Relatos de Guerra

Capítulo 2: "Oscuridad"

Capítulo 2

Oscuridad

 

He estado en la oscuridad por mucho tiempo, más tiempo del que me habría gustado. Lo curioso es que ahí no existe el tiempo. No es que no me guste estar ahí… está bien, no, no me gusta estar ahí, pero es mejor que estar en el mundo real muriendo. Suele pasar a menudo últimamente, pero no puedo hacer nada para salir de ahí por voluntad propia. Como si mi cuerpo fuera una madre que me ordena permanecer en cama.

La niebla se empieza a disipar, todo se vuelve nítido, y ya no está en la absoluta oscuridad. Distingo mis brazos, mi cabeza duele, pero si sigo sintiendo dolor significa que estoy viva. En ningún cielo en el que quiera estar se siente dolor. Menos mal.

Hay algo húmedo que cubre mi frente, la frescura se siente agradable. No tengo calor, pero mi cuerpo está sudado y causa que mi ropa se pegue a mi piel, lo que resulta muy incómodo.

Abro los ojos lentamente, la luz me molesta la vista, así que los abro un poco, y hasta que se adaptan a la luz.

—Pensé que se irían—grazno.

Las tres están a mí alrededor y lo que cubre mi cabeza es un paño húmedo. No puedo hacer mucho sin que me duela, así que me limito a mirarlas girando solamente la cabeza.

—Nos ayudaste, si no fuera por ti se hubieran llevado a Monique—sonríe un poco—gracias.

Intento levantarme, pero mi cuerpo protesta de nuevo y me siento como si la tierra se moviera intencionalmente, distingo lucecitas de colores que me hacen recordar que no estoy del todo bien en esos momentos. Todas esas pequeñas manos se posan sobre mí como si quisieran desaparecer el dolor con solo tocarme, pero me niego a que se acerquen un milímetro más y me aparto. Bajan las manos y me miran algo dolidas.

Carraspeo un poco antes de hablar con voz más firme. O eso intento.

— ¿Quiénes son ustedes? —pregunto.

Se mira entre sí, y la pequeña que me ha respondido antes vuelve a hablar.

—Mi nombre es Ángel—me dice—ella es Victoria—señala a la rubia de mejillas regordetas—y ella es Monique—señala a la pequeña de cabello rizado.

— ¿Cómo es que están aquí fuera? ¿Quién las ha ayudado a escapar? —continuo con mi interrogatorio.

Se miran entre ellas de nuevo, como si se comunicaran mentalmente, una de ellas asiente y la más pequeña, Monique, se cruza de brazos bajando el rostro.

—Nos han ayudado a escapar—suspira—Gisela era nuestra compañera de celda, su tío la ha sacado y ella nos llevó con ella.

La cabeza me da vueltas, así que solo consigo hacer otra pregunta:

— ¿dónde?

— ¿Qué?

Bufo. No me siento con ánimos de hablar.

— ¿Dónde está su campamento? —consigo sentarme— quiero hablar con la persona que cuida de ustedes.

Moja el paño de nuevo con la pequeña cantinflera que cuelga a su costado.

—Gisela tiene cosas importantes que hacer—me entrega el paño mojado, que acepto con gusto—en cuanto a él, es muy viejo, no creo que quieras hablar con él.

Son más.

Había estado en muchos sitios buscando a personas que pudieran haber escapado, o que nunca hubieran sido capturados, pero hasta aquel momento nunca había encontrado un grupo, mucho menos dos con tantas personas. Por un momento imaginé a todas esas personas peleando, luchando y quitándose los alimentos entre sí, igual que aquellas niñas. Me entraron nauseas.

En todo el planeta acaecía la guerra y la esclavitud, en donde se suponía que debía haber paz y coexistencia, escapé de ese lugar pensando en que encontraría lo que buscaba ahí afuera. Pero en cambio me encuentro eso: niñas corriendo como locas por los escombros y adolescentes aterradores que las persiguen.

— ¿han visto a alguien llamado Edmund?

Las niñas se miran de nuevo, esta vez me responde Monique.

—solo Gisela y su tío tratan con los forasteros, quizá ella sepa de quien hablas.

Pongo los ojos en blanco. ¿En verdad quiero desperdiciar un día entero de caminata por ir a ver a esa tal “Gisela”? «No es solo verla—me recuerdo—podrías tener una pista para encontrar a Edmund».

Estoy cansada… solo quiero volver a dormir, pero en cuanto antes encuentre a los demás, antes podremos empezar nuestras nuevas vidas.

— ¿a Gisela no le importará?

 

 

Ángel me ayuda a caminar, mientras que Monique carga con mi mochila y Victoria con el bulto de alimentos que tomaron, que resultaron ser unos cuantos vegetales y trozos de pan. Me han guiado por lo que parece ser una arboleda en la que se cosechaban naranjas, o al menos lo que queda de él. Algunos árboles parecen en buenas condiciones, pero las frutas definitivamente no son comestibles, muchas de ellas están secas y otras muy verdes. El suelo está cubierto de hojas secas y ramas rotas, cuesta creer que alguna vez hubo vida en este lugar.

  • ¿están seguras de que saben dónde estamos? —musito.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.