Relatos de Kaohara

Relato Segundo - La Libertadora de Fuego

La brisa nocturna ondeó el cabello rojizo de Kaira que se tornaba, a los ojos de sus seguidores, en un color amatista a la luz de la noche. Jahel observó expectante cualquier señal en el rostro de su comandante pero ella permanecía impasible, tranquila y con cierto regocijo en la mirada. Sabía cuánto tiempo había estado esperando ese momento. Tragó saliva y esperó paciente bajo la hierba alta, agazapado y apretando la empuñadura de su arma.

 

Las cabezas de sus seguidores se reflejaban con un brillo tenue sobre la hierba alta que se mecía suavemente con la brisa. No pasarían inadvertidos si no fuera por los cientos de faroles y antorchas que deslumbraban a los guardias sobre la muralla. La imponente meseta con la ciudad de Loma Gris sobre ella, se imponía con el aplomo de una robusta fortificación. La mayoría de los guardias estaban atentos al abismo tras la pared rocosa de la meseta sin percatarse de las colinas onduladas con hierba alta de la parte posterior. Años antes había sido una modesta ciudad de mineros y comerciantes, siendo el paso entre las Llanuras Bravas y Páramos Escarpados. Ahora era un bastión más de la tribu de Hierro Negro que utilizaban para controlar el estrecho paso y asegurar las tierras del norte donde se encontraba Brasas Negras y el volcán Bragmat.

Un joven alto con la cabeza cubierta con un velo esmeralda se acercó a Kaira.

—Sigues pensando en que es una buena idea. Es de locos.

—Sí. —Kaira se volvió hacia él—. Si Varis está en lo cierto, el asalto a Vetagrande ha desprovisto a Lomagris de suficientes hombres y armas para la contienda.

—Somos doce hombres frente a un ejército —dijo el joven con incredulidad—. No sé por qué no pudimos contárselo al jefe.

—Habría dicho lo mismo que tú. Una locura.

Kaira adelantó un paso sobre la cima de la colina y agudizó la vista en la torre circular que coronaba la parte norte de la ciudad. Después prosiguió la conversación:

—No te preocupes por tu hermano Meelo. Siempre sale airoso de cualquier situación.

—Hermanastro —matizó el joven.

—Sé que preferirías no estar conmigo —dijo Kaira y tras una pausa que interpretó como un sí, continuó—. Te he puesto en una situación difícil. Pero no pienso decepcionarte.

A Uker esas palabras le pillaron desprevenido y ocultó más su rostro con el velo mientras seguía la mirada de Kaira. Observó el portón de madera y el baluarte orientado hacia el desfiladero. El viento empezaba a soplar con fuerza sobre la meseta, agitando la hierba alta y atrayéndosle hacia el abismo.

Ni Uker, ni Kaira percibieron la sombra esquiva que surcaba a sus espaldas. La voz serena y suave de Meelo les sobresaltó en la calma de la noche.

—Todo listo, señora.

—Cuántas veces te he dicho que no me llames así —reprobó Kaira más enfadada por el susto que por la palabra.

—Lo siento.

—¿Cuántos?

—Cerca de veinte, tal vez treinta con los puestos. Y hay cuatro guardias apostados en la entrada de la torre —dijo Meelo con tranquilidad.

— Está bien, Meelo. Nos dividiremos en tres grupos de cuatro. Esperemos la señal —indicó Kaira observando a Meelo.

Meelo lucía tan pálido como siempre, su rostro ovalado y blanquecino resaltaba en la noche. Sus ojos, pese a ser grandes, se mostraban caídos y empequeñecidos expresando un aburrimiento y desinterés pesaroso. Sus labios finos y curvos denotaban una impavidez que inquietaba a Kaira quién no podía contener su impaciencia. Le turbaba esa serenidad ridícula de Meelo y a punto estuvo de decirle que al menos se cubriera ese blanquecino rostro con el velo de su hermano cuando vio la señal cerca de las almenas del baluarte.

—¡La señal de Varis! ¡Todos listos!

—Por aquí —dijo Uker dando instrucciones a su grupo de cuatro.

Uker, Kaira y Meelo se dividieron deslizándose por la colina hasta pegarse a la muralla. Kaira vio la piedra pintada con cal y apoyó el pie para impulsarse hasta el siguiente agarre. Escaló parte de la muralla y el resto lo hizo anclando un gancho con cuerda.

Al llegar a la parte superior, descubrió el cuerpo de un guardia y otro más a su izquierda. Varis, vestido de Hierronegro, le saludó y se dirigió hacia las escaleras del baluarte para distraer a cualquier guardia que pudiera bajar hasta allí. Kaira localizó el tejado de madera y se deslizó por él confiando en que la sombra negra del suelo fuese un carro lleno de paja. Se sacudió la paja y esperó a que sus hombres saltaran cuando oyó un quejido a la izquierda, lejos. Se asomó a la esquina y vio las siluetas del grupo de Uker avanzar por la muralla. Kaira y su grupo avanzarían a través de las callejuelas de la ciudad hacia el norte.



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En el texto hay: aventura, guerra, desierto

Editado: 19.03.2019

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