los fugitivos nos buscaran, de manera que no he tenido que preocuparme por que él me mire, pero desde mi encuentro con Ramses, Gaspar no ha dejado de escrutarme con la mirada.

Apenas he tenido tiempo para pensar en los detalles del plan, pero espero que, con un poco de suerte, todos regresemos con el resto del grupo que se quedará a esperarnos.

— ¿estás segura de que estarán a salvo en la cascada? —me pregunta Edmund echándose una maleta enorme a la espalda.

—tendrán que ocultarse entre las hojas—contesto sin inmutarme—pero no sospecharán que están ahí.

Cada uno de ellos se coloca frente a las brasas en el centro del campamento, Edmund se acerca a estas y lanza ramas y hojas secas sobre ellas, consiguiendo que las llamas revivan y la basurilla se convierta en humo y cenizas; el humo se eleva rápidamente y se va con el viento.

— ¿Qué haces? —le pregunto.

—Tal vez—me responde sin verme, concentrado en su labor—solo tal vez, el humo pueda hacerles pensar que estaremos aquí.

No protesto, pues a estas alturas debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitar que siquiera nos miren, para poder desviarlos. Con un último vistazo de la escena en mi mente, me doy la media vuelta y camino hacia el bosque con la mano aferrada a la manta.

Durante largos minutos caminamos sin decir una palabra, Edmund ha caminado a mi lado, pero es como si no nos diéramos cuenta de la presencia el uno del otro, todos estamos muy inmersos en nuestros pensamientos, o demasiado ocupados intentando ignorar la situación. Yo estoy ansiosa, pues comienzo a dudar de nuestras capacidades ¿Qué tal si son más de lo que pensábamos? ¿Y si nos toman a todos? Hay demasiadas dudas que me hacen querer regresar a todos al campamento, preferiría ir yo sola, pero es demasiado tarde para pedirles que regresen, sobre todo a Gisela y Edmund.




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